Grandioso primer tercio que supone un puñetazo en la mesa y un locurote, con una hilarante explosión de violencia y montones de gente cayendo como moscas para el desconcierto de un espectador bastante perdido y sin saber qué coño está viendo, con sus expectativas, forjadas en tanto cine de género, thriller, etc. viéndose constantemente saboteadas. Como era de esperar, la cosa en un momento dado se estabiliza y se vuelve más convencional, pues estamos ante un film que va de más a menos; final sumamente complaciente hacia ese mismo espectador sin asideros, jugando claramente a su identificación con el héroe (heroína en este caso) idealizado en sus cualidades, en ese “ser el puto amo” y salirse con la suya; encarnando además de alguna manera al individuo anónimo y puteado, el hombre (y la mujer) común, pero con recursos, al margen de los grandes conflictos y que sólo cuida de sí mismo, con quien resulta tan fácil esa empatía.
Sátira sobre la corrección política y de qué manera ésta acaba funcionando de manera bidireccional, contra lo que pudiera parecer, perjudicando a ambos espectros ideológicos; no sólo a la derecha conspiranoica que fantasea sobre los siniestros manejos de “los de arriba”, de la maldita liebre que siempre gana, sino a aquellas élites que se ven perjudicadas a efectos de reputación y expuestas a su doble moral de seres superiores, pero que detestan y se cabrean como cualquier hijo de vecino. El enfrentamiento cultural, las dos Américas atravesadas por cuestiones de clase (expresado muy gráficamente en una lucha final más que deudora de la del inicio de “Kill Bill”). Farsa, incapacidad de conocer realmente a quien está al otro lado; la culpa siempre es del otro, los odios se retroalimentan y esas figuras en la sombra adquieren rostro, se humanizan de golpe.
Como trasfondo, la herencia de las guerras en que se ha involucrado el tío Sam, o el simulacro imposible de aquella América profunda y feliz del western, pero ubicada en un oscuro sur de Europa que atraviesa sus propios problemas (los refugiados) que tampoco son únicamente suyos. Lindelof (un tipo que me repele normalmente) y compañía optan, pues, por cachondearse de todo en lo que no deja de ser un simpático, desengañado y posmoderno esperpento.