Semblanza. Robin Williams
Robin el Histriónico
Santiago Navajas
Libertad Digital, Cine, 12-08-2014
No sé exactamente en qué momento se convirtió
histrión en un término despectivo. Sin embargo, los cuatro usos que recoge el DRAE son descriptivos y laudatorios: 1) actor teatral; 2) persona que se expresa con afectación o exageración propia de un actor teatral; 3) hombre que representaba disfrazado en la comedia o tragedia antigua; 4) prestigitador, acróbata o cualquier otra persona que divertía al público con sus disfraces. El caso es que, cuando juntes todas ellas en una sola persona, el primer nombre que posiblemente te venga a la cabeza sea el de Robin Williams, actor que
hizo de la exageración, la risa y el disfraz una seña de identidad. Al menos es lo que me ocurre a mí desde que lo vi en una pantalla por primera vez gritando
"Good morning, Vietnam!". Fue en la extraordinaria, efervescente y divertida de la década de los 80, y se iniciaba un período de éxito de público y crítica para Williams que culminaría con el Oscar en 1997 por su papel de psicólogo divertido por fuera, destrozado por dentro en
El indomable Will Hunting; un papel que, junto al de profesor en
El Club de los Poetas Muertos, marcó el perfil de lo que tiene que ser un
loquero y un maestro ejemplares para las siguientes generaciones. Estas dos interpretaciones marcan su toque personal, una sensibilidad a flor de piel, una pureza adornada con una mezcla original de fragilidad de flor y autenticidad de diamante, envuelta siempre en un irónico sentido del humor que lo salva de cualquier atisbo de pedantería y esnobismo.
Capaz de meterse en la piel de una mujer (
Señora Doubtfire, papá de por vida, 1993), en la senda de José Luis López Vázquez y Dustin Hoffman, con la misma facilidad que en la de un robot (
El hombre bicentenario, 1999), como Arnold Schwarzenegger y Haley Joel Osment, Robin Williams era sobre todo famoso por su pasión por la comedia disparatada y veloz, como en
Jumanji (1995), y su capacidad para transmitir todo tipo de emociones y matices poniendo su voz al servicio de dibujos animados como
Aladdin (1992). Sin embargo,
las apariciones que prefiero de él se dan en películas raras, en las que al principio uno diría que no pega un actor de su perfil más famoso, pero que sin embargo demuestran su interés por no quedarse encasillado en papeles optimistas, glamurosos y divertidos. Quizás también porque quería hacer salir esa zona oscura de su personalidad que se manifestaba en su relación con las mujeres y las drogas. En cualquier caso,
El agente secreto (1996) se recordará sobre todo por esa última secuencia en la que Williams avanza siniestro y fanático a empujones y contracorriente entre la multitud. Y en
Insomnio (2002) daba vida a un asesino empeñado en matar a las personas que fotografiaba, una confirmación de que al hacerte una foto se te arranca el alma. Precisamente en esta película su personaje, Walter Finch, explicaba la voluntad homicida al detective interpretado por Al Pacino con estas palabras:
La vida es muy importante, ¿cómo coño puede ser tan frágil?
Que es, más o menos, lo que nos preguntamos nosotros hoy al enterarnos del fallecimiento de Williams en su casa de Tiburón (California). Una lástima, porque entraba Williams en una edad en la que los actores cómicos alcanzan una densidad trágica superior. Y Williams tenía la polifacética capacidad de interpretar al desquiciado rey Lear de Shakespeare como al irónico y despistado Sócrates de
Las nubes de Aristófanes.
Nos seguiremos emocionando y riendo contigo, Robin. En la más íntima secuencia de
El indomable Will Hunting, Matt Damon, un cani tocapelotas y aprendiz de genio matemático, interpreta un cuadro que ha pintado el psicólogo que interpreta Williams en el que se ve a un hombre solitario remando en mitad de una tormenta. En ese momento, Williams coge a Damon del cuello y amenaza con partírselo si no se deja de chorradas psicoanalíticas. Con una intensidad que nos hace sospechar que quizás había llegado Damon a tocar alguna fibra sensible no de su personaje, sino del propio Williams. Los profesores seguirán enseñando el valor de la poesía a sus alumnos poniéndoles en clase la vibrante secuencia en la que el profesor Keating despedía a los tuyos por seguir fiel a unas ideas mientras le recitaban a Walt Whitman.
