El fin del Antiguo Testamento
El fin del Antiguo Testamento
Cuando Granada, Atlético o el Málaga de Javi Gracia le hicieron ver a Zidane en febrero que no habría tiempo para crear ese Madrid asociativo y vistoso con el que se le identificaba por todo lo que transmitía su personaje, se intuía que la idea de replegar sin balón y no desordenarse con él -aunque esto repercutiera en posesiones pesadas y poco productivas- simplificando la salida de bola o el ataque organizado, solo sería un plan de emergencia a la espera de un verano entero en el que poder diseñar ese Madrid idílico que había ejercido de tierra prometida desde que en aquel otoño de 2014 Ancelotti enseñara un fútbol que agradaba a todos los paladares.
Tanto perfeccionó Zidane su plan de socorro al final del curso pasado que ha decidido potenciarlo con la máxima coherencia y de la manera más sana en lugar de seguir por el itinerario que le parecía destinado. Paradójicamente, el Madrid de los centrocampistas goza sin balón. Zidane encontró en Casemiro un arma que, ubicada en un contexto determinado, se convertía en una pieza dominante en competición. Un tipo con un físico superior y una depurada técnica de robo que permite recuperar el balón a diferentes alturas -recurso ofensivo de oro-, que crea un sistema de ayudas y coberturas en todo el ancho del campo -en defensa genera superioridad numérica en cada zona-, que suma un plus de juego aéreo -a diferencia, por ejemplo, de Kanté- y que contagia intensidad con solo mirarlo. Casemiro y la estructura creada por Zidane se elevan el nivel de forma recíproca: instaurado en el orden, Casemiro evoluciona hacia un jugador más cerebral, menos temerario, que lee cada vez mejor cuándo anticipar, cuándo acosar o cuándo guardar la posición, mientras que el equipo sigue consolidándose en torno a él como una maquinaria simple y potente que busca conceder cero, convencido de que la dinamita en ataque (Cristiano resolvió ante Barcelona o Wolfsburgo, Bale ante el City) y la estrategia a balón parado (se recuerda a Sergio Ramos en la final de Champions, pero el Madrid pudo sentenciar en la ida de semis en el Etihad solo con este recurso) podrán perdonar un fútbol ofensivo de menor riqueza y elaboración de lo que su talento en plantilla debería prometer.
Ni siembra el pánico con balón ni es mortal a la contra, pero con el cero en la portería su poderío arriba y el balón parado inclinan la balanza. Como esta apuesta solo tiene sentido con la premisa de no dar opciones al ataque rival, que la agresividad de Kovacic o Lucas Vázquez se impongan al talento con balón de Isco o James cobra sentido, ya que se prima el rendimiento enfocado a la idea colectiva. Zidane podrá perdonar que Kovacic no sepa interpretar el momento para saltar del repliegue en 4-1-4-1 para ensuciar la salida rival -algo que, por repetido, parece orden del técnico-, pero no que un jugador se ahorre una carrera o no se exprima al hacerla. Cuando todo el vestuario conoce el mensaje y el técnico obra de acuerdo a él, el equipo se hace solo, se fomenta la competencia interna -esa que desaparece rompiendo en acomodamiento y conformismo cuando jerarquía pasa a primar sobre rendimiento- y se genera un circulo virtuoso en el equipo que mantiene activado a cada individuo -hasta el mejor sabe que si baja la guardia se la juega- en un marco de justicia.
Las 12 victorias en las últimas 12 jornadas de la pasada Liga cuando el Madrid llegó a deambular 3º a 12 puntos del liderato -y teniendo la Champions como excusa perfecta para haberse dejado ir- es la mejor muestra de la manera de competir que ha inculcado Zidane en ese vestuario. Estadística que recuerda a las 13 victorias y 3 empates en las últimas 16 jornadas del último Madrid de Mourinho -al que también se le había escapado la Liga demasiado pronto y alcanzó semis de Champions y final de Copa-, para cerrar un trienio que mostró el camino a seguir por el club blanco. Ese que, con otra personalidad y con menos experiencia pero con los mismos valores (juega el que lo merece, se ficha por necesidades deportivas, marcar barreras entre prensa y vestuario, independencia en cada estamento del club, etc.), está recorriendo Zidane con paso firme. Por segunda vez en este siglo el Madrid tiene un entrenador que ejercerá como tal en el sentido más amplio de la palabra, y a este sí parece que le dejarán ser. No habrá título más importante para la institución.