Cajón de sastre

Respuesta: Cajon de Sastre (articulos de interés)

Tenemos que despegarnos del sector del ladrillo. Uno debería saber que ese oficio cada vez tiene menos futuro, que encima no es el modelo económico por el que se apuesta, y que si no se recicla lo tiene muy crudo. Es tipico el "esperar a que alguien lo arregle" y luego quejarse de que la culpa es de los otros

Yo conozco un paleta que cuando vió que esto estaba mal, perdió el culo para hacer un curso de informática, entro de administrativo en una pyme y ahora es el "experto" en informática de la empresa (instalar drivers, arreglar la impresora y comprar material). Ya está estudiando inglés en sus ratos libres. Hablo de actitud más que de aptitud, of course...
 
Respuesta: Cajon de Sastre (articulos de interés)

Tozzi, no se apuesta por ningún modelo económico, y en el caso español la busqueda se basa en la riqueza fácil, no en la creación de un colchón industrial que mantenga al país frente a las fluctuaciones del ladrillo. Pero claro, es un sector goloso que volverá a tener auge. ¿Por qué? Dinero a mansalva, dinero negro, corrupción... Le interesa tanto al sector privado como a las administraciones. Es nuestro espíritu emprendedor. Pero sí, yo también apostaría por otra cosa.
 
Respuesta: Cajon de Sastre (articulos de interés)

Yo creo que la eliminación de las deducciones por vivienda es un primer paso para desmotivar la inversión en ladrillo. Entiendo que alguien con 50 años se sienta viejo para cambiar, pero en un joven es imperdonable. SI hasta los que estamos trabajando no paramos de formarnos para mantenernos competitivos, ahora vendrá la generación nini y querrá que se lo den todo hecho
 
Respuesta: Cajón de sastre

Churras con merinas :|

A ver si uno por ser de izquierdas ha de vestir con chaqueta de pana e ir a la sanidad pública por narices. Este tio no sabe discernir entre ideología y posición económica. O peor, cree que todos los de izquierdas son marxistas
 
Respuesta: Cajón de sastre

de merinas nada, churras con churras ¿estamos hablando de voto de pobreza? ¿lo público es para pobres? se trata de que si continuamente defiendes lo público como lo mejor y eficaz porque además lo dirige el Estado y no unos empresarios capitalistas insensibles, coño! cuando te duele la rodilla no te largues el primero a la privada ¿por qué? crees que es mejor? o que va mas rápido? pues espabila que tu gobierno será el culpable de las listas de espera para empezar, y segundo no le niegues o coartes encierta medida a los demás las cosas de las que tu si te beneficias dejandote las demagogias en la puerta del hospital

y con la educación pública / privada exactamente lo mismo y tenemos ejemplos sangrantes -Montilla- en España.

y en América mucho más que a esta gente lo privado les provoca arcadas -en público, claro :L- o le pone cortapisas siempre que puede, eso si, para que no lo disfruten los demas ciudadanos pero ellos si.

en la vida hay que ser un poco consecuente.. ahora, si te parecen bien estas hipocresias... ;)
 
Respuesta: Cajón de sastre

Pues no se que tiene que ver.Eso esta diseñado para que todo el mundo tenga acceso a la sanidad aunque no tengas donde caerte muerto.Pero si tienes caudal económico para apuntarte a una sanidad privada que te pueda ofrecer un servicio mejor pues perfecto.

Un servicio privado siempre va a ser mejor por que te cobra mas con lo que ademas de contar con mas recursos esta mucho menos masificado.El problema es que muchísimas personas no podrían acceder a el.Yo no veo ninguna contradicción entre ser partidario de ofrecerle a la gente ese servicio y a la vez usar uno privado de mayor nivel si te lo puedes permitir.

Sanidad para todos y si tienes pasta para pagar una supersanidad pues mejor que mejor.
 
Respuesta: Cajón de sastre

Cambiamos el poncho y los horrendos jerseys de rayas por los trajes de Armani. Que cunda con el ejemplo. Es igual que el Rey hablando de las bondades de la sanidad pública cuando el tumor se lo quitaron en la planta de privada. Eso sí, cuando a Marichalar le dio el yuyu al Gregorio Marañón. Los mejores medios y mejor controlado por si se le escapaba a alguien de por qué fue el yuyu.

