Yo debí pasar quince veranos en el campo de unos tíos míos, en mis dulces días de adolescente escultural, lascivo y casi perturbado. Recuerdo que solíamos jugar en un cobertizo donde mis tíos tenían mazorcas de maíz: jugábamos a ser los chicos del maíz, un juego un poco raro para niños de nuestra edad, vale
el caso es que había arañas, abejorros, tijeretas... en varias ocasiones me encontré tijeretas en la ropa, en el pelo, y una vez en la cama. Las pillaba y las tiraba por la ventana más cercana sin inmutarme. Las arañas no eran muy grandes, y las matábamos a pisotones. Las abejas me picaban día si, día no: mi tío nos ponía primero barro en la picadura, y luego hielo. Remedios caseros de los años ochenta en la España profunda
En al menos dos ocasiones, nos encontramos alacranes nadando tranquilamente en la piscina. Había hormigas enormes, pero nosotros jugábamos a buscar los agujeros por donde iban a sus guaridas, las capturábamos y las tirábamos en botellas de agua con cereales grandes dentro. Las hormigas se subían al cereal y aguantaban hasta que se reblandecía, entonces se hundían. Apostábamos estampas de fútbol a ver que hormiga duraba más
Doy gracias a todo ello, a esa infancia, porque muchísima gente adulta tiene fobia absoluta a los insectos. A mi me resbalan, los únicos que no puedo ver son las cucarachas, por lo demás, toda esa fauna insectoide me resbala totalmente... ¿debería considerarme afortunado?