El aparecido, de Mike Marvin
Cuando una banda de peligrosos macarras motorizados se adueña de una humilde población, un misterioso piloto de extraordinarias habilidades al volante, oculto bajo un mono y un casco y conduciendo un impresionante bólido futurista, se encargará de darles su merecido.
Con un pie en la idiosincrasia de los años 50, sus delincuentes juveniles amantes de los vehículos potentes que alteran la tranquilidad local, su drive-in de camareras en patines y muchas canciones rockeras en la banda sonora, todo ello actualizado a la moda varias décadas posterior, esta especie de neo-western de serie B se ha convertido con el tiempo en un pequeño icono de la era del videoclub, con una premisa de venganzas de ultratumba a manos de justiciero enmascarado que combina la temática sobrenatural y, de alguna manera, la sci-fi (el “visitante” en cuestión podría ser un superhéroe, aunque se percibe más bien la influencia de “Terminator”) en un pastiche carente de mucho sentido, pues en cuanto a este ser, sus facultades, su modus operandi… aunque tienen su, a todas luces, previsible explicación, en ningún momento se ofrecen pistas sobre su origen. “Porque mola, y ya”, debieron de pensar los genios que dieron luz verde al proyecto.
Si es una castaña, desde luego es una castaña entrañable que ejemplifica muchos tics de la época, con todos sus lugares comunes y sus personajes totalmente encasillados en sus roles, empezando por un Charlie Sheen luciéndose en todo su esplendor chulesco, o gente como una Sherilyn Fenn de adolescente belleza tiranizada por su malvado y posesivo novio, que roza la psicopatía. Se suceden las apariciones espectrales, con lo que irán cayendo los indeseables uno tras otros, entre carreras a toda velocidad y alguna explosión de violencia a tiros; son estos seres despreciables quienes animan el asunto, destacando el “cerebro” de la pandilla, o un tipo caricaturesco que parece el hermano perdido del prota de “Cabeza borradora”, y muy en especial, la genial pareja de secundarios cómicos que son Mofeta y Alcantarilla, dos pobres idiotas cuyas andanzas se aproximan al cartoon, malos que en cierto modo evolucionan desde lo odioso hasta una cierta dimensión patética.
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