La escapada, de Dino Risi
Celebrada comedia “a la italiana” con dos gigantes de la actuación en uno de esos duelos de personalidades opuestas que buscan el contraste marcado; el de un vividor irresponsable que hace lo que le da la gana, fuerza de la naturaleza, frente a un jovenzuelo apocado, tímido y dedicado a sus estudios de derecho, cuyo encuentro casual les pondrá cara a cara con la vida. El granuja pondrá de los nervios al pringadete conforme le involucra en sus correrías, a la vez que nace en éste una secreta admiración, por ser el otro la plasmación de todo aquello que en el fondo querría hacer, pero no se atreve a llevar a cabo. Película con mucha vitalidad dentro, un captar espontáneo de la realidad, desarrollada como a retales y sin rumbo a lo largo de un corto período de tiempo conforme al estilo del cine europeo reciente; llamativa la pulla directa a Antonioni cuando esto busca algo muy similar, aunque por otros caminos… un vacío semejante, del que permanecen incluso unos edificios vacíos, una Roma desolada y sin transeúntes al ser pleno mes de agosto.
La propuesta la sostienen sus actores y recoge un ambiente específico, el de la Italia de los años 60, un país adentrándose en la modernidad y el cosmopolitismo sin que el anterior estado de cosas desaparezca por completo; el viaje por carretera de esta extraña pareja sirve de excusa para recorrer variados entornos, desde las playas atestadas de turistas y gente bailando el twist hasta el mundo rural y terrateniente con sus diferencias sociales, pasando por restaurantes y fondas, trattorias y locales de fiesta. El amor por la velocidad, las expectativas ante el viaje espacial, conviven pues con una máquina expendedora que no funciona, un baño atascado, la sátira de la gente de nivel.
Desternillante y muy ágil comienzo, por cierto, con el primer encuentro y cómo empieza a liarse el asunto, queda perturbado un ambiente adormecido gracias a la irrupción del caos. Un film, por cierto, incorrectísimo desde nuestros estándares, con el Gassman llamando “cara de mono” gratuitamente a una negra que pasaba por allí, o cachondeándose de un criado con mucha pluma, por no hablar del absoluto desprecio y condescendencia hacia el campesino ignorante que intenta molar y sólo es un cateto. Se trata del paso del tiempo irrecuperable ante un porvenir que es ya presente y que no es deseable por su convencionalismo, como el de aquella burguesía de provincias; idea muy de época la de no querer que otros decidan, planifiquen y dirijan por ti, el afán de emancipación y de hacer lo que realmente uno quiere hacer con su vida, según un espíritu algo rebelde y anarquista. A la vez, está la faceta oscura del fiestero que no puede parar de estropear las cosas y sólo alcanza un frágil equilibrio con sus seres queridos, o los pocos que le soportan, pues es un tipo que intenta huir desesperadamente de una intensa soledad, de sí mismo. El divorcio, la liberación sexual de las mujeres, vista con malos ojos o al menos con desconfianza por el más amante de las mujeres. Y llegamos así al desenlace de la aventura: imprevisto, brusco y desde luego cruel, en el que se hace patente la auténtica y existencial dimensión del relato, o lo pequeño, lo fútil del ser humano, haga lo que haga con ese tiempo que se le ha dado. No sabemos si hay una condena del exceso, del apurar únicamente el momento, o bien hay precisamente una exaltación de ese exprimir el ahora porque nunca se sabe lo que nos puede ocurrir mañana.
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