Re-visionada después de muchos años
Casablanca, el clásico de entre los clásicos. Recordaba una película floja y bastante inferior al mito, tirando a acartonada, pero lo que no esperaba encontrar era una puñetera fiesta de película que, en efecto, tiene un interés histórico para el cine por ser de las pioneras en generar algo parecido a un fenómeno fan, con unos personajes (Rick, Ilsa, Renault, Laszlo, etc.) que el público hace suyos y hasta parte de sus propias vidas. Pero no se agota ahí.
Ver el archivo adjunto 62467
Es kitsch elevado a la categoría de arte, con unos defectos que se convierten en virtudes, si es que algo así es posible. Todo muy burdo, tontorrón, como corresponde a un film de propaganda bélica similar a otros mil que se hicieron, que le dice al espectador quiénes son los buenos (buenísimos) y quiénes son los malos en la guerra que se está librando. Es noir, es melodrama, es exotismo, lo es todo y nada concreto a la vez. Tira de mcguffin sacado de la manga (los famosos salvoconductos), pone a héroes de la resistencia a charlar con pérfidos nazis bajo un mismo techo como si tal cosa, plantea el desengaño de un hombre duro y curtido en mil batallas que más bien parece una rabieta de niño chico porque una mujer le dio plantón, y así con todo. Su gran historia de amor, quintaesencia del clasicismo de Hollywood en blanco y negro, es a ratos sentimental, edulcorada (el flashback parisino, “¿eso ha sido un disparo o ha sido mi corazón?”… sin comentarios). Y dicho esto, al margen de criterios más subjetivos (qué guapa Ingrid, qué bonita la canción, qué frases), no faltan razones para considerar esto una obra muy singular.
Se trata de un mecanismo muy bien engrasado, desde el guion (supuestamente escrito sobre la marcha y que es un derroche de chascarrillos y réplicas) hasta la dirección eficaz y contundente de Curtiz, al servicio de actores y del diálogo, aportando ambiente y sobre todo constantes movimientos de cámara, siguiendo y desarrollando de una manera que nunca es aparente ni exhibicionista a una gran cantidad de personajes que se mueven casi siempre en un mismo escenario. Son especialmente memorables los secundarios (el camarero alemán, el barman ruso, el mafioso Ferrari… por decir sólo algunos), con un punto mágico y extravagante, que sin intervenir demasiado aportan el toque, la pincelada oportuna con sus intra-historias. Y sin duda está Renault, sujeto indeseable, amoral, pero que causa fascinación y acaba por establecer esa hermosa “amistad”, sólo posible entre el héroe y el villano.
El bar de Rick, y por extensión Casablanca, son como un microcosmos al margen, mezcla de night club americano, de elegante casino europeo para la clase alta y de tugurio orientalista; un lugar absurdo, una mentira descarada o un limbo donde ha ido a parar una gente dispar en su desesperada huida, con sus tribulaciones no contadas. Lugar de tránsito, donde quedase físicamente encallado pero también en lo personal, como le ocurre a nuestro hombre, que evolucionará desde la aparente indiferencia hacia la recuperación de su compromiso político.
Y es que el romance, perfectamente banal, funciona sin embargo gracias a dicho contexto político tan marcado, tan subrayado, que es insoslayable. Un amor anónimo, pero absorbido por el remolino de la Historia en uno de sus instantes críticos... por eso nos importan estos dos; siempre nos quedará París, el recuerdo de quienes fuimos, pero también la conciencia de quiénes somos ahora.