Cajón de sastre

ARTURO PÉREZ-REVERTE
Una historia de España (XXV)

Habíamos dejado, creo recordar, a la España de Felipe II en guerra contra medio mundo y dueña del otro medio. Y en este punto conviene recordar la poca vista que los españoles hemos tenido siempre a la hora de buscar enemigos, o encontrarlos; con el resultado de que, habiendo sido todos los pueblos de la Historia exactamente igual de hijos de puta -lo mismo en el siglo XVI como ahora en la Europa comunitaria-, la mayor parte de las leyendas negras nos las comimos y nos las seguimos comiendo nosotros. Felipe II, por ejemplo, que aunque aburrido y meapilas hasta lo patológico era un chico eficaz y un competente funcionario, no mandó al cadalso a más gente de la que despacharon por el artículo catorce los luteranos, o Calvino, o el Gran Turco, o los gabachos la noche de San Bartolomé; o en Inglaterra María Tudor (Bloody Mary, de ahí viene), que se cargó a cuantos protestantes pudo, o Isabel I, que aparte de piratear con muy poca vergüenza y llevarse al catre a conspicuos delincuentes de los mares -hoy héroes nacionales allí- mandó matar de católicos lo que no está escrito. Sin embargo, todos esos bonitos currículums quedaron en segundo plano; porque cuanto la historia retuvo de ese siglo fue lo malos y chuletas que éramos los españoles, con nuestra Inquisición (como si los demás no la tuvieran), y nuestras colonias americanas (que los otros procuraban arrebatarnos) y nuestros tercios disciplinados, mortíferos y todavía imbatibles (que todos procuraban imitar). Pero eso es lo que pasa cuando, como fue el caso de la siempre torpe España, en vez de procurar hacerte buena propaganda escribiendo libros diciendo lo guapo y estupendo que eres y lo mucho que te quieren todos, eres tan gilipollas que dejas que los libros los escriban e impriman otros; y encima, que ya es el colmo, te enemistas con los tres o cuatro países donde el arte de imprimir está más desarrollado en el mundo, y no tienen a un obispo encima de la chepa diciéndoles lo que pueden y lo que no pueden publicar. El caso es que así fuimos comiéndonos marrón histórico tras marrón, aunque justo es reconocer que mucha fama la ganamos a pulso gracias a esta mezcla de vanidad, incultura, mala leche, violencia y fanatismo que nos meneaba y que aún colea hoy; aunque ahora el fanatismo -lo otro sigue igual- sea más de fútbol, demagogia política y nacionalismo miserable, centralista o autonómico, que de púlpitos y escapularios. Y, en fin, de toda esa leyenda negra en general, buena parte de la que surgió en el XVI se la debemos a Flandes (hoy Bélgica, Holanda y Luxemburgo), donde nuestro muy piadoso rey Felipe metió la pata hasta la ingle: «No quiero ser rey de herejes -dijo, o algo así- aunque pierda todos mis estados». Y claro. Los perdió y de paso nos perdió a todos, porque Flandes fue una sangría de dinero y vidas que nos domiciliaría durante siglo y pico en la calle de la amargura. Los de allí no querían pagar impuestos -«España nos roba», quizás les suene-; y en vez de advertir que el futuro y la modernidad iban por ese lado, el rey prudente, que ahí lo fue poco, puso la oreja más cerca de los confesores que de los economistas. Además, a él que era pacato, soso, más aburrido y sin substancia que una novela de José Luis Corral o los diarios de Andrés Trapiello, los de por allí le caían mal, con sus kermeses, sus risas, sus jarras de cerveza y sus flamencas rubias y tetonas. Así que cuando asaltaron unas iglesias y negaron la virginidad de María, mandó al duque de Alba con los tercios -«Son como máquinas, con el diablo dentro», escribiría Goethe-, y ajustició rebeldes de quinientos en quinientos, incluidos los nobles Egmont y Horn, con la poca mano izquierda de convertirlos en mártires de la causa. Y así, tras una represión brutal de la que en Flandes todavía se acuerdan, hubo una serie de idas y venidas, de manejos que alternaron el palo con la zanahoria y acabaron separando los estados del norte en la nueva Holanda calvinista, por una parte, y en Bélgica por la otra, donde los católicos prefirieron seguir leales al rey de España, y lo fueron durante mucho tiempo. De cualquier modo, nuestro enlutado monarca, encerrado en su pétreo Escorial, nunca entendió a sus súbditos lejanos, ni lo intentó siquiera. Ahí se explican muchos males de la España de entonces y de la futura, cuya clave quizá esté en la muy española carta que el loco y criminal conquistador Lope de Aguirre le dirigió a Felipe II poco antes de morir ejecutado: «Mira que no puedes llevar con título de rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en esta tierra han trabajado y sudado sean gratificados».

