Respuesta: Airbender, el último guerrero (The last airbender), lo nuevo de Shyamalan
Atención, se atormenta una vecina. Digo que viene un tochazo gordo.
Y viene un tochazo gordo porque me veo en la obligación de predicar. Porque está claro que en este mundo de caos, de desconcierto, donde el azar domina nuestras vidas y la entropía desordena el universo, no queda otra cosa que volver a la rectitud del buen camino, no hacer caso de las lenguas viperinas y plebeyas que no saben lo que dicen. Ante la astracanada, el meme, la frase hecha que busca ser repetida hasta convertirse en verdad - ¡que feliz sería Goebbles! - no queda otra cosa que tirar el paño que nubla nuestra vista y confrontar la propaganda con la realidad.
Y la realidad es que el odio hacia M. Night Shyamalan es algo que nunca pensé llegar a ver. No concibo como un director que nos regala deleites visuales, que ha demostrado una inteligencia fuera de lo normal en su planificación y una autoconsciencia para ejercer un discurso propio, de auténtico maestro, de madurez inusual en estos tiempos donde los directores son meros títeres de economistas y publicistas, de la era de la imagen, del gritar mucho para tener razón, sea tan odiado. Shyamalan es poco menos que una voz personal entre alaridos que buscan desprestigiarle y no dejar que escuchemos a nuestro corazón, a ese sonido profundo y hermoso que subyace en su obra y que no podía ser menos, lo hace con fuerza en "The Last Airbender".
Porque toda la obra de Shyamalan nace de una pulsión humana, de un cariz acogedor e íntimo que siempre gira en torno al espíritu humano, y el espíritu humano nace de la duda, de la incomprensión, de aquel que recibe el don de la conciencia, que ha comido del árbol de la sabiduria y deja de ser una bestia. Ese espíritu recorre su obra como una obsesión, buscando que sus personajes crean y encuentren su identidad, la acepten. Su cine es una búsqueda de la paz interior, del amor a uno mismo y a lo que nos rodea. Eso es indiscutible.
"Airbender" vuelve sobre este tema de la manera más evidente posible: el héroe que lo es a su pesar, como Willis en "El protegido", Gibson en "Señales" o la comunidad de vecinos en "La joven del agua" y hasta cierto punto, también el niño de "El sexto sentido". Una vez que aceptamos eso, es obvio porqué Shyamalan se interesó en este proyecto. Pero es que el verdadero corazón de la película no es Aang, si no el príncipe Zuko. Si se criticó a Shyamalan por erigirse a sí mismo salvador de la humanidad en "La joven del agua" (en lo que era una obvia metáfora sobre el poder del arte como salvación), ha hecho penitencia en sus dos últimas películas: siendo primero esa voz anónima que siembra la duda en el matrimonio de "El incidente", es decir, siendo 'El otro', el despreciado que ya no merece ser núcleo del relato si no un instigador en la sombra... y ahora tiene su alter ego en la trágica figura del príncipe Zuko, un villano que busca redimirse, forzado a vagar solo y a defender lo que cree, obligado a trabajar para la Nación del Fuego (¿Hollywood?) aun cuando es repudiado por este. La belleza de ese personaje, caído en desgracia por su honradez y en busca del afecto de su gente me habla más de los motivos de Shyamalan para hacer esta película que ninguna entrevista absurda vista en Youtube.