Así que si ahora va a la Privada y mañana sale a defender a los pobres indígenas de su penoso país, no será más que un maldito hipócrita. Bueno, ya lo es, pero para demostrarlo un poco más.
 
Respuesta: Cajón de sastre

Pues no se que tiene que ver.Eso esta diseñado para que todo el mundo tenga acceso a la sanidad aunque no tengas donde caerte muerto.Pero si tienes caudal económico para apuntarte a una sanidad privada que te pueda ofrecer un servicio mejor pues perfecto.

Un servicio privado siempre va a ser mejor por que te cobra mas con lo que ademas de contar con mas recursos esta mucho menos masificado.El problema es que muchísimas personas no podrían acceder a el.Yo no veo ninguna contradicción entre ser partidario de ofrecerle a la gente ese servicio y a la vez usar uno privado de mayor nivel si te lo puedes permitir.

Sanidad para todos y si tienes pasta para pagar una supersanidad pues mejor que mejor

si, si a mi no me tienes que contar nada (porque estoy de acuerdo en lo que escribes) sino a los que demonizan lo privado continuamente, hipocresia bastante.
 
Respuesta: Cajón de sastre

¿voto de pobreza? :inaudito

Creo que tienes que repasarte lo que significa la ideología moderna, porque no tiene nada, pero nada que ver una cosa con otra. Ahora me dirás que los de derechas son todos ricos que desprecian a los pobres y que los de izquierdas son obreros mugrosos que linchan a los ricos. Deja de leer Libertad Digital, please :sudor
 
Respuesta: Cajón de sastre

no me entendiste :facepalm o no me expliqué...


pongamos el ejemplo español... no soy yo el que pone el grito en el cielo y le monta broncas a Esperanza Aguirre cada vez que facilita servicios privados en sanidad o educación como alternativa y manteniendo el servicio público (que ni quiere ni puede quitar), servicio público que no otorgan x ideologias o partidos sino la propia Constitución.

esa misma izquierda amnte de lo público (no sólo como servicio y garantia universal sino como MODELO de gestión frente a lo desalmado de lo privado) cuando requiere una operación en la rodilla o llevar al cole a los niños opta masivamente por lo privado, ¿de verdad no ves contradicción alguna entre lo que predican y defienden y lo que hacen?¿nada de nada de nada? hombre, tampoco digo yo que sea un pecado mortal pero vamos.
 
Respuesta: Cajón de sastre

Moralmente es contradictorio.
Cuando mis jerifaltes (los de la sanidad privada) creen que es poca cosa vana ala privada para que les vean prontito, no se tiran 4 horas esperando para unos analisis por lo que no se embeben de la situacion (para ellos son solo frios numeros)..ahora como la cosa vaya para largo aparecen por el hospital saltandose las listas de espera y consiguiendo que se le haga una TAC en pocos minutos en vez de esperar los 15 o 20 dias
 
Respuesta: Cajón de sastre

Público / Privado depende de muchas cosas (por ejemplo cercanía) pero principalmente es por nivel económico. Yo puedo ir a la privada pero no considero que todo el mundo tenga que pagar por el servicio, ya que debería ser público. Garantizar un derecho no se convierte en obligación. Asegurar una casa a todo el mundo no quiere decir que de derrumben los chalés. Asegurar el paro no quiere decir que se eliminen las rentas superiores.

La libertad de elección, es de lo que se trata. No de no poder ir al médico porque no puedes pagarlo. Nunca he entendido cómo a los de la derecha les molesta que los de la izquierda vayan a colegios privados, a médicos privados, a clubs privados (bueno si lo se, es elitismo rancio) mientras proclaman unos servicios públicos para todo el mundo.

Será mejor seguir yendo al médico privado, e imponer la sanidad privada a todo el mundo porque es mi elección. Es de todo menos democrático
 
Respuesta: Cajón de sastre

Tozzi dijo:
Nunca he entendido cómo a los de la derecha les molesta que los de la izquierda vayan a colegios privados, a médicos privados

que no les molesta 'que vayan' :no sino ese casus belli continuo de lo público (que viene del estado Social de la Constitución, no de ellos), pero en cambio la izquierda -hablo de políticos- sólo se acercan a hospitales públicos o colegios públicos... en época de elecciones (en su vida diaria no quieren conocerlo ni en pintura), y de paso, cada vez que algún político de derechas habla de lo privado se le lanzan al cuello.

no tiene nada que ver con el dinero ni la posición económica (eso de que los pobres votan socialista está muy caducado) si no con tener principios.
 
