(
The Grand Budapest Hotel, Wes Anderson, 2014)
Recurriendo a su estilo más particular sin salirse ni un ápice de su propia línea marcada y sin embargo orquestando mejor cada peli que ofrece. Un filme con amalgama de géneros en armonía suma donde romance, aventuras, costumbrismo, suspense, bélico fugaz y drama metido en una cocktelera de viñeta perenne y encuadre pluscuamperfecto. Galería coral de rostros en estado de gracia siendo Fiennes, lógicamente, el mejor parado debido a su protagonismo amable, elengate, verborreico, poeta y amante empedernido que irá acompañado del botones amigo hasta la muerte convirtiéndose en una relación paterno filial muy entrañable en un cuento europeo retro que emula a la perfección la esencia de Tintín.
Tengo la sensación que Anderson ha logrado alcanzar el estatus perfecto de narrador de cuentos contemporáneo con aroma a abuelo sentado en un sillón contándole una vieja historia a su nieto mientras la chimenea aún está encendida. Porque esto no es más que un flashback dentro de otro (así hasta llegar a 4) y siempre con un narrador de por medio. Estéticamente, una vez más, vuelve a ser un delirio visual que apabulla, sorprende y encandila a partes iguales sin tener un sólo plano mal expuesto. Artesanía por los cuatro costados de cada acetato del celuloide. Esos travellings, esa cámara que no puede evitar captarlo todo, como si de un tebeo añejo se tratase. Y por si todo esto no fuese suficiente disfrutar con un humor descacharrante, casi onomatopéyico que disfruta con su complacencia exquisita y constituye al Anderson más refinado, kitch y a su vez elegante. Cada detalle, cada plano, cada secuencia, cada actuación, cada emplazamiento, cada movimiento de cámara, cada elemento están al servicio de la historia de una forma completa. Y Desplat. Es la guinda del pastel.
Pero no puedo concluir sin mencionar toda esa colección de momentos expléndidos que nos regala: la decadencia del hotel con clientes solitarios frente al bullicio del pasado, Fiennes poniendo a prueba al nuevo botones para acabar siendo su mejor amigo, la lectura del testamento, Fiennes en la cárcel comportándose como un auténtico dueño del hotel (la partición del pastel), Dafoe en todas y cada una de sus apariciones (la escena del museo es, quizás, la mejor), el gato, el final en el hotel utilizando todos y cada uno de los escenarios con una fluidez exquisita, la reunión de los dueños de los hoteles a modo de cónclave o la escapada de la cárcel para acabar en un anticlímax a modo de cháchara disculpa entre otras muchas más. Un cuento precioso, perfecto y al más puro estilo de su autor de paleta de colores entre frío como la época que plasma y pastel, como la historia que nos cuenta. Excelente.