Mala hasta para ser de Emmerich. Pero que muy mala, lo peor que ha perpetrado este hombre en su vida, que ya es decir. Convierte el guion de ID en un prodigio de escritura, pues se trata de abordar el suceso catastrófico de turno paulatinamente y a través de un conjunto de personajes muy diferentes, desde variados puntos de vista que implican tanto a las altas esferas como a la gente de la calle. Un recurso que aquí sin embargo es porque sí y porque toca, pues esa “caída lunar” está pésimamente contada, ocurre de sopetón, articulándose como el culo ese desfile de secundarios que parecen un pegote tras otro, ortopédicos y sin emoción (criminal lo del pobre Sutherland, que te lo pierdes si parpadeas). No es descabellada la comparación con Asylum, pues parece que dirige un imitador. Diálogos, trama, no es que estén invadidos por el cliché más telefilmesco, ni que tengamos a un puñado de actores famosos soltando ridiculeces a diestro y siniestro, es que la peli parece concebida con un generador aleatorio de clichés que funcionan más por previsibilidad extrema que por lógica interna. Reparto multiétnico, un rasgo que Roland anticipó previamente a la moda actual; siempre hemos dicho de coña que era un “autor”, pero es que en efecto lo es, al menos en un panorama infestado de franquicias donde él, otrora emperador del blockbuster (casposo, eso sí) critica a los superhéroes mientras sigue a lo suyo, sacando adelante con dificultad sus desastres pasados de fecha, pues se nota el presupuesto inferior y el digitalazo sin gracia alguna.
Y mucho cuidado, porque el alemán se toma a sí mismo infinitamente en serio y sin un gramo de autoparodia. Admirable la convicción que deposita en unas tramas pensadas por un niño de diez años, con esa encantadora candidez, esa ingenuidad galopante que produce urticaria mental. Su estúpida premisa pseudocientífica y conspiranoica de la revista Año Cero evoluciona en una sci-fi delirante, en la que nos cuela un ladrillo tremendo de explicaciones cósmicas sobre el origen de la humanidad y de la tierra que es de ver para creer. Pero la fiesta empieza antes, con Halle Berry hablando muy seria de mandar una expedición a la luna para mañana mismo, como quien planifica una excursión a Cuenca en autobús. Los intentos de humor, cómo no, generan auténtico bochorno, frente a unos instantes solemnes que caen en el ridículo y en la carcajada involuntaria; personajes propiamente dichos no puede decirse que existan y el intento más serio por crear uno con entidad es el gordito friki, pero cuando intenta ser gracioso produce grima y cuando se pretende la emotividad nunca pasa de la cursilería más ramplona. La conciencia crítica de Emmerich, en forma de militares malvados, sigue ahí pese a la ausencia de patrioterismo, tiempos que quedaron atrás. Sin ser para tirar cohetes (nunca mejor dicho), el diseño de la nave y los entornos podrían ser dignos, pero la base de la peli es tan horrenda que poco puede rascarse; al menos la eurovisiva cancioncita de los créditos finales tiene su aquel.