Pues sí. Este majestuoso capítulo, arrollador como prometía, podría haber sido el final de la serie perfectamente. Hay una cadena de explosiones dramáticas que
duelen de verdad y que coronan todo lo que se ha ido gestando desde el principio de esta gran aventura que jamás olvidaremos, desembocando en un conjunto de consecuencias trágicas que se hacen
aterradoras. En contra de lo que los malpensados (o los cenizos) podrían sospechar, de momento y salvo que se demuestre lo contrario, los guionistas no bajan el pistón, continúan siendo leales a la coherencia férrea de la idiosincrasia de la serie y ya no sé yo (aunque se pueda intuir un carácter belicista) qué nos pueden deparar estos dos capítulos finales, que muy gigantes han de ser para resultar climáticos en comparación a lo que hemos vivido ahora. En todo caso, que nos quiten lo bailao. Gilligan puede hacer lo que le salga de los huevos... y nadie debería enfadarse.
Lo que sí tengo claro es que la serie mantiene la ambigüedad más brutal sobre el personaje de Walt, y que yo paso de aplicarle los conceptos de bueno o de malo, que a mí me parece que no valen. Los excesos nunca han vencido la profunda humanización (dentro de la lógica de esta ficción, claro) del personaje, su credibilidad, su posibilidad de existir y de actuar como actúa por razones que uno puede llegar a entender dentro de la infinita gama de grises en los que está.
Por no hablar de la reutilización permanente que la serie hace de diversos elementos entrelazados o recurrentes, esas cosas nada gratuitas que Gilligan y compañía usan antes, durante y después en lo que es una cátedra de guión. Es alucinante la estructura circular de la serie, tan compacta, tan hilada, tan calculada y trabajada.
El momento "llamada" me ha tocado el alma. La enésima prueba de las dobleces del comportamiento de Walt.
Seré MALOTE (de sofá), pero... yo voy contigo, MR. WHITE.