Avatar: Pandora pertenece al viento
Me encantan estas casualidades. La primera película que veo en este año desde mi flamante silla de ruedas es sobre un tipo en silla de ruedas. Sin embargo, pronto se me pasa el efecto de reconocimiento con el protagonista ante el burdo ejercicio de espiritualidad new age obamita y la rancia puesta en escena de un James Cameron que vende el arte cinematográfico a un cansino y repetitivo ejercicio de piruetas en 3D.
Obsesionado por ser ingenioso con la tridimensionalidad reduce la historia y sus protagonistas a una unidimensionalidad paradójica, porque pretendiendo convertirse en adalid de los "indios" azules la película rezuma ese sutil racismo que convierte en Mesías de los oprimidos a un miembro de la especie opresora, el cual se permite incluso el lujo de despreciar su lengua. Mel Gibson fue infinitamente más honesto en Apocalypto.
La historia es la ya muy rancia de Bailando con lobos (en este caso, dragones voladores), El último samurai y Pocahontas, con toques luditas, anticapitalistas y antimilitares, todo ello salpicado con la hipótesis Gaia. Desde el punto de vista estrictamente cinematográfico es un callejón sin salida de lo que puede significar la tridimensionalidad entendida como un fin en sí mismo. Desde el punto de vista político, el triunfo de esa mentalidad blanda y sentimental, profundamente hipócrita, de las almas bellas que se atreven a recitar con sonsonete de sermón sacerdotal "la tierra pertenece al viento" mientras contaminan como el que más, o critican la tecnología deshumanizadora a lomos de un monstruito de efectos especiales.
PD. La siguiente que vi fue Singularidades de una chica rubia, del centenario Manoel de Oliveira. Una lección sobre la construcción espacial de la secuencia utilizando herramientas básicas: composición del plano, picados, contrapicados... todos y cada uno de ellos con un sentido preciso dentro de una historia compleja, tan divertida como trágica. Y dura 64 minutos contra los elefantiasicos 162 minutos de Cameron. Pero Oliveira no necesita rellenar su ego de estopa temporal ni pierde el tiempo con clichés, redundantes explicaciones y diálogos para enmarcar en el libro de los lugares comunes.
PD. Una mención especial merece la banda sonora de James Horner, una secuencia de gorgoritos angelicales. Desde luego si los coros de serafines se dedican a cantar eso en el Paraíso prefiero con mucho el infierno dodecafónico de Satán. Otra mención especial para la etnomusicóga que ha diseñado los bailes colectivistas de los "indios" azules, una mezcla entre discoteca ibicenca y desfile estalinista conducido por un chamán vudú ecologista.