Qué rara
The Last Will and Testament of Rosalind Leigh. No pasa de mediocre, y no la recomiendo como buena, pero me ha parecido muy interesante para estudiar sus errores porque este Rodrigo Gudiño no tiene mal gusto ni es efectista (con apenas dos sustos de gato y no de los baratorros), y por eso me pregunto cómo pensó que el guión ya estaba terminado. No por los diálogos mal escritos o por el pifostio narrativo con la voz en off de Vanessa Redgrave, sino porque se monta una historia que no sé cómo a alguien le puede parecer interesante para llenar una película
. Y sin embargo me parece casi encomiable que la haya hecho.
La película cuenta los días que pasa el hijo de una señora recién fallecida cuando vuelve a casa para poner en marcha la venta. La razón del distanciamiento es el corazón de la película, la lucha entre la fe controlada por un culto siniestro y el libre pensamiento de un chaval que se atrevió a enfrentarse a esa creencia. Todo transcurre en los alrededores de la casa con el protagonista como único actor visible y presente, como encerrado entre los cientos de objetos extraños que su madre tenía o le compraba a él sin que lo supiera. Por ello la decoración es el punto fuerte de la modesta producción, que raya con el telefilme por el cariz gris que tiene todo, y que sin embargo tiene más interés que muchos bodrios comerciales. Hay una criatura al acecho no del todo mal hecha, y dos momentos de tensión resueltos casi a la Shyamalan, tal es la sorprendente tranquilidad a la cámara del debutante.
Por desgracia ahí se acaban los halagos, porque como digo en general es una película con ideas que sencillamente no cuajan, y falta de potencia incluso para sus intenciones sobrias. Lo más espeluznante es que el actor (Aaron Poole) parece el hermano mayor de Aaron Paul
, y no solo físicamente, sino con sus mismas limitaciones interpretativas y de carisma.