[Continuará].

http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/arturo-perez-reverte/20140518/historia-espana-7222.html
 
Lo que ya todos los españoles sabíamos: el país con peor opinión (con MUCHO) de España es...

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Política y Economía
La relación entre el fútbol y la política (o dime a quién animas y te diré a quién votas)
Publicado por Kiko Llaneras

Enfrentamiento del Atlético de Madrid y el FC Barcelona en la Champions League 2013-2014. Foto: Cordon Press.

El fútbol y la política pueden ser perfectos opuestos: mientras que la política es un mecanismo para conciliar conflictos verdaderos, el fútbol consiste precisamente en crear conflictos falsos y mantenerlos a perpetuidad. Por eso la política importa y debe tomarse en serio, mientras que el fútbol es intrascendente y debe tomarse más en serio aún.

Si el fútbol tiene algún valor es precisamente porque carece de sentido. Como lo expresa Chad Harbach, «lo adorabas porque lo considerabas un arte: una actividad en apariencia sin sentido, llevada a cabo por personas con aptitudes especiales, una actividad que escapaba a todo intento de quienes pretendían definir su valor y sin embargo, de algún modo, parecía transmitir algo verdadero o incluso fundamental sobre la condición humana. Y la condición humana consistía, básicamente, en el hecho de que estamos vivos y tenemos acceso a la belleza, hasta podemos crearla aquí y allá, pero algún día estaremos muertos y ya no lo tendremos».

No hay ningún buen motivo para unirlo a la política, y sin embargo, lo cierto es que nuestra ideología o el partido al que votamos pueden relacionarse con el equipo por el que tenemos simpatías. El vínculo tiene poco de determinista y mucho de circunstancial, pero existe. Este artículo analiza precisamente esa cuestión: cómo se entrelazan nuestras afinidades políticas y deportivas. Confirmaremos algunos mitos (como que el FC Barcelona es el favorito de los votantes de izquierdas), pero también encontraremos sorpresas (como que el Atlético es más popular entre las clases altas y el Real Madrid entre la clase obrera). Pero empecemos con una pregunta más sencilla: cuánto nos interesa el fútbol.

1. ¿Cuánto nos interesa el fútbol?

Mucho. Sí, no son precisamente Breaking News. Pero gracias a una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) podemos precisar y afirmar que el fútbol interesa al 48% de los españoles. Es decir, a un montón de gente.

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El resto de deportes tienen muchos menos aficionados (el tenis y el baloncesto interesan al 22% y al 17% respectivamente), y todavía son menos los que no tienen interés por ningún deporte (13%). Por eso, aunque es habitual escuchar quejas por la cantidad de atención que los medios de comunicación dedican al fútbol, no parece que eso esté injustificado ni sea fruto de una agenda conspirativa. Parece, más bien, que a la gente el fútbol le resulta interesante. Es posible argumentar que ese interés no es exógeno, sino que es la atención de los medios lo que crea el interés y no al revés, pero es difícil explicar cómo se mantendría ese equilibrio.

2. Si el fútbol es el opio del pueblo, al menos lo es de todo el pueblo

Pero el fútbol no solo interesa a mucha gente, sino que además interesa a gente muy diferente. Eso es algo que tiende a pasarse por alto y que a mí me parece relevante: el fútbol es una afición transversal. Es una afición que comparten muchas personas, independientemente de su profesión, su clase social, o su ideología. A continuación tienen algunos datos, de nuevo tomados del CIS.