Respuesta: Cajón de sastre

¡Claro que tiene que ver con la posición económica! y es completamente diferente (gracias a dios) a la posición ideológica. Tu mismo dices que los pobres no votan a la izquierda, son cuestiones completamente diferentes

La cuestión es poder elegir, no imponer la solución
 
Respuesta: Cajón de sastre

esa misma izquierda amnte de lo público (no sólo como servicio y garantia universal sino como MODELO de gestión frente a lo desalmado de lo privado) cuando requiere una operación en la rodilla o llevar al cole a los niños opta masivamente por lo privado, ¿de verdad no ves contradicción alguna entre lo que predican y defienden y lo que hacen?¿nada de nada de nada?

Pues no. Si se lo pueden permitir me parece perfecto que usen los servicios privados, sean de derechas o izquierdas. Lo que no me parece bien es que, pudiendo pagarse servicios privados, tiren de los públicos.

Lo que pasa es que en el país de la envidia, ese tipo de cuestiones calan entre el populacho.
 
Respuesta: Cajón de sastre

El Confidencial

20-N, episodios de una guerra interminable

José Antonio Zarzalejos


Almudena Grandes es una notable escritora que acaba de publicar Inés y la alegría, una novela en la que narra la invasión del Valle de Arán por el Ejército de Franco en octubre de 1944 para conjurar el supuesto peligro de que allí se proclamase una especie de República en miniatura. Pero lo llamativo es que la autora -que milita en el izquierdismo más activo- nos promete hasta cinco novelas más bajo el epígrafe de Episodios de una guerra interminable. Y ciertamente, para los que no la vivimos y éramos unos jóvenes universitarios cuando Franco falleció, hoy hace 35 años, la guerra, y sobre todo el franquismo, nos parece una historia interminable. Porque para la literatura -en ocasiones, de magnífica factura-, el régimen del dictador se ha convertido en argumento o en contexto para obras de ficción, y para la izquierda, en una suerte de coartada que transforma el antifranquismo en una ideología reactiva cuando los socialismos -como en el caso español- no han sabido reformularse. También una extrema derecha xenófoba, emboscada en grupos de música metálica y explosiva, se enrola en la engañosa nostalgia del 20-N español para buscar su minuto de gloria.

La guerra primero, y el franquismo después, pueden considerarse la fuente de inspiración de muchos jóvenes y maduros literatos españoles de nuestros días. Además de Almudena Grandes, un veterano editor que falleció sin conocer el enorme éxito de su único libro, Alberto Méndez, escribió en 2004 Los girasoles ciegos, cuatro relatos de guerra y posguerra que conmovieron al mundo cultural español. Méndez obtuvo el Premio Nacional de Narrativa y el de la Crítica, aunque no pudo disfrutarlos. De aquellos relatos salió una discreta película que mezcla los argumentos que Méndez reunió en un libro de amor, odio, compasión, memoria y olvido. Anagrama, la editorial, vendió la considerable cifra de 250.000 ejemplares, que seguramente superó Javier Cercas en 2001 con Soldados de Salamina, una extraordinaria novela -Cercas es quizás, hoy por hoy, uno de los mejores autores españoles, dueño de una prosa tan expresiva como las cimeras de la literatura española- en la que se cuenta cómo el ideólogo falangista Rafael Sánchez Mazas es salvado del fusilamiento por un miliciano. También hubo versión fílmica que, ni de lejos, llegó a la fuerza de la novela.

Tiempo entre costuras, de María Dueñas, ha sido el gran éxito editorial de este año: una historia amena y humanísima durante el franquismo, siempre ambientalmente presente. Antonio Muñoz Molina ha ambientado también su última obra en esos humores de la guerra y la posguerra, lo mismo que Julia Navarro y tantos otros que merecerían mención. Y Eduardo Mendoza, el gran autor catalán que retrató la capital del Principado en La ciudad de los prodigios, irrumpe de nuevo ganando el Premio Planeta con Riña de Gatos. Madrid 1936. Es decir, en el escenario prebélico fratricida.