Richard Attenborough
Actor de raza, director todoterreno
Santiago Navajas
Libertad Digital, Cine, 25-08-2014
Las jóvenes generaciones no tendrán como nosotros, los viejunos puretas, las sensaciones cinéfilas que acompañaban al visionado de una película en una sala cinematográfica. Del descorrimiento de los grandes cortinajes que anunciaba el inicio de la proyección en los cines de una gran y lujosa sala a la minúscula propina o pequeña maldición, según se terciase, que se le daba a los acomodadores que, linterna en mano, te acompañaban hasta tu localidad cuando las luces se habían apagado o te enfocaban con la susodicha si hacías demasiado ruido o te agitabas sospechoso junto a tu acompañante femenina.
Cada cine envolvía la película con un cúmulo de aromas y texturas diferentes, del olor a tabaco en los más antiguos a la tersura de las butacas de terciopelo en los más lujosos. Así, los viejunos, junto a cada película, gozamos también del recuerdo de la sala en que la vimos, la mayor parte de ellas ya cerradas.
El fallecimiento de
Richard Attenborough ha hecho aflorar proustianamente en mi memoria dos cines ya desaparecidos: el Goya de Granada y el Renoir de Cuatro Caminos (Madrid). Al primero me llevaron con el colegio a ver
Gandhi (1982), un biopic mastodóntico y bienintencionado
ad maiorem gloriam del héroe pacifista indio (Ben Kingsley), que arrasó en los Globos de Oro, los Bafta y los Óscar. Ya universitario, en Madrid me emocioné con
Tierra de penumbra (1993) ante la intensa, sutil y devastadora historia de amor entre C. S. Lewis (Anthony Hopkins) y Joy Gresham (Debra Winger). En ambas películas, Richard Attenborough demostraba dos cosas como director: un
indiscutible pulso para la dirección de actores y un
delicado sentido para lo colosal, al tiempo que una gigantesca sensibilidad para lo íntimo.
Todo ello le venía dado por la primera faceta en la que había destacado en su carrera británica:
fue un extraordinario actor secundario -ojo a su Pinkie en
Brighton Rock (1947) o en la alucinante
A vida o muerte (1946)-, bajo la guía de maestros como David Lean, Michael Powell & Emeric Pressburger, John Sturges, Robert Aldrich o Richard Fleischer. También fue protagonista principal, con interpretaciones tan excelsas como el terrorífico asesino en serie John Christie en
10 Rillington Place (1971).
Además fue productor, académico y mil cosas más dentro de la industria británica, en la que siempre destacó por su carácter rocoso y talante amable, un todoterreno cinematográfico que conjugaba el negocio y el arte con la facilidad con la que un poeta-soldado comoGarcilaso de la Vega mataba enemigos mientras componía versos al amor.
Steven Spielberg, del mismo modo que hizo con François Truffaut en
Encuentros en la tercera fase, tuvo la sabiduría de rescatarlo para
un papel secundario pero decisivo en Parque Jurásico (1993), el obsesivo nuevo doctor Frankenstein de los dinosaurios.
Hombre de hondas convicciones políticas izquierdistas, nunca dejó que el resentimiento y la demagogia se mezclasen con sus relaciones personales o cinematográficas, así que hacía campaña por los laboristas desde su Rolls Royce o visitaba a Margaret Thatcher en Downing Street para hablar de cine. La Dama de Hierro reprochaba a
Dickie que no la hubiera visitado antes. Nosotros le reprochamos que se haya ido ahora, porque aunque a sus casi 91 años ya lo había dado todo como buen actor y director, siempre es de lamentar la muerte de una mejor persona.