Nos enseñaba Dostoievski que las sociedades sanas se dedican a fortalecer los frenos morales que mantienen atados a los demonios; y que las sociedades enfermas, en cambio, desatan a los demonios para después escandalizarse cuando empiezan a perpetrar fechorías. Y las sociedades enfermas necesitan, de vez en cuando, chivos expiatorios a los que poder linchar públicamente en el altar de las ideologías en boga, para sentirse puras. Es la pureza de los puritanos, que nadan en la inmundicia moral.
Hace casi un siglo, un hombre famoso dijo –y se equivocaba– que España había dejado de ser católica; quien hoy repitiese esa frase acertaría plenamente. Pues si hay algo constitutivo del ethos católico –frente al ethos puritano– es la mirada misericordiosa sobre los pecados ajenos, que nunca son peores que los nuestros; y la certeza de que cualquier persona, por muchas vilezas que haya cometido, puede convertirse en una persona nueva, puede redimirse y tiene derecho a que nadie le recuerde su pasado. Este ethos católico tan característico de los españoles de otras épocas (con independencia de que fuesen o no creyentes) habría provocado al instante un implacable repudio social ante la exhibición de ese vídeo infame; y habría desatado una cólera unánime frente a los miserables que propiciaron su divulgación.
No se nos escapa que la propia Cristina Cifuentes, con su empeño desnortado por adherirse a todas las ideológicas en boga y su puritanismo estomagante, ha contribuido a la disolución de este ethos católico; y no faltará quien piense que en el pecado lleva la penitencia. Pero quien tal cosa piense ya ha sido atrapado en las redes del puritanismo. En la trastienda de ese vídeo hay mucho dolor, tal vez incluso tendencias morbosas que sin duda habrán causado ingente sufrimiento a quien las padeció o padece; en la trastienda de ese vídeo hay una persona en lucha con una pulsión autodestructiva que requiere Dios y ayuda –mucho Dios y mucha ayuda– para ser vencida. El daño anímico y moral que a esa persona se le ha infligido divulgando semejante vídeo es monstruoso: sólo alimañas de la peor especie pueden brindarse a tal tropelía; y sólo una sociedad dejada de la mano de Dios puede aceptarla.Me he avergonzado de ser español en estos días. Extraviado su ethos católico, España es hoy una cochiquera donde se refocilan los puritanos y los desalmados
Al diablo –que es un espíritu puro– no lo mueven la lujuria, la gula o el afán de riquezas, que son pecadillos propios de pobres hombres; al diablo lo mueven el orgullo, la vanidad, la soberbia, el anhelo de encumbrarse. Los pecados del espíritu son, sin duda, los que más nos aproximan a los ángeles (caídos); y el puritano, que puede permitirse el lujo de prescindir de los pecados torpes de la plebe (tan carnales y primarios, tan rebozados de burdos apetitos y flujos venéreos), no puede en cambio sustraerse a las tentaciones que adulan su espíritu: el aplauso mundano, el reconocimiento académico, la caricia y el halago masturbatorios de su egolatría. Y, a la vez que se deja tentar por estos pecados angélicos, el puritano se ensaña con los débiles que sucumben a tentaciones mucho más elementales.
Jesús fundó su Iglesia sobre hombres débiles; o, dicho más exactamente, fundó su Iglesia contando con la debilidad de los hombres. En esto se distingue de casi todas las instituciones humanas, que han sido fundadas sin contar con esta debilidad; y que, al no contar con ella, están condenadas inexorablemente a la extinción.Observemos, por ejemplo, el funcionamiento de los partidos políticos, que tratan de ser sucedáneos religiosos, sectas organizadas siguiendo el modelo de organización eclesiástica. Resulta, en verdad, irrisorio que cada vez que aparece un nuevo partido político, sus líderes pretendan -en un rasgo de puritanismo irrisorio- posar ante los ojos de las masas cretinizadas como hombres sin tacha, impolutos y dispuestos -cual Hércules redivivos- a limpiar los establos de Augias de la corrupción que los viejos partidos ampararon y promovieron.
Naturalmente, cuando estos presuntos hombres impecables alcanzan el poder, no tardan en mostrarse tan vulnerables a las lacras que antes denunciaban como sus predecesores, o incluso más. Sólo el hombre que se reconoce débil, que se sabe herido por las flaquezas propias de la naturaleza humana, puede aspirar a vencerlas; pues sólo quien humildemente se reconoce hecho de barro puede aspirar a alzarse de su abyección, con ayuda de sus semejantes y con el auxilio de la gracia divina. El hombre que se cree impecable no confía en la ayuda de sus semejantes (pues, por lo común, es un individualista que trata a los demás como a subalternos); y mucho menos reclama el auxilio divino, pues considera que Dios es una creación de débiles mentales.
¿Hay alguna manera de decir, de forma políticamente correcta, que el filtreo de toda la vida, el cachondeito, el calentarse mutuamente, de forma consentida por ambas partes, ya no es posible so pena que una de las partes decida que no quería cuando antes quería?
Ya sé que es un tema delicado, y hay líneas rojas, pero esto ya está llegando a extremos que dan que pensar.
Y no defiendo a Errejon ni a los acosadores.