La afición por el fútbol tiene poco que ver con la clase social o el tipo de profesión que desempeña una persona. Por ejemplo, entre las clases altas apenas hay un 4% menos de aficionados al fútbol que entre los obreros no cualificados.

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Tampoco encontrarán grandes diferencias por ideologías, al menos en la zona del espectro donde se ubican la mayoría de ciudadanos. El 66% de los españoles se colocan entre el tres (centro-izquierda) y el siete (centro-derecha) y todos esos grupos muestran un interés semejante: el fútbol interesa a la mitad más o menos. Sií es cierto que entre quienes se declaran muy de izquierdas (1) hay menos aficionados al fútbol y que ocurre justo lo contrario con los más de derechas (8-10). Pero en ambos casos hablamos de muy poca gente, ya que solo un 6% de españoles se ubica en el extremo izquierdo y apenas son un 8% los que se colocan entre el ocho y el diez.

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3. ¿Cuál es el equipo de fútbol más popular?

En la tabla siguiente pueden observar que se confirma una impresión generalizada: la mayoría de aficionados son seguidores del Real Madrid (38%) o del FC Barcelona (25%). Juntos acaparan la simpatía de dos de cada tres aficionados (eso si asumimos que los que tienen simpatías por ambos equipos son despreciables… en número). A mucha distancia tenemos al Atlético (6%), y aún más lejos a Valencia, Athletic y Betis.

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Es evidente que un factor para tener muchos aficionados es ser del equipo de una ciudad llena de gente. No obstante, la demografía no basta para explicar que Real Madrid y Barcelona sean tan populares. Ocurre que si una liga no se regula para favorecer a los perdedores, hay varios lazos de realimentación que tienden a perpetuar a los equipos ganadores, ya sea vía éxito (simpatizantes -> ingresos -> éxito -> simpatizantes) o vía visibilidad (simpatizantes -> presencia -> visibilidad -> simpatizantes).

4. Dime tu equipo… ¿y te diré a quién votas?

Hace un rato vimos que el fútbol es una afición transversal —gusta a muchos sin que importe su clase social o su ideología—, pero no podemos decir lo mismo sobre los seguidores de los diferentes equipos. Las simpatías políticas y futbolísticas tienden a mostrar patrones bastante claros… aunque con algunas sorpresas.

Primero veamos cómo se distribuyen las simpatías de los tres equipos más populares.

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Pueden comprobar que los aficionados del PSOE son prácticamente un calco del aficionado medio: entre ellos dominan los simpatizantes del Madrid, pero los barcelonistas les andan a la zaga. Un dirigente socialista dijo en una ocasión que el votante del PSOE es el que más se parece al español medio, y aunque quizás eso ya no es cierto en general, sí lo es en lo que respecta al fútbol.

Verán también que entre los votantes del PP hay una no-sorpresa: casi la mitad son del Real Madrid y solo el 15% son del FC Barcelona. Sin embargo, quizá no preveían encontrar tantos aficionados del Atlético entre los votantes del PP, pero son más abundantes que en término medio.

Los aficionados que votaron a Izquierda Unida se diferencian aún más de la mayoría de españoles: es más frecuente que sean del FC Barcelona que del Real Madrid, y muestran una sobreabundancia de aficionados del Atlético de Madrid.

Sin embargo, el patrón más claro de todos es el de CIU, ya que prácticamente todos los aficionados que votaron por el partido nacionalista catalán se declaran simpatizante del FC Barcelona.

