Bastante lamentable por mi parte el no haber leído nada de King en su faceta cuentística hasta el momento, tras tantas novelas suyas. Su primera recopilación en esta, considerada habitualmente la mejor, y lo suscribo plenamente, pues aquí tenemos su imaginario del horror destilado y condensado, siempre con un pie en la vida real, tratando temas “serios” bajo el despliegue de monstruos, maleficios y demás elementos sobrenaturales, con muchos registros, suma destreza narrativa y capacidad de conmocionar, amén de una inagotable imaginación que, a diferencia de algunas de sus narraciones extensas, nunca hace aguas. Por ejemplo, en “El último turno” los personajes se enfrentan a una naturaleza horriblemente mutada, algo abyecto que debería seguir olvidado, pero el trasfondo tiene que ver con el empleo basura, esos trabajos insalubres que sólo realizan quienes no tienen más remedio, con adaptarse y sobrevivir, a menudo con un jefe explotador que somete a precarias condiciones… el manejo de la tensión y del escenario, sobresaliente. “Marejada nocturna” es el apocalipsis narrado desde la adolescencia, el final de la niñez, en un tono amargo y de profundo desengaño; el fin del mundo ha llegado a causa de una gripe (sin comentarios...), pero el mundo sigue ahí, indiferente, mientras todo se desmorona a nuestro alrededor y la vida anterior al suceso se asemeja a un sueño. En “El coco”, la figura tradicional del monstruo del armario y el final a lo “Historias de la cripta” sirven para hablar de lo oculto tras una masculinidad autoritaria y frágil, del monstruo interior; un hombre violento, amargado y con dos caras, culpable del dolor y de la muerte que crea a su alrededor. Pero el coco te persigue allá donde vayas, elegirá el mejor escondite, el mejor disfraz…
Por otra parte, en “Materia gris” se da una horrorosa mutación, metáfora de unas personas muertas en vida; en concreto, gente obrera que al perder lo único que da sustento a sus vidas, esos empleos agotadores, se degradan y apoltronan, sufren el efecto letal del alcohol, se vuelven una mancha inhumana que lo corrompe todo. Narrativa brillante aquí, muy bien dosificada, en una aproximación paulatina a lo anormal que conecta con el universo de Lovecraft. “Los misterios del gusano” es un claro homenaje al maestro y a la literatura gótica, en un relato añejo, en forma de cartas y de manuscrito encontrado, en torno a cultos demoníacos a seres blasfemos, libros de hechicería, mansiones ruinosas próximas a pueblos malditos, y cómo no, el pasado siniestro de Nueva Inglaterra, las estirpes malditas, con las que el protagonista descubre un vínculo atroz, ineludible. El único ejemplo de sci-fi lo hallamos en “Soy la puerta”, con un astronauta que no vuelve a ser él mismo cuando regresa a la tierra; su inadaptación es culpa de una percepción alterada, alienígena, una alejamiento radical del resto del género humano para convertirse en instrumento de quienes observan, pacientes, desde las estrellas. Genial aquí la tensa alternancia de presente y de flashbacks hasta alcanzar un desenlace nada tranquilizador.
No puede faltar el género de cosas malignas que cobran vida, claro está. “La trituradora” busca la relación entre los sortilegios y los rituales arcaicos y un presente tecnificado, automatizado y perfecto; despierta un alma diabólica en estos instrumentos diseñados para estar a nuestro servicio y los accidentes son más que simples accidentes. Premisa tan absurda como retorcida que pese a ello abre la gran incógnita… ¿Pueden suceder tales cosas? En “Camiones” tiene lugar una rebelión de las máquinas sin aparente explicación, al estilo de los pájaros hitchcockianos; una pesadilla angustiosa a más no poder, que desata un temor metafísico, atávico, sin límites, apelando a nuestra mayor vulnerabilidad, planteando qué pasaría si dejásemos de ser los dueños de la creación y nuestra propia creación nos superase. Empieza este cuento además con brusquedad, en pleno incidente, y reconstruimos el contexto sobre la marcha.