Muchas de esas obras son literariamente buenas y han obtenido rotundos éxitos. Pero todas se enmarcan en una época histórica y, desde la ficción o desde recreaciones de hechos reales, nos mantienen anclados en aquellos años fomentando, queriéndolo o no, una particular memoria histórica que es obviamente la de los perdedores del conflicto. Incluso, como cuando ahora se edita la obra de Agustín de Foxá (Nostalgia, intimidad y aristocracia), un autor fervientemente adherido a los primeros años del régimen franquista a través del falangismo y autor de la notabilísima Madrid de corte a checa, la memoria histórica -la de los ganadores- entra en una liza que ha sido aprovechada por el socialismo de Rodríguez Zapatero con la Ley memorial e inútil de 2007, que despierta a los españoles de la voluntaria amnesia acordada en la Transición. Y así nos reconduce a una suerte de sutil discriminación entre “vencedores” y “vencidos”, cuando de unos y de otros quedan los justos en la España que este PSOE impulsó en los años ochenta y ha frenado y retrotraído al pasado en la primera década del siglo XXI con Zapatero al frente.

Y España claudica de nuevo

Pero no son sólo la Ley de Memoria Histórica, la militancia de este socialismo banal en el antifranquismo y la catarata de literatura que exprime el régimen de Franco y la guerra civil con reiteración, los factores que frenan el desenvolvimiento dinámico de la sociedad española. Son los propios acontecimientos presentes, mal gestionados por nuestra clase política dirigente, los que decoran la vida nacional como hace exactamente 35 años. Valgan dos ejemplos: Sáhara Occidental y el Valle de los Caídos.

El 6 de noviembre de 1975, con el dictador agonizante y víctima ya de un ensañamiento terapéutico brutal, Hassan II puso en pie a 350.000 civiles marroquíes y a 25.000 soldados de su ejército para invadir el Sáhara Occidental español. Tuvimos que ceder -evito detalles que están en los libros de la reciente historia- de manera claudicante, pero no muy diferente a como lo está haciendo el actual Gobierno de Zapatero. Entonces nos retiramos y suscribimos los acuerdos tripartitos de Madrid (España, Mauritania y Marruecos), pero ahora el Ejecutivo de izquierdas -esa izquierda que se hizo prosaharaui por su pulsión antifranquista más que por ninguna otra razón- se calla y asiente a lo que ha podido ser un episodio bochornoso de avasallamiento de los derechos humanos. La ministra Jiménez aduce la realpolitik con la que debemos conducirnos con el reino alauita, pero semejante ataque de pragmatismo no parece compatible con el arrogante Zapatero que no se levantó al paso de la bandera de los EEUU en el Paseo de la Castellana de Madrid en octubre de 2003, ni tampoco con la retirada insolidaria y precipitada de nuestras tropas, en misión humanitaria, de Iraq. Poco le importó al Gobierno que España se indispusiese con la primera potencia mundial y, sin embargo, unos años después, Mohamed VI intimida al presidente y al Consejo de Ministros. ¿Qué diferencia, en lo esencial, cabe deducir entre aquella ominosa retirada del Sáhara de hace tres décadas y media y el silencio sepulcral del Gobierno ante lo que ahora allí ocurre? Alguna existirá, pero de matiz.

El 23 de noviembre de 1975 se sellaba en el Valle de los Caídos la tumba de Francisco Franco, próxima a la de José Antonio Primo de Rivera. La abadía benedictina y la enorme Basílica de la Santa Cruz se convertían entonces en un gélido panteón. Creímos haber olvidado aquella magnificencia constructiva de dudosísimo gusto -a salvo de las esculturas de Ávalos-, transformándola en un lugar de culto católico y de inocua nostalgia franquista. No parecía dar para más. Sin embargo, de nuevo el abrupto despertar que propició Zapatero con la militancia antifranquista, devolvió el Valle de los Caídos a una actualidad desasosegante. El Gobierno, por razones un tanto confusas, impide el culto en la Basílica y la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica se ha dirigido al Presidente para preguntarle hasta cuándo el Estado va a seguir obligando a las víctimas del franquismo a financiar con sus impuestos la tumba del dictador”, mientras la Federación Estatal de Foros por la Memoria ha convocado una concentración allí. En los periódicos ha aparecido la propuesta -se comenta sola- de “volar” la cruz que señorea el Valle de los Caídos, al tiempo que el Arzobispado de Madrid, en una nota oficial, aduce los acuerdos de 1958 y 1979 -el primero con la Orden Benedictina y el segundo entre el Estado y la Santa Sede-, para que de inmediato los monjes puedan oficiar las misas en el interior de la inmensa basílica.

