En un lejano planeta que se parece sospechosamente a la tierra, un grupo de aventureros liderado por el joven astrónomo Ark Rhenius se propone llevar a cabo una hazaña nunca lograda hasta la fecha; alcanzar el polo norte de ese mundo, desafiando unas condiciones climáticas adversas y adentrándose en un territorio cuyos peligros son apenas imaginables... pues allí encontrarán algo que desafiará todo aquello en lo que han fundado su sociedad, cuya estructura y organización recuerda a épocas medievales.
Sencilla, inocente y añeja sci-fi a la que se le puede reprochar un giro de tuerca bastante previsible y fácil de pillar si se atan cabos, así como una historia un tanto falta de desarrollo, con unos personajes-tipo (el mentor, el taciturno, el caballero intrépido, el personaje un poco odioso que encarna una actitud intolerante...) a los que les falta un mayor lucimiento o aprovechamiento, pues sólo empiezan a adquirir interés cuando la novela se está acabando ya. Aparte de que algunas cuestiones, como cierta amenaza monstruosa que persigue a nuestros héroes, aunque se intuyen, no terminan de cerrarse por completo.
Se alterna la narración principal con extractos del diario, o más bien de los diarios, del protagonista; por un lado, una crónica “oficial” del descubrimiento, por otra, unas impresiones más íntimas y dirigidas a la amada de su corazón, que como veremos, tiene un papel importante en todo esto.
Realmente, pese a la ambientación, podría tratarse de una historia situada en el siglo XIX, en un tiempo de avances científicos y exploraciones que pondrían en cuestión las creencias más firmes e indudables y que ampliaban los horizontes conocidos del mundo hasta el punto de cambiarlo todo, disipando las nieblas de la ignorancia... aunque también susceptibles de arrastrar a la humanidad a la guerra y al exterminio; es decir, a la pesadilla tras el progreso.
En sí mismo, el libro es mejorable, apunta maneras, pero no alcanza. Sin embargo, me quedaría con algo muy bello que tiene, muy triste pero conmovedor, y es un homenaje a los soñadores incurables, a lo humano tras las gestas sobrehumanas. A unos hombres con una fe inquebrantable en el misterio, en buscar, encontrar, ir en pos de la verdad hasta donde haga falta (una verdad que puede adquirir diversas formas), más allá de peligros, incluso aunque les cueste la vida y tengan que ir contra las rancias convenciones de su tiempo. Si su maestro es un visionario incomprendido, Rhenius es un romántico extremo que profesa una devoción quijotesca por una mujer a la que apenas conoce y que habita más en su cabeza, en su deseo, que en la vida real, pero cuyo amor le impulsa a los actos más impensables. Una fe que, aunque en el fondo sea una quimera, nos impulsa hasta el último aliento, incluso contra esa “noche perpetua” que nos aguarda, que acaba por ser la única certidumbre que tenemos.