Respuesta: Super 8, proyecto secreto de J.J Abrams
Me encanta Indiana Jones. Spielberg, como Sigfrido con la espada, cogió los trozos de algo que estaba roto –los seriales de aventuras de los 40, los relatos pulp- y con ello forjó algo nuevo y mejor. Captó lo que atraía de ellos y puso la técnica a su servicio para transmitir el sentido de la maravilla de esas aventuras, pero dirigido a una generación formalmente más sofisticada.
OJOCUIDAO, que hay algunos spoilers.
Abrams, como un loro, se limita repetir sin entender. Y lo que es peor, creo que sabía que no tenía un material de valor para Super 8, ya que enseguida recurre a la captatio benevolentia por partida doble: primero, ambientando la película en los 80 sin necesidad alguna, más allá de la de confiar en la indulgencia de la nostalgia (y en su hija bastarda y esquizofrénica: la fernweh). Segundo, con la película que ruedan los críos, que no tiene ninguna justificación ni importancia en la historia más allá de la de “mirad qué monos, los nenes emulando a Romero”. Mirad qué mono, Abrams emulando a Spielberg.
Así, Abrams saca la plantilla marca Amblin, mira los elementos comunes -las familias tocadas, las pandillas de amigos, los barrios suburbanos en los que irrumpe lo imposible…- y con poco entendimiento ensambla un monstruo de Frankenstein hecho con retazos de ET, Encuentros en la 3ª fase e incluso La guerra de los mundos, lo que provoca que haya tales cambios de tono en la película que diríase escrita por un pelotón de ciclotímicos. Hay dos tramas paralelas, cuyo nexo, imagino, es la alienación (je). Pero ese vínculo no cuaja porque de la historia del alien, hasta entonces una invisible fuerza destructiva, solo nos enteramos llegado el último tercio de la película y para entonces ha matado a demasiada gente como para que empatice mínimamente con él, por muchos ojazos que me ponga. Vamos, como si en La Cosa llega el final y el engendro le explica a McReady que es que lo hace porque quiere que le presten atención, se funden en un abrazo y tan amigos.
En fin, que tenemos dos historias que se atropellan entre sí para ser mal contadas, protagonizadas por unos personajes que tendrían que ser dibujados en un plano para que empezaran a ser considerados bidimensionales (En serio, hay algunos que no sé por qué ni para qué están). Todo esto se podría salvar si hubiera oficio detrás de la cámara, pero no es el caso. Abrams, para empezar, no sabe rodar acción: la escena del descarrilamiento es un despropósito en el que no sabes qué está explotando, qué está saltando, qué está corriendo y qué relación espacial hay entre los elementos de la escena para transmitir, no sé, sensación de peligro o algo. Culmina todo ello con el negro de la furgoneta y su doble susto de gato (¿Está muerto? CHAN ¡No, está vivo! Y además CHAN ¡tiene un revólver!). Al pobre negro le toca después protagonizar una escena que tiene la sutileza de una patada en la boca; estaba esperando que la inyección letal que los malísimos militares le administran tuviera una calavera con dos tibias cruzadas. Casi, pero no. Lo que demuestra que además de acción, Abrams es muy nulo para cualquier otro tipo de secuencia. Hay algunas composiciones de planos que parecen rodadas por Garth Marenghi. Mira que uno tiene poca educación audiovisual, pero es que hay atrocidades tan flagrantes que no solo saltan a los ojos, sino que los violan, los descuartizan y les envían los restos a su madre.
Creo que fue Magnolia el que dijo hace unos meses que esto parecía un grindhouse de Amblin. Qué ojo, macho.