Respuesta: The tree of life (El árbol de la vida) de Terrence Malick
No iba a entrar en el debate porque ante todo respeto a todos aquellos a los que no les ha gustado, pero me irrita la absoluta falta de consistencia, la superficialidad, de la argumentación de Enigmax, por llamar argumentos a sus simplezas. De primeras da la impresión de que no eres consciente de que estás viendo una ficción y no un documental de la 2, si quieres ver una película ridículamente verosímil ponte una de Fernando León. La transparencia se logra borrando la cámara, no el montaje, y en ese sentido gracias al deslumbrante montaje la película es traslúcida, no solo te olvidas de la cámara, también te olvidas del montaje, y hasta de ti mismo. Montaje intrusivo es el de Tarkovski en el que no haces otra cosa que estar viendo la cámara, las costuras, en todo momento, algo que desde luego saca a muchos espectadores de sus películas. La fuerza, la carga de significado, de cada imagen, de cada gesto, es tan brutal, que Malick no necesita narrar de forma convencional, con palabras. En este caso ni tan siquiera la voz en off cumple el cometido habitual de explicar, masticar, las imágenes, está completamente escindida de las imágenes, es una película paralela, parte de la banda sonora, música. Si esta película te parece pretenciosa y superficial, entonces “Sacrificio” de Tarkovski te parecerá una chorrada, porque trata exactamente de lo mismo, de la muerte, de la memoria, aunque de forma más artificiosa, pretenciosa, en el caso de Tarkovski. Si la muerte te parece un tema ridículo, háztelo mirar, la película versa sobre el ciclo de la vida, el eterno retorno de la vida a la muerte, su carácter circular, de ahí las imágenes de la creación y destrucción del Universo, que coinciden con el ciclo vida-muerte de los humanos. No es un documental aparte, es su núcleo, una forma de mostrar que somos parte intrínseca de la naturaleza, de la creación, no su centro. Kubrick en comparación con Malick es un aprendiz, Malick lleva al extremo la narración con imágenes, y lo hace con los pies en la tierra, mojados, no necesita irse al espacio. El misticismo de Malick es cotidiano, el de Tarkovski forzado, impostado, medido, artificial. Malick se deja llevar, improvisar, contaminar, por la realidad, por la naturaleza, no es un Amenábar que se limita a transcribir un guión previo en el rodaje como si de un vulgar Hitchcock se tratase. La puesta en escena está muy bien para el teatro, pero estamos hablando de cine, que es mucho más que eso, las imágenes, y sonidos, de “El árbol de la vida”, son una auténtica coreografía de la infancia, al ritmo de las estaciones, que ves con un hormigueo que te recorre todo el cuerpo, y sí, eso es emoción, sentimiento, cine.
De propina lo que escribí nada más verla:
De entre los muertos
Tenía que venir Malick, como si de un nuevo Mesías se tratase, para demostrar a los críticos que se equivocaban, al espectador no le hacía falta, para constatar que Apichatpong, y todo el tinglado del cine posmoderno, era una impostura, un fraude. Sólo hay un año de diferencia entre la de Malick y la de Apichatpong, y es como si hubieran pasado siglos, los que van de la honestidad, la honradez, al cinismo, al posmodernismo. Como si de una tacada el cine hubiera recuperado la inocencia, la dignidad, su poder, su memoria. Hay más cine, vida, emoción, verdad, en un segundo de “El árbol de la vida”, que en toda la filmografía de Mekas, Benning, o el mediocre Dwoskin. Malick recupera, en todo su esplendor, en toda su nitidez, la pasión por la narración, por la ficción. Sacando lustre, desbrozando, todo un siglo de imágenes gastadas, repetidas. Devolviendo a la música en el cine su función primigenia, primordial, la de resaltar, aislar, el silencio. “El árbol de la vida” es el testamento del cinematógrafo, del Universo, su legado, su presente, su infancia. El trailer de su vida que los muertos ven antes de perder de forma definitiva la conciencia.
Malick ha enterrado al cine para resucitarlo, para quitarle las legañas, lo superfluo, su costra documental. Ha devuelto la esperanza, la fe, a los que creíamos que su degeneración, su vulgarización cinéfilo-crítica, era irreversible. “El árbol de la vida” es una bombilla al final del túnel, una losa para los impostores, para los impotentes, para los “autores”. Cine popular, amateur, para espectadores vivos. Obra maestra porque enseña un nuevo camino, el que inició el visionario Piavoli con “Planeta azul”, porque supone un antes y un después, un punto de partida. El renacimiento de la ficción en su estado más puro, más etéreo. Queda inaugurada la Era de Acuario, la del hormigueo en las venas.