MALAS CALLES (1973) - Martin Scorsese
La confirmación absoluta de sus constantes. El fluido, elegante (y a veces tosco) trabajo de cámara, las explosiones de violencia, las obsesiones, la banda sonora electrizante donde predominan Los Rolling Stones, las grandes cantidades de humor y la dirección de actores casi naturalista con libertad para la improvisación… Por fin logran encajar y alcanzar todo su esplendor de la mano de un tipo apasionado, lleno de rabia y desparpajo.
Comienza con Charlie tratando, aparentemente, de conciliar el sueño. Entonces oímos su voz revelándonos que
‘Los pecados no se pagan en la iglesia, se pagan en la calle y todo lo demás es mierda’. Preámbulo que define la naturaleza de la película y de sus propios personajes antes de que la narración comience. Keitel interpreta a otro hombre que bien podría ser el mismo de Who's That Knocking at My Door? (toda Mean Streets es una versión perfeccionada de aquella). Un tipo que nos cuenta su vida, que es un posible miembro de la mafia, que cobra deudas, apuestas y que, para colmo, tiene aspiraciones a santidad (como el propio Scorsese).
Pero no puede estar más atrapado, castrado por una vida en la que se muere por encajar, pero realmente detesta. Busca sentirse parte de un grupo, el de los afortunados, los putos amos del barrio. Pero para ser aceptado es necesario seguir las reglas y, a pesar de todos los lujos y libertades que goza, de las juegas que se gasta y de las cámaras que enfocan su fantástica ropa… Está cortado por el mismo patrón que todos los demás de su especie, y es consciente de ello en su obsesión por corresponder. La repetición le reafirma su condición de seguidor, de saber que lo que está haciendo es lo correcto… O al menos lo que se espera de él.
Por ende, no puede amar a una epiléptica porque, para ellos, es una enferma mental, una puta zorra y la prima de un descerebrado. No puede salir con una negra por la que siente atracción porque sería su suicidio ‘’profesional y social’’. No puede ver a su amigo descerebrado (Johnny Boy, un speedico y feroz Robert De Niro) porque es una mala amistad que podría llevarlo (y lleva) al caos más puro.
Dentro de su mismo círculo de amigos le reprochan el ser un débil mental por sus obsesiones religiosas. Aunque su verdadera obsesión sea el infierno, un infierno en el que quiere arder y pagar. Un infierno que se representa en el fuego. El fuego donde Charlie quema su mano, donde quiere sufrir. Infierno en el que vive día a día en una repetición intolerable.
Sale del confesionario totalmente insatisfecho con su penitencia. Recitar palabras ya no significa nada para él. No puede creer que el perdón venga tan fácilmente. La cámara sigue a Charlie desde el altar a la barra de Tony, un averno rojo, luminoso. Johnny Boy se adentra en el antro acompañado de Jumping Jack Flash. Charlie comprende que Johnny es la imagen de su penitencia. La cruz que debe soportar. '
Tú me envías esto, Señor'…dice con aires derrotistas
La impulsividad y desequilibrio de un tipo que parece estar hundido en una permanente ‘Party Hard’ termina brutalizando también a Charlie y a su controlada y ansiosa personalidad llena de culpa. La película avanza a trompicones por círculos angustiosos, sórdidos, cerrados, nocturnos. En clubs, en billares, en cines. Volviéndose progresivamente más agresiva, desesperada, etílica. Rara vez sus protagonistas ven el sol, y cuando lo hacen (la escena de playa con su novia) se ven fuera de lugar y reflejan su gangsterismo hediondo y barato.
Scorsese no pudo ser nunca un goodfella ni un cura (sus principales aspiraciones, creo recordar). Pero el cine le ha dado la oportunidad de explorar sus consecuencias de forma aniquiladora en esta película rotunda.