Sí, han pasado 35 años de la muerte de Franco (¿por qué su familia y la de Primo de Rivera no retiran sus restos y los inhuman en sus panteones familiares para circunscribir el Valle de los Caídos a una mera referencia religiosa como además prevé la Ley de Memoria Histórica?) pero parece que el tiempo se ha detenido. O lo han detenido quienes -generacionalmente vírgenes de las experiencias calamitosas de la guerra civil y de la durísima posguerra- zarandean la Transición con el recuerdo del dictador, obviando desde la Ley de Amnistía a la Constitución de 1978, y, por supuesto, el desarrollo jurídico-político de un pleno Estado de Derecho. Por no faltar, no ha faltado un magistrado que ha solicitado -siete lustros después- la acreditación certificada de la muerte del general; ni siquiera ha faltado tampoco el trance amargo de perder a Luis Berlanga que durante el franquismo dirigió el mejor cine español del siglo pasado -El Verdugo, Plácido- y hubiera podido retratar ahora en clave de astracanada lo que sucede en la España que acaba de dejar para siempre. Como ha escrito el catedrático Francesc de Carreras en referencia a las películas del valenciano: “Eso sí que es memoria histórica de verdad, con todos sus tonos, luces y sombras, y no la película de buenos y malos con la que pretenden adoctrinarnos ahora los grandes simplificadores, aquellos que pretenden sacar réditos políticos de las tragedias humanas.

Sabias palabras para un pueblo, el español, cansado de que sus dirigentes se encelen con sus fracasos históricos en vez de con sus aspiraciones de éxitos futuros. Pero ésta es la coyuntura de España: hoy los franquistas, cuando griten “¡¡Franco!!” y se contesten “¡¡Presente!!”, puede que tengan razón. Es la consecuencia de las políticas que se practican bajo el epígrafe “episodios de una guerra interminable”.
 
Respuesta: Cajón de sastre

REPORTAJE: VIDAS AL LÍMITE
"Son 15 minutos. Dejas de respirar. Y fuera"
JUAN JOSÉ MILLÁS 05/12/2010
http://www.elpais.com/articulo/port...ar/fuera/elpepusoceps/20101205elpepspor_9/Tes

Carlos Santos era un hombre de mundo. Amaba tanto la vida que quiso gobernar la suya hasta el final. Tenía un tumor incurable. Estaba condenado a morir sufriendo. Pero se rebeló. Acudió a la asociación Derecho a Morir Dignamente. Ellos le acompañaron en su última voluntad. El pasado 10 de noviembre decidió tomarle la delantera a su enfermedad. Desayunó y dio un paseo antes de tomar un cóctel letal. Murió dormido en la habitación de un hotel. Antes quiso contarnos su historia. Pretendía que su caso sirviera para reabrir el debate de la eutanasia.

Lo normal es que las personas mayores no se vean reflejadas en la gente de su edad, pero les contaré una excepción que viví el pasado 9 de noviembre, al conocer a Carlos Santos Velicia, un hombre de 66 años (dos más que yo) que había viajado hasta Madrid para quitarse la vida. Fue después de comer, al atravesar en su compañía la Puerta del Sol, en dirección al céntrico hotel en el que expiraría al día siguiente, cuando descubrí la existencia de una curiosa sincronía entre sus movimientos y los míos. No éramos sólo un hombre y otro hombre, éramos dos individuos mayores, con tics característicos de individuos mayores, dos casi ancianos a los que cualquier espectador objetivo habría situado, en el mejor de los casos, en el último tercio de su vida.

