Una de las mejores cosas de la película es que no redime al gánster en ningún momento. La cárcel no sirve de nada como medida de reinserción social. Tampoco la tragedia como motivo para concienciarse y cambiar. Como último recurso de supervivencia, queda de testigo protegido en una vida alejada de las ventajas de imponer el terror, y él mismo expresa su insatisfacción. El gánster irredento y carismático que prácticamente guiña el ojo al espectador.
También el romanticismo más o menos idílico entre Liotta y la Bracco de los comienzos está en tela de juicio, oscureciéndose progresivamente, desvelando la mentira de una tradición de familia que es rota a escondidas una y otra vez. Es un gran acierto que Scorsese perfile a la Bracco y a Liotta como amantes seducidos por una pareja fuerte. Y lo creíble que resulta que, tras muchos problemas, ambos se instalen en la vida totalmente desordenada, disfrutando de la pasta y entregados a la droga.
Por otro lado, más que las salvajadas que les hacen a gente que está fuera del círculo mafioso, que hasta pueden hacer gracia, lo realmente fuerte es lo que les hacen a "amigos" de dentro, y así la amistad se revela subordinada al interés propio. Cualquiera puede matarte, ya sea por motivos "razonables" o de peso como por gilipolleces sin sentido (los disparos de Pesci a Spider). Y esa muy inquietante escena entre De Niro y la Bracco, detalle definitivo de que la muerte está a la vuelta de la esquina.
Y bueno, es una película en la que no sobra ni un segundo ni un plano ni nada. Es de una intensidad total. Cada movimiento de cámara, efecto de plano congelado, enfoque, frase de voz en off o selección musical está calculado con precisión para que signifique algo o exprese algo. Su construcción es del todo perfecta. Y hay que estar atento para no parpadear y perderse los muchos detalles que Scorsese plasma a ritmo constante.