Me ha dado por releer Entrevista con el vampiro, (puede caer algún SPOILER) lectura juvenil donde las haya, tan objeto de culto como de crítica por haber hecho demasiado “sensible” al vampiro tradicional, o bien por suponer el germen de un subproducto como Crepúsculo. Me he reencontrado con una novela larga, quizá demasiado, deslavazada en su relato de las tribulaciones del atormentado vampiro Louis de Pointe Du Lac… doña Ana Arroz peca de un exceso de gravedad y trascendencia (el protagonista termina por saturar con sus pesares y constantes pajas mentales), dignas a veces del diario de algún quinceañero (hay alguna que otra frase que es como para crucificar a alguien), aunque con ocasionales raptos de inspiración, creo yo, en ciertas descripciones nostálgicas de lugares y épocas. Entiendo, pese a todo, que diera lugar a toda una saga, pues la autora acertó al reformular el mito vampírico y explorar la vertiente más trágica y (paradójicamente) humana de estas criaturas de la noche, con más similitudes con la novela gótica y romántica (del romanticismo) que con el terror moderno. Cuatro personajes, Louis, Lestat, Claudia, Armand, todos marcados por su “condición”, por la eternidad, que les distancia radicalmente de los mortales, por la soledad también. Sus relaciones, un tanto enfermizas, parecen marcadas por el empeño de dar sentido a su no-vida. En el fondo, el vampirismo es la metáfora existencial de una realidad cruel, inhóspita, que no entendemos, donde nos dedicamos a herirnos entre nosotros, donde la vida es dolor y el goce se mezcla con el sufrimiento.
Louis emprende un viaje de aprendizaje, en el que intenta conciliar unos sentimientos aún humanos, una culpa muy judeocristiana (por la muerte de un hermano en el que nunca creyó), con su nuevo ser; nunca podrá superar la paradoja de amar la vida y ser su peor enemigo, alimentarse de ella, matar cada noche… ahora entiende el “milagro” de lo vivo, que no pudo entender durante su cómoda existencia burguesa de mortal. En el extremo contrario, Lestat viene a ser un Sade, un tipo que utiliza su condición para desatar una venganza contra todos aquellos que viven, asumiendo su naturaleza bestial con total despreocupación; despiadado, seductor, inmoral… sin embargo, no carece de sentimientos, solo que nos los acepta ni exterioriza; también es alguien que está muy solo, que se refugia precisamente en la ausencia de emociones, en el goce perpetuo, y si necesita a alguien a su lado, lo obtiene de la manera más cafre (mediante el chantaje emocional, o aprovechando las debilidades ajenas). En cuanto a Claudia, es el vampiro perfecto (una especie de mujer fatal en miniatura que da lugar a un peculiar trío “noir” con el tolai de Louis y el cabrón de Lestat), pero también un ser mutilado, encerrado para los siglos en un cuerpo de niña. Ni ama, ni odia lo humano, como sus “padres”, pues solo quiere saber más de sí misma y de su especie; en este personaje parece canalizar Rice sus traumas más jodidos en torno a una hija que perdió… nadie puede hacer feliz a Claudia, sólamente una pobre loca atormentada por el recuerdo de su difunta niña. Sin comentarios.
La naturaleza de los chupasangres es aquí “realista”, sin cruces, ajos ni estacas, sin elementos abiertamente sobrenaturales, aunque sin llegar a traicionar el espíritu de lo que es un vampiro. Alimentarse de sangre aún caliente es poco menos que una experiencia mística y la única posibilidad que tienen estos desgraciados de “sentir” algo, con un marcado carácter erótico… no es gratuita, por cierto, la ambigüedad sexual de unas criaturas que, al fin y al cabo, están al margen de lo reproductivo y generan sus propios vínculos afectivos, o bien sus propias (y endebles) estructuras sociales (las normas que asume una comunidad de vampiros parisinos). El personaje de Armand, pese a aparecer casi al final, bien puede ser el más interesante; un tipo insondable, más allá del bien y del mal, que con los siglos ha adoptado una postura estoica, neutral… su conclusión es tajante; un inmortal debe elegir entre el suicidio, el hastío de lo eterno, o bien la ataraxia, no sentir ni padecer. Cuando termina la “entrevista”, el pesimismo de Louis, tal desesperado y llorica, parece ser lo único que queda… pero el afán del entrevistador por unirse a los chupasangres da que pensar: o bien los mismos errores se repiten en un círculo infernal, o bien estamos ante un redescubrimiento, una nueva y feliz oportunidad para descubrir los secretos, las terribles maravillas reservadas sólo a quienes engrosan las filas de los vampiros.