La noticia en otros webs

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"Me dijeron: 'Haga el testamento vital. Le quedan meses"

"Mi casa parece una farmacia de las pastillas que hay"

"Espero que mañana a estas horas ya esté terminado"

"He ido desprendiéndome de todo. Ahora no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada. El barco ha llegado al fin del viaje"

"Fui un león con las mujeres. Hoy soy un gatito deslustroso"

"He vivido una vida rica, que la mayoría no ha podido vivir"

"Prepararé el potingue, lo tomaré y me tumbaré"

La habitación del hotel, sin alcanzar la categoría de una suite, era grande y luminosa y estaba compuesta por dos espacios claramente diferenciados, uno para dormir y otro para estar. El primero disponía de una cama doble, con sus respectivas mesillas de noche, y el segundo, de un tresillo y una mesa baja, todo dispuesto, como es habitual, en torno al aparato de televisión. Entre ambos espacios había un pequeño escalón destinado a subrayar, con la diferencia de nivel, la desigualdad de sus funciones. El ventanal, amplio, daba a una terraza desde la que se apreciaban los tejados del viejo Madrid.

Una vez acomodados, Carlos en un extremo del sofá, yo en el sillón más próximo a ese extremo, las sacudidas especulares se acentuaron. Así, mientras él hablaba en un tono en el que me pareció detectar cierta euforia (¿la que precede al acto final?), reconocí en sus cejas el recorte torpe que yo aplico a las mías y descubrí en los orificios de su nariz y orejas los pelos sobrevivientes a las cacerías de que suelen ser víctimas, a partir de cierta edad, estas pilosidades. No fue todo: también vi en su mirada esa curiosa mezcla de desafío y desamparo que descubro en la mía cuando tropiezo con mi rostro en los espejos de los ascensores.

-Recibí el primer hachazo -empezaba a contarme Carlos hace quince años, cuando sin más me dan dos infartos de miocardio graves. En el segundo, con arreglo a todos los aparatos que había en la pared, estaba muerto. Ya sabes que se monitoriza todo en las pantallas y las pantallas estaban muertas. Y yo también. Estos cabrones, pensaba, me entierran ahora vivo. Los médicos me pedían que si les escuchaba moviera un dedo o parpadeara, pero yo no tenía energía para nada. Nada. Muerto, muerto. Por aquellas cosas de la vida, es obvio que resucité, y resucité como un bebé, llorando. Para mí fue muy duro, porque yo era corredor, esprintaba, y tuve que dejar de hacer deporte. Tengo dos trozos de corazón necrosados. De eso no te recuperas nunca. Tengo insuficiencia cardiaca, taquicardia y arritmia.

-Pero parece que has podido llevar una vida más o menos normal desde entonces -me oí decir.

¡De normal nada! Tuve que bajar, aterrizar. Pasé tres o cuatro años muy mal porque me sentía un inútil. Dejé de trabajar porque las agencias de viaje no querían darme trabajo (era guía turístico). Quise volver a trabajar y con la primera que lo hice tuve que ir a Sevilla y no llegué. El chófer tuvo que parar el autocar y llamar a una ambulancia que me llevó a urgencias, con lo cual el grupo quedó abandonado.

¿Y?

Tuve que plantearme mi vida y me la planteé muy bien: me voy a suicidar, pensé, pero a mi manera, a mi aire, me voy a los Mares del Sur. Me iré a Australia, de allí a Nueva Zelanda. Desde ahí iré bajando y cuando llegue a las islas de los Mares del Sur me buscaré al brujo de turno, me haré amigo de él y la noche que quiera irme le diré: "Brujo, colócame, que quiero dormirme y no quiero despertarme". Eso era lo que tenía in mente, pero, como decía John Lennon, la vida es lo que te va pasando mientras tú te empeñas en hacer otras cosas. Pues no sé lo que pasó. Pero estaba hecho una mierda. Me he pasado diez o doce años sin estar con una tía porque tenía pánico. Los médicos me decían: "Usted ya no es el león que era antes...". He sido un león en todos los sentidos: laborales, con mujeres, con todo. Ahora soy un gatito pequeño y deslustroso. Las tías, fuera. No había vida.

