Una gran fantasía cinéfila (otra más) y síntesis del universo tarantiniano. Se unen la elegancia, la precisión y el “timing” de la narrativa más clásica a las tan mentadas influencias de la nouvelle vague, en forma de relato de apariencia errática, saltando de una situación a otra, con continuos insertos y rupturas (en forma de making en off, voz en off documental, distintas texturas -que si blanco y negro, material envejecido, montajes...-), ficción dentro de ficción, y claro está, un uso de los temas musicales casi tan importante como la parte visual. Se entrelazan fácilmente todo un cúmulo de referencias de la época que, lejos de ser algo gratuito, conforman un particular microcosmos, como suspendido en el tiempo, que es como para quedarse a vivir en él. Los paseos en coche de Pitt, por ejemplo, son una muestra de cómo el detalle más tonto en apariencia lo es todo en el cine de este hombre, siempre tan preocupado por el diálogo y la dramaturgia de los actores como por lo más puramente narrativo y estético, sublimando la molonidad, haciendo de la sacada de chorra la misma base de su cine.
Por otra parte, lo que cuenta tampoco es que sea nada nuevo: el cazador cazado, o villano amenazante que es apaleado al final, la reescritura de la historia a través de la ficción como acto de justicia poética, el triunfo de la fantasía sobre el realismo… La perspectiva parece descreída, no dudando en revelar lo menos glamouroso del cine y su trastienda, los egos, las carreras en decadencia, el trabajo menos agradecido de quienes realmente hacen posible todo ésto, la aristocracia que conforman las estrellas de lo que será el nuevo Hollywood… Y aún así, Tarantino homenajea este mundillo de tal manera que convierte un crimen horrible, imposible de olvidar, en un triunfo y en una reconciliación generacional entre lo viejo y lo nuevo. La parte “italiana”, por ejemplo, es tan maliciosa como entrañable. Lo cómico y lo dramático, lo violento y lo lírico, tampoco podía faltar, los diversos tonos, lejos de molestarse, parecen enriquecerse y completarse unos a otros: gloriosa chorrada, y al mismo tiempo una cosa más meditada de lo que parece, sin perder nunca un reconocible espíritu juguetón y gamberro.
Los personajes de Sharon, Rick y Cliff creo que encarnan cada uno un tipo de relación del actor con su alter-ego de ficción. Si la trama de ella cuenta el nacimiento de una estrella y su feliz autodescubrimiento, la de Rick muestra cómo la relación se deteriora y complica, pareciendo casi un Jeckyll con su Hyde. En cuanto a Cliff, es curioso, porque es el único real dentro y fuera de la pantalla... más aún, es el único que es más “personaje” en la vida real que en las películas (donde no debe hacerse notar). Recuerda al Ethan de Centauros… cuando va a “salvar” al viejo, secuestrado por un súcubo, y sin embargo sale moralmente derrotado, porque el viejo al menos tiene una familia (él, en cambio, sólo tiene a su perro, que parece su tótem animal). Y muy bien jugado (y con humor negro) el tema del pasado enigmático. Otras cosas: la niña, o el propio Tarantino (eterno y repelente niño prodigio) dialogando de tú a tú con sus propias criaturas. La fiesta en la mansión Playboy, que acaba con un brusco corte de montaje (¿habrá algo turbio detrás?). El sadismo de tebeo, tan brutal como disparatado, con el que nos golpean a modo de catársis final, parece más bien un antídoto contra los sórdidos hechos reales: lejos de ocultar el horror, aquí se trata de combatirlo convirtiéndolo en un puto chiste. La autojustificación de los mansonianos la entiendo precisamente como una crítica a este tipo de explicaciones de la violencia (cine, videojuegos violentos, etc.) que a veces peca de simplista. Aún así, debo de ser el único que ha sentido hasta penilla por semejante panda de descerebrados jugando a serial killers, mientras que el auténtico mal (Manson) se manifiesta veladamente.
(Los hippies no salen nada bien parados: Tarantino los compara con los nazis -misma forma de liquidarles-, los presenta con un aura inquietante, como a seres sucios y libidinosos… una tendencia, la de demonizar el movimiento hippie, que hemos visto por ejemplo en Guardianes de la galaxia Vol. 2 y en Malos tiempos en El Royale, cuyas causas desconozco: no sé si los tiros van por criticar el progresismo actual, o porque un tipo hablando de paz y amor sólo puede inspirarnos desconfianza, en nuestra era de cinismo, posmodernidad y redes sociales… o porque sencillamente es el blanco fácil, tanto para una derecha que ve en el hippie al ideólogo totalitario y sectario como para una izquierda que ve el comienzo de su infantilización ideológica -y en su filosofía, un compendio de autoayuda y coaching empresarial-).
Otra cosa importante es la amistad entre los dos protagonistas, por completo incondicional y desinteresada pese a que, en apariencia, un abismo les separa (en cuanto a carácter, posición, etc.). Se puede decir que les une el amor más puro posible entre dos seres humanos, pero tal vez no sea del todo cierto: lo que obtiene a cambio la gran estrella de cine es la confianza y la hombría que en realidad le faltan, por ser un tipo inseguro, siempre dependiente de su imagen y de gustar a la gente. Lo del especialista, en cambio, es más parecido a una terca lealtad, comparable a la de su propio perro: un código de honor estricto que otorga sentido a una vida llena (intuimos) de líos con la ley, reveses de la fortuna, etc. y que le permite tener, cuanto menos, una cierta estabilidad vital y quitarse de movidas.