Fonda sangrienta, de Jackie Kong
Un par de colgados sectarios que obedecen las órdenes de un cerebro con ojos metido en formol, perteneciente a su difunto tío asesino en serie, inician una oleada de asesinatos como parte de un ritual para resucitar a Sheetar, una antigua y sanguinaria diosa pagana. Para ello, se valen como tapadera de un restaurante, pero la deliciosa carne que sirven no es precisamente de origen animal…
Ochenterísima bizarrez de serie Z, comedia gore y grotesca que de principio a fin es un absoluto dislate sin pies ni cabeza. Típico producto de videoclub que oscila entre la cutrez, la más gamberra falta de complejos, la vergüenza ajena que exuda como conjunto, y por qué no decirlo, la más pura genialidad. No hay por dónde cogerla, pero contiene, creo yo, los suficientes momentos cafres, ocurrencias pasadas de rosca y muertes absurdas como para un visionado medianamente disfrutable, pudiendo recordar algo a la Troma, pero la inspiración principal, poco o nada disimulada, está nada menos que en la pionera del género Blood feast (puede considerarse una especie de secuela espiritual o remake), también con su asesino que buscaba ofrecer banquetes sangrientos a deidades arcaicas mediante la masacre de jovenzuelas.
El mensaje sensacionalista con que se abre el asunto, avisando de lo extremo que vamos a contemplar y no recomendando el visionado si sufres del corazón o eres joven y sensible, es toda una declaración de intenciones. Guion inexistente, personajes que dan grima, tenemos incluso tema racial, con una pareja de polis… pero lo valioso aquí es la colección de momentos inolvidables: gimnastas en topless siendo ametralladas, una cabeza metida en una freidora y convertida en un ¿buñuelo gigante?, un tipo conduciendo un camión como puede con las dos manos amputadas… y mucho más. Con decir que el despiporre final, con la criatura revivida, efectos especiales físicos y carpenterianos mediante, viene acompañado nada menos que de la excelsa música del Tannhauser wagneriano, queda todo dicho. Sin olvidar gags como el de los “fingers”, o ese muñeco de ventrílocuo que aparece por ahí sin razón aparente. Y cómo no, nazis, aunque tampoco vengan a cuento de nada. Y alguna que otra joya de alto nivel literario entre los diálogos (“cuando recupere mi miembro vas a saber lo que es el machismo”).
Se lo debieron de pasar bien rodando esta basura porque algo de su espíritu festivo y descerebrado resulta contagioso.