En “Campo de batalla” son unos juguetes los que reaccionan de modo peculiar, en una fábula socarrona de cazador cazado, o una venganza mágica contra un asesino infalible y muy táctico que recibe de su propia medicina; bastantes detalles crueles y muy de serie B, uno de los más chorras y simpáticos de la colección. El que es un auténtico disparate es “El hombre de la cortadora de césped”, de un humor macabro, parodia del americano medio, conservador y gañán, que un buen día recibe la visita de un personaje estrafalario; un toparse con la naturaleza en estado puro y su lado más salvaje, dionisíaco, que arremete contra ese american way of life. Un peligroso desafío, en forma de juego perverso y a contrarreloj, es el núcleo de “La cornisa”, sin fantasía, tan solo con dos hombres, un asunto de faldas y la grotesca naturaleza humana. Mucha tensión, un adversario vil, resentido y con artimañas ocultas… pero cuidado, a veces las cosas no salen como es de esperar y pueden volverse en contra.
A veces Stephen ofrece su faceta más emocional y lo extraordinario solo es una excusa para explicar a las personas, lo que se lleva muy por dentro. Como en “A veces vuelven”, donde los espíritus demoníacos que retornan a la vida no son sino el trauma de una pérdida, de una experiencia límite del pasado que deja a uno marcado, sigue resonando y es imposible que las cosas vuelvan a la normalidad, pues puede que un día cualquiera ese mal reaparezca para atormentarte. Buenísimo, estremecedor, es “Sé lo que necesitas”. Sobre esos amigos ideales que siempre están ahí, que te entienden mejor que nadie, te apoyan… y te poseen y te manipulan. Pues son seres solitarios, vacíos y sin amor. Este cuento, con muchos matices, trata además de mujeres que sólo tienen su belleza y sólo por eso son valoradas, de los deseos ocultos, inconfesables. Y no anda mal “La mujer de la habitación”, aunque se vuelve muy crudo y triste por el tema que toca; la eutanasia, junto con la evocación del pasado de un hijo y de su madre, las decisiones difíciles. “El último peldaño de la escalera” es emotivo y muy chejoviano, desmarcándose en una historia de familia y afectos fraternales, de supervivencia y de la inocencia una vez más truncada; la conciencia de la muerte y del peligro, el paso a un mundo de adultos tristes que se refugian en sus ocupaciones y se olvidan los unos de los otros; peligrosa la caída desde un lugar elevado, pero peor aún la caída en la desesperación, en la ruptura de los vínculos que nos dan sentido.
“La primavera de fresa” y “El hombre que amaba las flores” son singulares en su tono poético, en su atmósfera ricamente recreada, evocando nostálgicamente la época de Vietnam; en el primero, el ambiente estudiantil, unas muertes conectadas con un raro fenómeno meteorológico, y por último, el viejo truco del narrador infidente… el segundo es engañoso en su ingenuidad, con el mal camuflado en un rostro anónimo, saludable, de lo más corriente; el amor juvenil frente al trauma terrible de lo irrecuperable entre ese anonimato. “Un trago de despedida” es una secuela de “El misterio de Salem’s Lot”. Un cuento de vampiros bien ejecutado, con ese punto nostálgico que da la vejez, la sabiduría de la gente local frente al despiste, la imprudencia de los forasteros que molestan lo que nunca debe ser molestado, y aquí la descripción de la nevada y la ventisca en Maine aporta un considerable desasosiego.
Y acabo con lo que para un servidor son dos magistraturas, mis preferidas del tocho. “Basta S. A.”, o cómo pasarse todas las rayas de lo perturbador sin meter un solo bicho ni nada estrambótico; tremebunda distopía y denuncia del lavado de cerebro, de cualquier autoritarismo. De cuando ciertos fines se justifican con los medios más inenarrables, peores que ese mal que se intenta combatir… los pelos de punta, y la demostración de que incluso los vicios no dejan de ser un escudo para protegerse de las penalidades de la vida ordinaria, hacerla más llevadera. “Los chicos del maíz”, pieza maestra, casi cinematográfica en sus imágenes y escritura. La crisis conyugal perfectamente retratada, las miserias de la vida adulta frente a unos niños ignorados en un pueblo perdido de la América profunda, con su propia y espeluznante estructura social y cosmovisión, mezcla de rituales paganos de la fertilidad y cristianismo evangélico. Inocencia corrompida en un escenario de maizales único y misterioso, un ataque a la religión, a sus sentimientos de culpa y su utilización rastrera de la infancia.