En la siguiente tabla tienen los datos para el resto de equipos —tengan en cuenta, eso sí, que para los equipos con pocos simpatizantes la muestra de la encuesta es pequeña y los resultados no tienen valor estadístico—. Si los exploran verán algunos patrones, como que los votantes del PSOE muestran una simpatía particular por el Betis, seguramente motivada porque hay muchos andaluces votando al PSOE últimamente. También que en UPyD hay muchos aficionados del Zaragoza, por razones para mí desconocidas, y también del Valencia, lo que entiendo que tiene que ver con que sus votantes son abundantes en la capital mediterránea. Tampoco es difícil adivinar cuáles son esos «otros» partidos: en esa categoría se incluyen formaciones nacionalistas vascas, gallegas y canarias, lo que explica que tengan tanta afición por sus equipos locales.

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5. Equipos a izquierda y derecha

Viendo las cifras del apartado anterior, ya podíamos presagiar que existirá cierta relación entre la ideología de una persona y las probabilidades que tiene de simpatizar por uno u otro equipo. Y efectivamente, los datos de la encuesta del CIS nos dicen que la simpatía por Real Madrid, FC Barcelona y Atlético de Madrid no son ni mucho menos constante según la ideología en el eje izquierda-derecha.

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En los extremos las diferencias son muy claras y vienen a confirmar los tópicos: entre los votantes muy a la izquierda (1-2) son mayoría los del FC Barcelona, y abundan los atléticos, que son casi tantos como los madridistas —una desviación notable respecto la media de la gente, pero que implica que todavía es más habitual encontrar un madridista muy de izquierdas que un atlético—. A la derecha ocurre lo contrario: más de la mitad son aficionados del Real Madrid y los seguidores del FC Barcelona caen por debajo del 20%.

Sin embargo, precaución, ya que de nuevo cabe recordar que la mayoría de los españoles se ubican en posiciones más centrales, un 35% se ubica sobre el 3-4 y un 37% sobre el 5-6 —es decir, que la mayoría se ubica centrada y algo a la izquierda— y que en esa zona las diferencia por ideología son mucho menos marcadas.

6. Dime tu equipo… ¿y te diré tu clase social?

Lo que acabamos de ver es que, si bien es evidente que existe una relación entre simpatías futbolísticas e ideología, es también evidente que la relación está muy lejos de ser determinista y que podemos encontrar aficionados de diferentes colores entre personas de cualquier tendencia política. Aún es más: el cuadro que relaciona fútbol y política se complica si añadimos la variable de la clase social (clasificada por el CIS).

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Para sorpresa de muchos, resulta que el Real Madrid es relativamente poco popular entre la clase alta y media-alta, donde uno encuentra más aficionados del FC Barcelona y sobre todo del Atlético de Madrid. En cambio, es entre los obreros no cualificados donde son más abundantes los madridistas —casi la mitad de ellos simpatizan con el equipo blanco—, mientras que escasean los aficionados del Barcelona y muy especialmente los del Atlético de Madrid. Estos resultados puede que les parezcan incongruentes con las relaciones que vimos antes entre equipos y partidos políticos; la razón es que la relación entre voto y clase social no siempre es la que muchos creen intuitivamente.

7. Por qué nada de esto importa

Después de dedicar casi dos mil palabras a la relación entre fútbol y política, debo confesar que yo no creo que esta relación tenga el más mínimo valor. O mejor dicho, que me parece que esa relación es solo una interferencia, un ruido molesto que no podemos acallar del todo.

El fútbol solo importa porque carece de sentido; no cabe conectarlo con el mundo real ni tratar de racionalizar el acto de escoger nuestro equipo. El fútbol existe en su propio universo y acercarlo al nuestro es echarlo a perder. Nuestro equipo es nuestro equipo sin ninguna justificación. Uno escoge sus colores cuando es un niño y solo lo justifica a posteriori, cuando ya no importa. Escogemos nuestro equipo porque es un ganador o porque pierde siempre, porque era el equipo de nuestros abuelos, o porque no era el de nuestros hermanos, porque queríamos sentirnos únicos en el colegio o porque queríamos sentirnos igual a todos los demás. El mundo real interfiere con ese proceso y provoca que emerjan regularidades por ideología o clase social, pero es solo un ruido molesto, una interferencia a la que es mejor no dar importancia.

