Robin Hood: príncipe de los ladrones (Kevin Reynolds, 1991)
Archiconocida revisión de la icónica leyenda británica, ideada para el lucimiento de un Kevin Costner en plena cima de su carrera y pelazo (hizo bien en dejárselo crecer, porque su alopecia era ya más que incipiente), y que puso de nuevo en el mapa al mítico personaje para el gran público gracias a un espectacular despliegue de producción y localizaciones, a un reparto muy solvente de secundarios carismáticos pero que saben ceder ante el estrellato de Costner, una estupenda BSO del malogrado Michael Kamen, y una dinámica y peculiar puesta en escena de Kevin Reynolds, en la que la cámara no deja de moverse al tiempo que se preocupa de lucir decorados y localizaciones, y que además atreve con abundantes primeros planos con grandes angulares para ayudar a caracterizar a los villanos como seres entre lo siniestro y lo cómico. Es por todo ello que el film tiene un tono evidentemente ligero y aventurero, muy típico del cine comercial de la época, que lo hace bastante simpático para el espectador actual a pesar de que hoy en día se lleven cintas infinitamente más barrocas en lo visual. En definitiva, no es una maravilla, pero se sigue viendo con agrado.
The way (Emilio Estévez, 2010)
Entretenida película y spot publicitario de dos horas acerca del Camino de Santiago, financiado lógicamente en parte por la Xunta de Galicia y todo organismo turístico-cultural español imaginable, con el que Emilio Estévez y su padre Ramón (es decir, Martin Sheen) homenajean a sus orígenes hispano-gallegos y de paso se embolsan un dinerillo. Lo cierto es que la premisa es digna del peor melodrama de sobremesa, y el desarrollo de la trama está plagado de tópicos hipertrillados. Por no mencionar la cantidad de veces que los personajes nos venden sin la menor vergüenza las maravillas gastronómico-culturales del Camino. Pero a pesar de su mediocridad de guión y puesta en escena, el film está rodado e interpretado con evidente cariño por todos sus participantes, quienes logran otorgarle la suficiente dignidad y simpatía a un producto que consigue no caer, a pesar de las numerosas ocasiones en que está a puntito de hacerlo, en el peor de los ridículos.
Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984)
Interesante paseo por los horrores del genocidio camboyano durante el régimen de los Jemeres Rojos, que se beneficia de unos actores excelentes, una fenomenal fotografía y diseño de producción, y la curiosidad de contar con la única BSO que Mike Olfield ha compuesto expresamente para un film, aunque se hace evidente que carece del sentido audiovisual de, por ejemplo, Vangelis, puesto que las piezas que aquí suenan no siempre tienen una buena integración con las imágenes. Por lo demás, el film tiene un ritmo y tono muy, muy comerciales, hasta el punto de caer en algunos momentos bochornosos de melodrama con subrayado musical machacón, por no hablar del viaje que emprende el co-protagonista camboyano, mostrándonos las atrocidades por episodios como si fuese casi un guía en el Museo de los Horrores Pol Pot. Enmedio de todo este afán didáctico-sentimental, lo que inexplicablemente falla es el desarrollo de la relacion entre Sam Waterston y Haing S. Ngor, hasta el punto de que realmente nunca entendemos el por qué de la amistosa devoción mutua que se profesan, especialmente del segundo hacia el primero. Sin duda es ahí donde se le ven las costuras como realizador y narrador al señor Joffé, más preocupado por el envoltorio audiovisual y el mensaje que por la progresión dramática, error en el que volvería a caer un par de años después en 'La Misión', otro film donde todos los ingredientes eran igualmente gloriosos menos la labor del director.
Un saludete.