Edvard Munch, de Peter Watkins
Rara mezcla de drama biográfico y de documental sobre un artista clave del siglo XIX, empeñado en la representación pictórica del alma, de las regiones interiores y turbias del hombre antes que de la mera apariencia externa, precursor de vanguardias y detestado por la crítica y el público bienpensante. Herido por duras experiencias infantiles, relacionadas con la tuberculosis y la pérdida de su madre y hermana, durante su vida mantuvo relaciones de amor-odio con las mujeres… todo ello le convierte en un genio torturado de manual, pintor de la soledad, la angustia y la incomunicación humana, de estados mentales convulsos (los suyos propios) antes que de realidades concretas y acabadas.
Mediante recursos que aproximarían la propuesta a un primitivo falso documental, tales como zooms, entrevistas (con los personajes) y miradas a cámara, o un tratamiento del off como de documental puro y duro, este director británico parece querer distanciarse del mero biopic, como reflexionando a partir de lo audiovisual sobre el propio género y la reconstrucción histórica de un período: cada año que transcurre es citado haciendo mención de hechos relevantes que tuvieron lugar (sin aparente conexión con Munch), como en un afán por encuadrar y contextualizar a toda costa al autor de
El grito. Se destaca el retrato de las condiciones sociales y económicas de su Cristiania natal (datos muy chungos sobre prostitución y trabajo infantil), del mundillo bohemio de librepensadores, con las tensiones entre conservadurismo y nuevas corrientes de pensamiento que anticipan los movimientos socialistas, feministas, etc. que son reprimidas por la autoridad… las relaciones conflictivas entre los sexos, el desengaño de una feliz utopía que encarna ese otro nórdico cabrón que es el dramaturgo Strindberg (se juntan el hambre y las ganas de comer en cuanto a misoginia galopante) tienen especial peso en un film megalómano, vanguardista, que se extiende hasta las más de tres horas de duración.
Si este trayecto vital es contado linealmente y se detiene de forma algo interruptus (casi como inventándose su final), el montaje se convierte en un caótico, fragmentado cúmulo de impresiones, funcionando por asociación de ideas, moviéndose entre distinos tiempos y lugares… lo mismo ocurre con el montaje sonoro, pues diálogos, ruidos ambientales, etc. en ocasiones no se corresponden con lo que vemos en pantalla (con irónico efecto). Cual estribillo machachón acuden una y otra vez las mismas (sórdidas) imágenes de niñez, de adolescencia (la presencia de la muerte, otro tema básico en Munch) a modo de obsesivos traumas… y así acaba llegando la peli a un nivel de confusión y repetición que puede jugar en contra. Todo un conjunto de estrategias narrativas que buscan, entiendo, emular lo volátil de la pintura del biografiado, con tal de plasmar mejor su espíritu y el de su tiempo. Recibe atención el proceso de creación, sus técnicas y materiales, cómo evolucionan, aunque la base de su inspiración tampoco es que varíe. El actor protagonista comunica más con sus continuas miradas a cámara que con palabras, y los demás son intérpretes no profesionales, algunos parece que gente normal, ofreciendo su propia opinión (a menudo negativa) sobre la obra del noruego.
Ardua (por qué no decirlo) por su extensión y aspectos poco convencionales, una crónica pese a todo fascinante de una época, que trasciende a su figura central para hablar de arte, política, historia, pensamiento y la relación entre todo ello.