El plan es que no hay plan
ÓSCAR CAMPILLO
Una temporada sin algunos de los tres títulos mayores, Liga, Champions y Copa, deja un sabor a fracaso en cualquiera de la media docena de clubes más importantes de Europa. En el Real Madrid desde luego. Más todavía, incluso, por su doble condición de mejor club del siglo XX y líder año tras año en presupuesto anual.
Una liga en las últimas siete temporadas en las que no se ha reparado en gastos de fichajes parece una cosecha intolerable. Como difícil de comprender resulta el balance de los doce años en dos etapas de presidencia de Florentino Pérez: dos Champions, tres ligas y dos copas. Siete títulos en total, mundialitos y supercopas al margen. Cinco de ellos, las dos copas de Europa, dos ligas y una copa, conseguidos por dos entrenadores de perfil similar y si nadie lo remedia, abrupto final en el club: Vicente del Bosque y Carlo Ancelotti. Dos hombres de fútbol con envidiables trayectorias como jugadores y como entrenadores, cuya impresionante colección de títulos no salvó a Del Bosque y no parece que vaya a salvar a Ancelotti de la trituradora de entrenadores instalada en la planta noble del Bernabéu por el presidente del Madrid.
Una Liga en siete temporadas sin reparar en gastos parece una cosecha intolerable
Poco importan las razones. Ninguna solvente en el caso de Del Bosque, salvo la patochada de que su imagen no era la apropiada para un club de las dimensiones del Madrid. La ausencia de títulos en el caso de Ancelotti, argumento cierto en su segunda temporada como técnico aunque con al menos tres atenuantes de mucha relevancia: la deficiente configuración de una plantilla plagada de medias puntas y puntas de calidad indiscutible, pero con la gravísima carencia en el fútbol moderno de medios centros puros; la desproporcionada repercusión de las lesiones en una plantilla tan corta, especialmente la de Modric; y la imperiosa necesidad de alinear a las estrellas, independientemente de su estado de forma, por razones comerciales que todos los grandes clubes consideran irrebatibles.
¿Qué ocurre entonces para que ni la consecución de la ansiada Décima Copa de Europa ni el cariño de los jugadores y de la afición proporcionen un margen de crédito al entrenador que conquistó el título más deseado y el favor de la plantilla y de los aficionados?
Van 9 entrenadores en 12 años porque no hay un estilo de juego determinado
El plan es que no hay plan. Nueve entrenadores en doce años lo demuestran. No hay un estilo de juego determinado, un modelo aproximado, un patrón de conducta. Por eso se suceden en el banquillo madridista entrenadores de características diferentes e incluso opuestas y conviven en el vestuario futbolistas casi todos maravillosos, pero elegidos sin más criterio deportivo que el de su incuestionable calidad. Es decir, sin considerar la complejidad de administrar una plantilla con sobredosis de fueras de serie para un puesto y escasez de especialistas para otro. O con exceso de futbolistas de mentalidad exclusivamente atacante y pocos o ninguno cualificados para la contención en el centro del campo.
El plan es el que en cada momento decide el presidente y director deportivo. Tan fiable en el negocio, en la gestión económica, como deficiente en la construcción y reconstrucción de plantillas y de un medio ambiente apropiado para la tranquilidad interna y el desarrollo de una poderosa cultura de club. De poco han servido los avisos que desde su propio entorno han advertido al presidente del riesgo de repetir el error cometido con la destitución de Del Bosque. O de nada. Vale un capataz como un virtuoso, un cascarrabias como un caballero, un hombre de la casa de toda la vida como la última y efímera promesa del planeta fútbol, un convencido del juego de ataque como un apóstol del destructivo catenaccio. Alcanzar las semifinales de la Champions como ganarla. Devolver la armonía al club y mejorar la reputación internacional como empeñarse en incendiarlo cada semana.
El plan es que no hay plan.
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