Porque, recuerden, queremos que el fútbol sea tal y como lo describe Chad Harbach: una actividad en apariencia sin sentido, llevada a cabo por personas con aptitudes especiales, que escapa a todo intento de quienes pretenden definir su valor y sin embargo, de algún modo, parece transmitir algo verdadero.
 
Que he sacado un 31%. Que pensaba que lo iba a hacer mejor. Y ponen tiempo
 
Me han echado por Salvador Sostres
El reciente director de EL MUNDO, David Jiménez, ha decidido no contar conmigo y el jefe de Opinión, Pedro García Cuartango, me lo comunicó el lunes a mediodía. Sí. Me han echado.

No me lo esperaba y estoy triste. Pero entiendo que la mayor prerrogativa de un director es elegir a sus columnistas, y David está en su derecho de considerar que lo que yo escribo no encaja con la idea de periódico que quiere transmitir. Me habría gustado que me hubiera dado una oportunidad, la oportunidad de entendernos trabajando juntos, pero no ha querido dármela. Está en su perfecto derecho también, y yo soy de derechas y jerárquico.

Ni es censura, ni es un ataque a la libertad de expresión. Es una decisión del director perfectamente legítima, y aunque algunos dicen que tendría que haber tenido el valor de comunicármela él, yo preferí escuchar tan mala noticia de una voz amiga, y al fin y al cabo David y yo ni nos conocíamos.

Además, cuando te dejan o te echan, es algo patético quejarte de “las formas”, porque no hay forma que no hiera de comunicarte algo tan desagradable.

Continúo pensando que EL MUNDO acierta poniendo a un director joven, integrado a las redes sociales, con experiencia como corresponsal, y capaz de abrir el periódico a nuevas sensibilidades. Continúo pensando que haber nombrado a David es audaz, y que dentro de unos años la mayor parte de los directores de periódico de Europa se parecerán más a él que al modelo de lo que hasta ahora ha sido el director clásico.

Me sabe mal, muy mal, que no me quiera en su proyecto. El lunes fue para mí un día de derrota y no puedo ocultar que uno de mis dos grandes sentimientos es ahora la tristeza. La tristeza de tener que marcharme de la que durante cinco años y medio ha sido mi casa, y mi gente, la gente con la que estoy orgulloso de haber hecho un gran periódico. Mis amigos, los que no me quieren tanto, los que no me quieren nada, y dos grandes directores como Pedrojota y Casimiro, hemos presentado todos juntos un periódico valiente y valioso. Tener que irme me entristece y me duele.

Y precisamente por ello mi otro gran sentimiento es el amor. El amor a los colores de EL MUNDO, a la libertad que el periódico esencialmente es y permite a sus articulistas, el amor a las Secretarias de Redacción que tan eficazmente hacen posible lo imposible, el amor a unos jefes de sección siempre dispuestos y generosos, y el amor a una redacción que cada día da a luz un periódico en el que es para mí un honor haber podido colaborar. Mi amor a Pedrojota, que me fichó, y me defendió cuando estuvimos casi solos contra todos; y mi amor también a Casimiro, que confió en mi, me protegió cuando me hizo falta y me trató con una delicadeza que siempre llevaré en el corazón. El amor a Antonio Fernández Galiano, a Aurelio Fernández y a Javier Cabrerizo por haber creído en mí, por haberme ayudado siempre, y por al final haber recogido los trozos con tanto cariño.

Por mucho que el nuevo director no me quiera en ella, siempre consideraré que EL MUNDO es mi casa. No hay reproche ni rabia. Ni indemnización, por cierto, porque siempre he pensado y he escrito que el trabajo que uno hace hay que cobrarlo sólo una vez.

Me voy triste pero el agradecimiento y el amor son mis dos grandes sentimientos. De ninguna manera podría enfadarme con una de las mejores épocas de mi vida, durante la que nació mi hija Maria. Yo sólo puedo desearle a EL MUNDO la mejor suerte, que estoy seguro de que la tendrá, y con David al frente.