Mientras escucho a Carlos, cuento el número de lámparas de la habitación, primero de izquierda a derecha y después de derecha a izquierda. Y debo obtener el mismo resultado; si no, sucederá una catástrofe. Se trata de un mecanismo antiguo, infantil, para combatir la angustia. Contar me libera. Por eso cuento también ahora los dedos de las manos de mi interlocutor, siempre en las dos direcciones. Y si se levanta para ir al baño, porque tiene incontinencia urinaria, cuento los pasos que da al ir y los que da al volver, y siento un gran alivio si su número coincide. Todo ello sin dejar de escucharle. Me está relatando ahora lo de la hernia discal, que apareció luego, y por la que tuvo que meterse en el quirófano.

Fue tremendo dice, porque ya no podía ni saltar. Privaciones, privaciones y privaciones. La columna me daba dolores continuos. Hasta que me hicieron resonancias y apareció el bicho.

¿Qué bicho?

Un quiste radicular, no sabían desde cuándo estaba ahí, y es lo peor que hay, no se puede operar ni tocar porque te quedas paralítico, va al cerebro.

¿Es ahí donde llegan las terminaciones nerviosas?

Todo. Es el interior de la columna vertebral. Justamente está entre la S2 y la S3, cerca de los esfínteres de la orina y de los excrementos.

¿Cuándo te lo descubren?

Hace un año. Y me dicen que no hay solución, que no hay nada que hacer. Me lo han dicho tantas veces, tantos traumatólogos, hasta los tribunales que me dieron la minusvalía del 65% me lo dijeron: "Señor Santos, haga usted testamento vital porque le quedan meses, esto no tiene cura, no hay solución, no hay nada". ¿Qué haces? Pues me voy a EE UU, me compro una pistola y me pego un tiro, o me tiro por un puente... También he ido a edificios de Málaga que conozco, a mirar desde un octavo piso y a decirme: bueno, si me tiro desde aquí me mataré... Pero soy una persona pacífica, gustoso de la música suave, clásica, armoniosa, no me gustan los ruidos, siempre he sido pacifista, nunca me he peleado con nadie, no me gusta la violencia ni las cosas desagradables, muchas veces me ha cabreado atraer tanto a los homosexuales, cuando lo que me van son las mujeres. Y se lo preguntaba: "¿Pero por qué, qué coño tengo yo?". Y me contestaban: "Es que eres tan dulce, tan suave, tan tierno, tan fino, tan delgadito, tan poca cosa, que invitas a protegerte". Así que pensar en esas opciones me resultaba muy desagradable. Primero contacté con Exit, los australianos, y luego con Dignitas, que está en Suiza. Los de Suiza fueron los que me dieron la dirección de Derecho a Morir Dignamente de Barcelona, y éstos, la de Madrid. Y aquí estoy.

Aparte del problema del control de esfínteres, ¿de qué otra forma se muestra el deterioro?

Cada vez tengo menos energía. Por la mañana, cuando salgo de casa, después de desayunar y haber tomado Zaldiar, no tengo energía, no puedo caminar más de diez minutos sin sentarme a descansar. Lo mismo me ocurre cuando estoy de pie, tengo que buscar alguna silla donde sentarme, pues no me encuentro bien. Necesito sentarme o, mejor, tumbarme.

¿Estás muy medicado?

Sí, claro, con todos los efectos secundarios de la medicación. Mi casa parece una farmacia de las pastillas que hay.

¿Qué clase de pastillas?

De todo lo que puedas imaginar, de todo, cuarenta o cincuenta cajas, fíjate si hay. Por la mañana, cinco o seis pastillas; al mediodía, otras cinco o seis; por la noche, lo mismo. Y en los intervalos, en función de lo que me duela, pues otras tantas. El caso es que siempre tengo que llevar el pastillero conmigo. Mira, ahora voy a tomar una para tranquilizarme.

¿Quieres agua del minibar?

No, del grifo.

