Enríquez escribe y nos mete la inquietud en el cuerpo. Hace uso de un vocabulario cotidiano, de igual modo que su estilo de terror se nutre de la vida real y de los miedos colectivos. Si este conjunto de cuentos no llega al nivel del siguiente, desde luego no se queda muy atrás. Se abre con “El desentierro de la Angelita”; historia muy negra y chiflada en torno a la culpa heredada dentro de una familia, sobre una niña que encuentra unos huesos humanos y desde entonces se le aparece un no-muerto infantil incapaz de descansar en paz. Uno de los temas preferidos de la autora es la pubertad, el descubrimiento en la adolescencia de los celos y las frustraciones; en “La virgen de la tosquera” cobran peso las supersticiones de ciertas culturas, en forma de aparente maldición en mitad de un entorno natural presidido por el fenómeno de las tosqueras, o peligrosos estanques artificiales producto de las obras de construcción en los que el baño puede ser un peligro.
De nuevo un maleficio desata la ruina y el infortunio y supone una venganza contra las clases pudientes en “El carrito”, producto esta vez de la brecha social, del maltrato hacia un pobre desharrapado que sin embargo es heraldo de una perdición que alcanzará a todos tarde o temprano. Una obra maestra es “El aljibe”, en la que nos hablan del miedo en sí, de un terror irracional hacia todo que se transmite generacionalmente, peor aún que la propia muerte… pero lo peor es que aquí la prácticas de brujería no son tan terribles como la podredumbre dentro de la familia, el egoísmo y la cobardía de quienes supuestamente son tus seres queridos. En “Rambla Triste” la autora ahonda en su faceta cronística y trata de los males y la degradación urbana de Barcelona, vista por los argentinos que viven en ella; un panorama de leyendas urbanas, paranoia y represión policial, ecos truculentos del tristemente célebre Caso Raval… los espectros no son sino los más pobres, en condiciones de miseria extrema, portadores de la pestilencia de una ciudad que extiende sus tentáculos y no deja escapar tan fácilmente. Un relato más tradicional en temática, que no en forma, es “El mirador”, con un imaginario de edificios encantados, seres inmateriales que se alimentan de la desesperación; asoman el trauma sexual, la depresión y la enfermedad mental, un destino que se cierra, y es que las verdaderas almas errantes son las vivas y de carne y hueso.
Perversiones sexuales y fetichismo son lo central en las dos piezas siguientes, “Donde estás corazón” y “Carne”; ambas se hunden en la poética truculenta del cuerpo, la enfermedad y los órganos, con el amor incondicional y la muerte como absoluto. Unas veces son ciertos individuos de sensibilidad muy particular quienes se unen para llevar a cabo unas prácticas extremas, de un romanticismo en realidad exacerbado. Otras veces se acercan a fenómenos de histeria colectiva, de adolescentes fanáticas de ídolos musicales a quienes profesan un inquietante culto cuasi-religioso o místico, sea locura o iluminación, con el sacrificio como paradójico acto de amor supremo. “Ni cumpleaños ni bautismos” no abandona las perversiones y va de los prohibido, de filmarlo, hace dudar de si estamos ante una caso de posesión o de trastorno psíquico relacionado con la represión sexual; la cámara recoge tan solo las consecuencias externas de un mal invisible.
El fenómeno tan argentino de las desapariciones, en esta ocasión de niños y adolescentes, se da cita en “Chicos que vuelven” ¿Qué pasaría si el retorno de un desaparecido no fuera un hecho feliz, sino perturbador? El horror a lo desconocido y la cuestión del doble, del fantasma, se encarnan en unos seres convertidos en desconocidos para sus familias, pues nada vuelve a ser igual para nadie. En el breve “Los peligros de fumar en la cama” se aborda con una belleza extraña la decadencia y la tristeza de los olvidados, de personas afectadas por la soledad, el aislamiento, en una atmósfera de nocturnidad donde amenaza el peligro de arder vivo por un accidente. Y finalmente, se mezclan de nuevo lo juvenil, los juegos peligrosos con fuerzas ocultas, el descubrimiento de la adultez, con el fenómeno de la gente esfumada sin rastro, más próximo esta vez a la realidad política de la dictadura, en “Cuando hablábamos con los muertos”.