Beau Geste
Curiosa mezcla de aventura colonial y película de intriga, con un comienzo desconcertante; un fuerte abandonado en pleno desierto del Sáhara, todos sus hombres muertos y colocados en pie como si siguieran en guardia, y ésto es sólo uno de los enigmas del lugar. A partir de aquí tenemos un extenso flashback que nos ofrecerá las claves a medida que avanza la trama (no queda todo claro hasta el mismo final), en torno a tres hermanos, la legión extranjera y el robo de una valiosa gema. Una historia sobre hacer honor al propio nombre, sobre unos huérfanos inseparables en su destino, que comparten unos valores de heroísmo, camaradería y honor... una oda al amor fraternal, en definitiva (puede intuirse un contexto de cierto desarraigo -y sobre todo de diferencias sociales- que lo ha propiciado). Sin embargo, la tan idealizada legión no deja de ser un sumidero de escoria humana (delincuentes, gente traicionera, o bien deseosa de sobrevivir como sea), en contraste con tan elevados principios; les espera una vida dura, con la muerte a dos pasos… la cosa trata, por lo tanto, de la importancia de ciertos valores individuales en medio de una realidad nada romántica y muy contraria a dichos valores (cae en la cuenta de ello ese superior gravemente enfermo, poco antes de palmarla).
Para muestra, el inolvidable villano que encarna Brian Donleavy (con una presencia imponente), el sargento Markoff, que lejos de quedarse en mera caricatura de malo malísimo acierta a ser, en toda su perversa inteligencia y crueldad, un superior digno de tus peores pesadillas (posible antecedente de otros militares cabrones como los de La chaqueta metálica o Apocalypse Now): un sujeto bien adaptado al medio, cuya ausencia del menor escrúpulo le convierte en el soldado perfecto (cosa que habla por sí misma de esta profesión, vaya). Se me queda bastante cursi la parte relativa a la infancia y los juegos de los protas, pero lo que directamente da grima es ver a un señor como Gary Cooper persiguiendo ratones en esmoquin por su casa y fingiendo ser un granuja adolescente. Los tuareg, por su parte, son tontos perdidos al dejarse engañar por cualquier artimaña: un enemigo despersonalizado y semejante a una masa anónima, a una fuerza de la naturaleza difícil de contener. La dirección, tan clásica y precisa, tan al servicio de lo contado como cabría esperarse, ofrece unas secuencias de batalla similares a las de un western, sin olvidar lo más emotivo (ese funeral vikingo enternecedor, o ese final agridulce, entre el triunfo del amor y el recuerdo de los caídos).