Pero sobre todo, "Airbender" es una obra técnica, como ya lo era "El incidente". La trama es una versión minimalista de la penosa y lamentable serie en la que se basa, un subproducto que mezcla con la alegría de la ignorancia el taoismo, hinduísmo, budismo y topicazos de un mal entendido exotismo por lo oriental. La película no se libra de esto pero juega a nivel técnico a reconocerse en ello: desde los títulos de crédito con sombras de posturas marciales, Shyamalan está dejando claro que clase de película estamos viendo, una reformulación infantil desde los despachos de Hollywood de la indigestión de wuxias y películas de artes marciales de poca monta. Es, de algún modo, su "Kill Bill", su reciclaje de basura para crear algo que sirva a sus propósitos. Si los propósitos de Tarantino eran, ante todo, la estilización de sus formas, la manera en la que ha integrado el trabajo de otros directores como un video jockey... en Shyamalan el propósito no puede ser otro que el movimiento de la cámara y el discurso adherido a él. Porque la cámara en "Airbender" se mueve con la habilidad que solo proporciona la inteligencia y el talento para lo audiovisual; mirando a Ang Lee, pero no solo a la obvia "Tigre y dragón" si no remontándose a "Pushing Hands", ha utilizado la manipulación de los elementos como la excusa para hacer de la manipulación de la cámara su propia prueba de maestría. ¡Esas escenas de acción que, en un único plano, compone con relentizaciones diversos ejes de acción o como introduce el zoom de las películas de artes marciales no con gratuidad de quien solo pretende homenajear, si no dándole una utilidad nueva, en el énfasis de componer otro plano dentro de lo que ya es un plano secuencia que busca generar la sensación de ser varios! Y es que el plano secuencia se convierte aquí en la rítmica de la película, que le lleva a jugar con la elegancia de quién es alguien muy, pero muy superior a los Columbus, Weitz y demás morralla de directores infantiles (e infantiloides) con quien se le ha comparado: cuando la cámara pasa de la apacibilidad con la que Aaang y la chica entrenan con el agua a casi un plano subjetivo del hermano viendo humo en el horizonte ¡que manera más elegante de transmitir la amenaza y persecución sin resultar obvio o ruidoso! Donde cualquier manazas habría puesto un plano de un ejército avanzando por el bosque y bramando, el lo reduce todo a una cuestión de eje de miradas. Otro ejemplo, por si no fuera suficiente, está en ese soldado que para saber de la intrusión al templo del fuego ve como un casco llega rodando por el pasillo, y cuando dobla la esquina, se encuentra a sus compañeros colgados (un paralelismo con los muertos de "El sexto sentido" o los suicidas de "El incidente").
Es cierto que el montaje es horrendo, algo que pone bastante de manifiesto que hay mucho, mucho metraje que no hemos visto, como esa secuencia en la que Aaang y Zuko comparten su tiempo juntos y que el montaje en cine nos ha privado de ver, o como Aaang llega por primera vez a la aldea. Todos esos momentos que algún mentecato habrá considerado "de transición" y que sin duda mostraban esos minutos de respiro y asombro que la película necesita. La voz en off, algo que me ha recordado a esa frase suelta que sonaba sin motivo alguno al final de "El incidente" para explicar lo sucedido, es la ceguera de esos productores que no saben confiar en un director así pero que además minusvaloran a su público. Los niños son malos actores, en especial el protagonista que, pese a la evidente capacidad de mímica y lenguaje gestual que domina, así como lo bien que se integra en las escenas de acción (el punto fuerte de la película) es completamente negado para transmitir con la mirada o proyectar debidamente su voz, igual que la sosipava de su acompañante. Y eso es lo que mata la película: por un lado, la negligente fidelidad al monstruoso material original, por el temor que suponen las quejas de un montón de críos con mal gusto, hacen que el texto sea absolutamente deplorable... y por el otro, la necesidad tanto de un casting que se ajuste a exigencias de productor (como las razas completamente absurdas: ¡esa familia caucásica que vive en una aldea de esquimales!) como a las dificultades de tener un protagonista cuya fisicidad en las escenas prima por encima de su talento como actor, crea tantos y tantos problemas. Pero solo ver esto, negando todo lo demás y encima tener el atrevimiento de compararlos con zurullos como "La brújula dorada" o "Narnia", películas hechas por mentecatos, por catetos, por auténticos enanos mentales... es no saber valorar lo que de verdad importa, que no es el qué, si no el cómo.
Vamos, que es una puta mierda, pero aún hay escondidos en algunos momentos de brillantez la voz del indio, como ese plano maravilloso de una ola cubriendo el cielo mientras el pobre príncipe Zuko huye en una barquichuela.