Aprovechando el tremendo tirón de la serie de la HBO y el interés que suscita su creador, el nuevo sello de género negro Salamandra Black (¡mucha suerte!), comandado por la imprescindible Anik Lapointe (ex cabeza visible de la Serie Negra de RBA), ha debutado de manera inmejorable publicando recientemente en España esta obra que data del año 2010 y que, desde luego, puede entenderse como la semilla a partir de la que derivó tal producto televisivo. Habida cuenta de los puntos en común entre ambas ficciones (dos líneas temporales que se alimentan mutuamente, protagonista ambiguo y poliédrico, atmósferas y escenarios tortuosos, villanos desalmados, trascendencia del pasado, ambientes
redneck, sacrificio redentorio, luces y sombras permanentes, etc), lo cierto es que se percibe una unidad temática en el autor, un universo propio bien reconocible.
La he terminado conmovido, con los ojos humedecidos, con un nudo en la garganta; con el inmenso placer de haber leído altísima literatura negra contemporánea que, incluso, trasciende los recursos sobradamente conocidos para alcanzar niveles de un lirismo arrebatador, para expandirse al corazón de las tinieblas que reside en cada uno de nosotros e introducirse en la cabeza, en el alma, y residir allí durante un buen tiempo como toda buena experiencia vívida que se precie. Es angustiosa, inquietante, nostálgica, triste, trágica, humana y liberadora. Como manda la tradición, estamos ante personajes condenados por unas vidas hostiles y unas circunstancias contrarias. Ya se sabe: la influencia nociva del entorno, las contrarias condiciones de origen, la interacción con personas que marcan a fuego el destino de los desarraigados. En definitiva, gente atrapada por su pasado, que pesa como una losa que hunde su futuro. Desde ese itinerario vital tan noir que sugiere fatalismo y perdición, Pizzolatto construye una historia que avanza por territorios desolados y golpea nuestra sensibilidad con un pesado mazo cuando es menester. Tras el calor que va surgiendo entre Roy Cody, el letal matón en obligada fuga, y Rocky, la rubita sensual
no-tan-desamparada que se cruza en su camino, se encuentran agazapados los demonios interiores de ellos mismos y los físicos, los reales, los que beben en la barra y andan al servicio del jefe de la tribu, listos para saltar a la yugular y despedazar a la presa, a la víctima que queda reducida a escombros humanos. Por ello, sus instantes puntuales de violencia explícita (y malsana) duelen de verdad, aunque quizá lo más hiriente sea la certeza de que el fin se acerca y nada puede frenarlo. Huyen de la muerte cuando, en realidad, ya están muertos y nada pueden hacer para resucitar y cambiar a una vida distinta, quizá mejor, quizá alejada del pozo en el que están a punto de caer. Desde luego, nada hay banal ni gratuito en esta novela cuyas tremendas cargas de profundidad agujerean al lector más pintado. Creo que hay que ser un escritor de gran talento para extraer emoción de un material que bebe de muchos precursores y transformarlo en algo que
se siente original (aunque no lo sea). No en vano, el
hardboiled, la
road novel (de Louisiana a Texas), el terror natural y abisal con resortes de nihilismo existencial y cosmicismo (la tormenta arrasadora como espada de Damocles) y el American Gothic influyen en el autor de modo sustancial, y así lo ha reconocido en las numerosas entrevistas que ha concedido a raíz de la primera temporada de “True Detective”.
Y cuando Pizzolatto deje la tele, por favor, no nos rasguemos las vestiduras, pues regresará a las letras y seguirá haciéndonos (in)felices.
Bravo, bravo y bravo.
PD: A los que les haya gustado, yo les animaría a leer ahora
“Por mal camino”, de Chris Womersley (EsPop Ediciones), otro magistral noir moderno de corte atmosférico, de cocerse a fuego lento, de huida desesperada a la nada y de
hostiazas brutales en todo el
careto del lector. A ver quién es el chulo que sale indemne de sus últimas páginas, que se sitúan entre lo más salvaje que he leído y leeré. Más lírica y más cruel aún que
“Galveston”, no deja títere con cabeza. Dinamita pura.