Lo tengo cada vez más claro, Andreu Martín pudo ser el Terry Prattchett español. Y este libro me lo vuelve a confirmar... ¡brutal!
Ilya es un niño de la Europa medieval (Rusia seguramente) que tiene la desgracia de sufrir un ataque de catalepsia al día siguiente de ser atacado por un "hombre lobo" que viajaba con unos feriantes. Pese a estar consciente de todo, no puede comunicar su no-muerte a sus familiares, que preparan su entierro. El muchacho tiene la "suerte" de asistir a los ritos funerarios de la época como estrella, pero, cuando despierte finalmente de su ataque, poco antes de ser enterrado... un muerto que resucita es un muerto que resucita. Un vampiro.
La casa de Ilya es incendiada por los pueblerinos, animados por el indescriptible pope Popov, y el chico huye, por los pelos, al Bosque Negro, donde iniciará su nueva vida, completamente convencido de ser un vampiro, e intentando adaptarse a ello: dormir de día y buscar sustento por la noche (ya sea sangre de virginal doncella o unas buenas morcillas) y confraternizar con el resto de los monstruos que habitan el Bosque, o, más seguramente, solo la mente supersticiosa de los aldeanos.
La novela es, por un lado, un relato típico de la Hammer: así, tenemos brujas, pactos satánicos, vampiros, hombres lobo, dragones, una cruzada en pos de eliminar a las fuerzas del Mal... pero todo es apariencia. La bruja es una mujer sensata (cosa rara en ese pueblo de locos llamado el Valle Omiso), los pactos satánicos solo son consejos de amigo, los vampiros son solo adolescentes salidos y asustados, los hombres lobo son hombres con una enfermedad, los dragones no existen más que en la imaginación, y los cruzados son un monje loco, un bárbaro Conan style pero a lo ridículo, un poeta tonto, y un indescriptible naturalista que carga con dos esclavos negros.
La escena entre el obispo y el pope me recordó, nuevamente, a Prattchett. Toda la novela parece responder a ese estilo: una "historia de miedo" que sirve, en realidad, para criticar o al menos mostrar las absurdeces del pasado (y del presente). Lástima que Martín no se prodigara más, pues le iba el policiaco.