Como James Steward. Así me he sentido al experimentar la última película de otro Jaime, esta vez Rosales.
Tal y como viene siendo habitual en él, no es tanto el fondo (sería muy fácil trazar paralelismos con su debut), sino la forma lo que le hace tan sumamente interesante. En esta ocasión ha vuelto a hacer pleno en el planteamiento del que se ha valido, utilizando en todo momento teleobjetivos, ausencia de diálogos audibles (creo haber entendido tres palabras, una de ellas con total y aterradora claridad), actores no profesionales (grata sorpresa la de Ion Arretxe, por hacer al asesino persona pero no cómplice) y sonido ambiente para tomar un punto de vista totalmente
voyeurista, con el que se acerca como pocos a ese concepto tan inalcanzable que es la objetividad.
Con todo lo dicho, se produce una experiencia hipersensorial en la que cada gesto, cada mirada y cada postura tiene un peso enorme, aunque la escenas sean de lo más cotidiano que uno pueda imaginar (comprar el periódico, tomarse algo en el bar, hablar con los abogados, acudir a una fiesta, jugar en el parque con un chaval, conversar con los amigos), lo que a su vez hace más perturbador el asesinato. Jamás había sentido semejante nudo en el estómago.
Óscar Durán sigue estando correcto, impidiendo que pasen factura las limitadas dos semanas de rodaje, cuidando la puesta en escena y la exposición. Es curioso, porque las escenas diurnas me han recordado a
“La Soledad” por sus emulsiones Fuji, pero las nocturnas esta vez funcionan, posiblemente porque también utilice Kodak. El plano que abre la cinta, la monstruosa sombra de Ion en las cortinas de su ventana o en la valla de un puente y el primer plano del protagonista huyendo tras el asesinato rodado de vehículo a vehículo son lo más destacable en el aspecto visual.
Resumiendo, esta es la manera más valiente, comprometida y plausible de abordar una temática TAN delicada, poniendo siempre la sociedad actual como telón de fondo. Eso no quiere decir que la película no tenga sus peros, como la caída de ritmo en la secuencia en que aparcan el coche en un garaje. Gustará a pocos, pero estoy convencido de que, salga uno con la impresión que sea, no podrá dejar de darle vueltas a la cabeza, y entonces se dará cuenta de que tuvo ante sí un largometraje con la inteligencia necesaria para funcionar. Bienvenidos al laboratorio de Jaime Rosales.
Un abrazo