Fitzcarraldo
El film que condensa la obra del alemán, algo mayúsculo que traspasa los límites de la ficción y el documental, autor y personaje, fondo y forma. Cine de aventuras y poema visual en toda regla, una hazaña épica en la selva peruana, demostración de locura o bien de arrojo sin límites, cuyo conocido y calamitoso rodaje fue un paralelo exacto de lo ocurrido en la propia película. Como Herzog, Fitzcarraldo o bien es un trastornado que pone en peligro todo lo que tiene, a los demás, a sí mismo, por un proyecto absurdo, irrealizable… o bien es el último romántico en un mundo acomodado que sólo busca el máximo beneficio, un soñador hasta las últimas consecuencias. A Kinski no le hace falta sobreactuar, pues su mera presencia y físico, cada gesto y cosa que hace (tampoco es que abunde el diálogo) nos pone ante un individuo único para bien o para mal… es curioso cómo su entusiasmo demencial acaba contagiando a los otros y quedan a su lado los más pirados (como ese cocinero mujeriego con unas ocurrencias dignas de Da Vinci). El final, un delirio hecho realidad, un gran fracaso que en la cabeza de nuestro hombre tiene sentido y supone un grandísimo triunfo… si el cine busca darnos lo real transformado, bajo otra perspectiva, tal milagro lo ejerce aquí el amigo Werner con su cámara, siempre atenta a apuntes costumbristas, captando fauna diversa, a la gente local...
No falta un humor tirando a absurdo (¡ese retrato!) en una narración ensimismada, morosa, que no rinde cuentas a nadie. Puede decirse que cada entorno, cada paisaje fluvial y selvático, se filma como si fuera algo insólito, como si fuera la última vez (el lento avance del barco, la vegetación tragándoselo o poco menos), con el acompañamiento de músicas solemnes, buscando esa sensación de maravilla. Se funde la perspectiva mágica, ancestral, de los indígenas, con el idealismo germánico y nietzscheano de Fitz, lo grandioso y mítico del género operístico que tanto le obsesiona (ésto a su modo es toda una ópera fílmica). La danza del pobre navío sobre los rápidos, y desde luego la secuencia cumbre, su ascensión a través de la montaña, tienen el efecto de ver el mundo al revés, o de contemplar algún accidente. Y no es descartable una lectura anticolonial, por mucho que Herzog diste mucho de ser un cineasta político; pueblos explotados cual ganado a manos de un occidental ególatra y sin escrúpulos, cuyas bellas ideas de un arte sublime están edificadas sobre sudor, sangre y destrucción del medio, sin auténtica comprensión de la cultura ajena (sólo aprovechamiento… contradictorio ésto incluso con el trabajo real tras las cámaras). Desde luego la caricatura de los empresarios del caucho no puede ser más grotesca, por no hablar de la feliz esposa, poco menos que una turbia “madame”.