Razonablemente el miércoles no muy tarde, espero poder estar en condiciones de explicar dónde voy a escribir a partir de ahora, y lo único que puedo avanzar es que el proyecto es muy ilusionante, que la oportunidad, de confirmarse, es una bendición, y que espero que mi incorporación sea inmediata.

Mis cinco años y medio de EL MUNDO han sido para mí extraordinarios, me entristece que me hayaN echado, pero la vida avanza. Y con ella nuevos retos, nuevas esperanzas, y las inmensas ganas de contarlas.

http://salvadorsostres.com/me-han-echado/
 
Yo saqué también un 89% pero en 2:02 minutos, chúpate esa. :juas

Los que yo confundo siempre son Togo y Benin.
 
qué cierto:

Análisis | Otegi y la parodia de Mandela

Hemos de agradecer a Arnaldo Otegi que nos haya perdonado la vida. Y que haya abjurado del terrorismo, aunque sea, muchas gracias otra vez, considerándolo un argumento precursor, necesario y hasta heroico en el camino de la independencia.

No hubo hooligans ni groupies hace unos días cuando abandonó la cárcel Urrusolo Sistiaga. Lo consideran un traidor por haberse distanciado de la retórica de "la lucha armada", por haber accedido a la vía Nanclares y por haberse avergonzado de los crímenes. Otegi, en cambio, es una leyenda y se le ha aclamado en cuanto tal. Los años que han pasado en prisión no han sido una expiación ni un escarmiento, sino un pasaje de iniciación, de continuidad narrativa en la armadura del lehendakari.

De la cárcel a la jefatura del Gobierno. He aquí los extremos de una misión que Otegi equipara a la pasión y gloria de Mandela. Por esa razón ha salido de la cárcel de Logroño reivindicando en su maleta de expresidiario la bandera... de Sudáfrica.

Parece un gag, una parodia, un esperpento, un sarcasmo. O lo serían si no fuera porque la vampirización arbitraria, nauseabunda, de la memoria de Madiba presenta todos los síntomas de la construcción de un nuevo mito artificial. Otegi habría asumido el tormento carcelario como el sacrificio por la libertad del pueblo. Y habría comprendido en prisión que su martirio de salón abriría el sendero hacia la independencia.

Es la misma lógica a la que convienen los obstáculos que pueda "colocarle" el Estado de derecho. A Otegi le interesa la inhabilitación, el contrapoder de Madrid, porque cualquier contratiempo judicial al expresidiario libertario redunda en la propaganda victimista. Ahí lo tenéis, al implacable Estado español, impidiendo a Otegi liderar la libertad del pueblo vasco, también ahora, que lleva entre sus manos la serpiente de la paz. Y ahí tenéis a Otegi concediendo una entrevista alNew York Times, para significar la evolución cosmopolita de los pasamontañas. Se llama internacionalización del conflicto.

Y en esa misma estrategia de internacionalización, Otegi blasfema sobre el ejemplo de Mandela. Que estuvo 27 años sepultado en un zulo. Y que, a diferencia de Arnaldo Otegi, no formó parte de los monstruos opresores, sino de los oprimidos.

El híbrido Arnaldo Otegi Madiba es una frivolidad, una vomitiva analogía que reivindican los ultras abertzales tatuándose con sangre ajena el número de preso, mejor en la nuca que en la muñeca, ya puestos. Por eso impresiona y decepciona que Pablo Iglesias se haya adherido a la exaltación del caudillo idealista. Como si fuera un titiritero. Y como si la razón de estos seis años de martirio fueran las ideas, y no el prosaísmo de pertenencia a banda armada. ETA, se llamaba ETA. Se llama ETA.

Otegi no sufrió el apartheid. Trató de imponerlo. No estuvo con las víctimas. Se alineó con los verdugos. Y ahora que sale de prisión, hecho un hombre nuevo, dignificado como aspirante al trono de lehendakari, reciclado en filántropo por estricto cálculo político, hemos de agradecerle que esté dispuesto a perdonarnos la vida.
 
Ahora es el momento de la política y la gestión. Veremos si hay algo más que una imagen detrás de Otegi.
 
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