Bitelchús
El auténtico inicio de la trayectoria del cineasta gótico por antonomasia y posterior vende-bolsos, una de las primeras muestras de todo un imaginario fantástico exprimido al máximo y del que poco queda en la actualidad. Desprende una energía juvenil, un espíritu gamberro que ayuda a disculpar posibles flaquezas, empezando por un guión un tanto caótico y precipitado que había sido reescrito, por no hablar del hecho de que el carismático no-muerto no aparezca hasta bien avanzada la trama (pese a titular la peli) y deje la impresión de estar poco aprovechado (aún con una inolvidable presentación). Comedia más negra que el carbón, combinando lo ingenuo, lo infantil incluso, con cuestiones macabras, mezclando canciones tontorronas con la impronta del expresionismo, el terror clásico y la serie B (aunque Burton siempre ha sido Burton y ya lo es aquí), en un alegato por los marginados, gente solitaria, como la hija rarita del matrimonio pijo, que no encuentra su lugar en la vida… tampoco en la no-vida, como le ocurre al adorable y joven matrimonio de recién fallecidos.
Optimista la conclusión, pese a lo lúgubre, pues tras el desfile de ocurrencias locas (el desierto cósmico de las serpientes de arena, la cola burocrática de muertos, la maqueta del pueblo, etc.), con el empaque visual y sonoro que sería lo habitual (potente fanfarria elfmaniana de aires circenses con que arranca el asunto)... late un discurso sobre la convivencia y el aprender a aceptar a quienes son diferentes. El tal Bitelchús, o Betelgeuse (irreconocible Keaton), aún siendo el villano, viene a ser una burla al rigído sistema kafkiano por el que se rige un mundo ultraterrenal que no tiene nada de misterioso o de terrorífico; a su manera, está más vivo que los propios vivientes, un pretencioso grupito de burgueses que parecen huidos de un libro de Roald Dahl y que encarnan la incapacidad de sorprenderse por nada (muy mala leche con la crítica al arte contemporáneo y su búsqueda desesperada de la originalidad y de dar la nota), que incluso cuando entran en contacto con lo extraordinario (el disparatado bailecito durante la cena) no piensan más que en el negocio y en sacar tajada.