Respuesta: VALOR DE LEY . Los Coen vuelven al western
Valor de ley, versión Coen, es un western que me sigue llamando la atención por un aspecto en concreto: su sobriedad en la gran pantalla. Aquí no se recurre a escenas cargadas de acción, no hay filigranas visuales como podría esperarse de un género como el western y aún así hay grandes momentos al respecto como ese duelo a caballo con las riendas sujetas con los dientes mientras las balas silvan campo a través. El ritmo aquí es uno de los elementos más fundamentales: un ritmo pausado, sin prisa, con el reloj parado, como me imagino así sería la vida en esos tiempos. Sin ir más lejos la película es un viaje en sí mismo, un viaje de búsqueda, un viaje de comprensión pero al fin y al cabo un viaje de descubrimiento.
Con los elementos comunes y constantes leiv motiv del género como son y serán la venganza / la justicia, los Coen recurren a una ambientación modélica al respecto. Cada detalle, cada elemento, cada situación, cada personaje rezuma clasicismo al poder. Tan sólo hay que ver la apertura, con ese muerto en el suelo, cámara fija mientras los forajidos huyen a caballo (la foto lo es todo en este instante) para luego acompañar a la cámara a un pedazo de historia: ese pueblo, esa gente, esa indumentaria, ese ahorcamiento. Todo evoca un tiempo, un género, un estilo. Si bien es cierto que el tono de la película se me antoja un tanto extraño ese elemento también juega a su favor.
Son personajes fríos, distantes. Empezando por Matty Ross, una niña con un vocabulario y un diálogo demasiado adulto para una niña de 14 años pero que cumple con su misión como un adulto, una niña que transmite como pocos y consigue labrarse un rol que convence, ya sea por su dicción o por su pose. Una niña con el honor del padre muerto y la venganza por su muerte amparándose en las leyes y el valor de estas. Y lo mismo puede decirse del Rooster Cogburn de Bridges, un hombre seco, alcohólico, una especie de vieja gloria en una especie de redención y a su vez un viaje demostración de que aún puede seguir ofreciendo sus servicios por un bien mayor. Quizás Matt Damon es el que menos me cuadra o el que más desidubajo se encuentra. Pero mi favorito sigue siendo Ned Pepper, un Barry Pepper en estado de gracia, cuya fisonomía y su rol dan autenticidad a su personaje, junto con su panda de forajidos.
Si algo me gusta de la película es la fotografía de Roger Deakins, logrando un enfoque onírico, poético, bello pero a su vez rústico, rudo, como suelen presentarse últimamente los westerns de ahora. Dándole el enfoque de un lugar solitario, carente de calidez. Redondeado con parajes e iluminación naturales que evocan tiempos pasados de la mejor forma posible y que consiguen darle mayor epicidad al conjunto, junto con momentos donde la belleza excelsa es patente como esa nieve que cae auspiciando la soledad del hombre o esa noche estrellada en el momento álgido, donde Ross, convertido en el padre que tiempo atrás fue, intenta salvar la vida de Mattie, en una noche envuelta en estrellas como si de un sueño eterno se tratase.
Un filme que contiene pequeños estallidos de violencia westerniana como esa entrada en la cabaña (la sequedad de los disparos sigue siendo impresionante al respecto) o Mattie a solas con su acérrimo enemigo donde la vida de ella corre auténtico peligro. Pero aquí no priman los tiroteos al amanecer ni los duelos en la concurrida calle principal del pueblo. Aquí lo que importa es que los Coen narran a la antigua usanza, donde los diálogos y las situaciones que llevan a tomar según qué decisiones lo que prima por encima del conjunto aunque cuente con algún altibajo puntual. Y si bien es cierto que no es una película apabullante, donde el efectismo sea la norma establecida "Valor de ley" se alza como un western con aroma a clásico, con evocación a los grandes títulos de antaño y que el final redondea del todo el conjunto.
Para el recuerdo: el plano del hombre oso y ese hombre ahorcado en lo alto de un árbol.