Abigail, Matt Bettinelli-Olpin, Tyler Gillett (2024)
Empieza como un thriller de secuestros, se convierte en un “Abierto hasta el amanecer” y entre medias tiene algo de misterio con gente sospechosa y desconocida en lugar cerrado que es una trampa mortal, engañándose y ocultándose información, aunque las cartas quedan boca arriba enseguida. El resultado es mejorable, pero también podría haber sido peor o haberse agotado antes de tiempo.
La dueña sin lugar a dudas es la niña, buen casting de rostro angelical pero de niña-vieja que no oculta nada bueno. Es descarado el referente a “Megan” y a “Miércoles” con la moda del bailecito (metido con calzador) a la búsqueda de hacerse viral en Tiktok, aunque aquí parece que no ha habido tanta suerte, y eso que la fórmula es similar: terror un poco bastante de coña y para todos los públicos. Con un doble idiota de Elon Musk (más aún) y unos personajes que tal vez nunca tuvieron mayor objetivo que ser carnaza para el engendro sobrenatural de turno, aunque cada uno tiene su pequeño trasfondo que, por cierto, nos interesa entre poco y nada.
La cosa se desmadra con los directores pisando el acelerador del desparrame sobrenatural y sangriento, conforme profundizan en una mitología y reglas en torno a vampiros-zombis y vampiros-vampiros. Momento estelar el primer enfrentamiento entre Abigail y nuestros amigos, armados con el habitual y clásico arsenal de recursos contra el vampiro, que se salda con el soberano repaso que les da la chiquilla.
Finalmente, adquiere el asunto un sobado matiz de empoderamiento y solidaridad (porque al fin y al cabo la prota y la nena son mujeres, oiga…) frente al típico malvado que cae mal y al que se le han ido viendo las intenciones desde el principio. Moraleja: en todos sitios cuecen habas y las familias desgraciadas sí que se parecen sospechosamente entre sí, al contrario de lo que dejara escrito cierto ruso decimonónico. La aparición final de ese Keyser Soze (otro cliché como un piano) sobre el que se ha buscado un halo de misterio y de expectativas, se resuelve, todo sea dicho, con la nada más absoluta, pero es que llega ya la hora del cierre.
The empty man, David Prior (2020)
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Proyecto perdido en el limbo pandémico y de la compra de Fox por Disney hace unos años. La premisa es de terror muy al gusto adolescente, con la leyenda urbana de un ser que se aparece al invocarle en distintas fases, tipo Slenderman o Verónica. Sin embargo, evoluciona en algo bien distinto; un thriller de investigación con un siniestro culto de tintes lovecraftianos y un peculiar y elaborado, a la par que rimbombante pensamiento filosófico, marcado por una concepción entre nihilista y relativista del mundo. Horror existencial, cuestionamiento de una realidad que puede ser modificada y recreada desde la nada por el pensamiento, la repetición y la creencia, por un lenguaje que invade las mentes a la manera de un virus, permitiendo que el ser humano sea receptáculo para entidades del otro lado.
James Lasombra (sutileza al poder) es ese detective con algo irresuelto y turbio en su pasado, enfrentado a oscuras fuerzas que le superan y que harán de él su títere, y aquí uno se acuerda muy mucho de “El corazón del ángel”, y también del cine de Kiyoshi Kurosawa en cuanto a la atmósfera, tan lóbrega y desangelada, definida por la noche y los espacios en tinieblas, de un estado de Missuri que parece el escenario de un apocalipsis inminente… sin alcanzar, creo yo, esa dimensión abstracta y siendo presa de convencionalismos, explicaciones y flashbacks varios, pidiendo a gritos una mayor ambigüedad y quedándose, eso sí, en un intento bien curioso.
Desengaño, pesimismo, cuestionamiento radical de verdades elementales y de la propia noción del sujeto y la identidad, la disolución definitiva de aquello que percibimos como real… tal es lo inquietante y no tanto las apariciones del bicho de turno. Símbolos evidentes pero tan efectivos como el puente, o la transición entre los mundos, el recipiente vacío sobre el que soplar y por tanto “animar” de vida, produciéndose una señal a ser captada en forma de sonido.
A destacar secuencias como la de la hoguera nocturna, las grabaciones en vídeo, y respecto a la mitología oriental, el concepto del “tulpa” y todo un prólogo que funciona como cuento de folk horror en sí mismo, mostrando ese modus operandi de la criatura.