Carlos Santos se retira al cuarto de baño a tomarse la pastilla. Observo que la luz ha cambiado. El sol ya no da directamente en la ventana, como cuando llegamos al hotel (sobre las 4.30 de la tarde), pero la habitación me sigue pareciendo alegre. Soy yo el que está sombrío, sobrecogido. Mientras espero su regreso, releo la carta que ha escrito para la Policía Local de Madrid, donde pide que notifiquen su defunción a la dueña de la pensión donde vive, en Málaga, a fin de que "como no tengo familia ni herederos, disponga de mis pertenencias, ropa, etc., como quiera". Tras la firma, añade una suerte de posdata rogando que retiren de la vía pública su coche "antes de que lo rompan o lo destrocen". Como se retrasa, repaso también la carta al juez, donde tras resumir sus padecimientos y detallar el futuro terrible que le espera a medida que avance la enfermedad (descontrol absoluto de esfínteres, dolores intensísimos, parálisis y muerte), afirma que su voluntad de morir es fruto de sus valores y que nadie le ha inducido a adoptar esta decisión que toma de manera "libre, voluntariamente, sin que ninguna persona tenga que cooperar de forma necesaria, directa o indirectamente, para llevarla a cabo".

Como Carlos no acaba de salir del cuarto de baño, empiezo a contar, para entretener la espera, las vocales de la misiva al juez. Aparece cuando voy por la 65.

¿Era un ansiolítico? pregunto refiriéndome a la pastilla que acaba de tomarse.

Sí, pero bajo, Diazepam de 2,5.

¿Y para dormir tomas cosas?

¡Huy, sí! Ya no me hacen nada tampoco.

El círculo vicioso de la tolerancia y la adicción.

Llegará un momento en que... Bueno, ya no habrá momentos porque espero que mañana a estas horas ya esté terminado.

La luz de la habitación ha vuelto a cambiar y mi estado de ánimo se ha oscurecido. Deben de ser las cinco y media o seis menos cuarto de la tarde. Me levanto y enciendo una lámpara de pie mientras Carlos habla ahora de un libro inédito en el que ha trabajado durante los últimos quince años de su vida. Se titula El hombre dividido.

-¿Quién es el hombre dividido? pregunto.

Soy yo dice, yo y el mundo. Países que me han enamorado, como Italia, la India, Francia... ¿Sabes lo que es Nepal, Tailandia, Brasil, la República Dominicana, Gambia...? Y Europa como mi propia casa. Hay un lugar que es uno de mis favoritos, la tumba de Gala Placidia, en Rávena. Me gusta ir y estar solo ahí. Suelo cerrar los ojos para no ver nada y dejar que mi imaginación fluya y trate de imaginarse cómo fue la antesala del fin del Imperio Romano de Occidente. En realidad, he vivido. Otros no han vivido ni la mitad. Y la he vivido de lujo porque era todo pagado.

¿Tu ciudad favorita?

Londres es mi ciudad por muchos motivos. Uno, porque fue el primer sitio donde encontré la felicidad. En España no había sido nunca feliz, mi padre me pegaba con fiereza, igual que los hijos de puta de los jesuitas, que te hacían poner los dedos así, de punta, y te daban con la regla. Todo eso, una infancia muy desgraciada. Mi padre y yo vivíamos en un pequeño apartamento y desde niño, cada mañana, me levantaba de la cama, que estaba en el salón, iba a la cocina, que era donde estaba la radio, y movía el dial hasta que escuchaba una lengua extranjera. Ahí lo dejaba.

También me reconozco en ese sueño infantil de ser extranjero, aun al precio de no entender nada. ¿Acaso entendían algo los autóctonos? Ser extranjero, en aquellos años, era a lo más que se podía aspirar en la vida. ¡Qué imagen brutal, pienso, la del niño a la búsqueda de un idioma ininteligible, de una vida otra!

Mientras Carlos da detalles acerca de su libro, de su vida en Londres (donde vivió varios años) y de sus viajes a lo largo y ancho del planeta, comprendo que este hombre consiguió su sueño de ser extranjero, aunque pagando el duro precio del desarraigo, de la soledad, del aislamiento. Entonces se me escapa el primer bostezo, que es una señal de alarma. En las situaciones dramáticas, o que vivo como dramáticas, me da, además de por contar, por bostezar, como si me aburriera. Me defiendo así de los excesos de realidad, de la angustia, del pánico. Bostezo en los entierros y en las unidades de vigilancia intensiva de los hospitales como bostezaba de joven en los exámenes y en las entrevistas de trabajo. El bostezo significa que estoy jodido. Estás jodido, Juanjo, me digo, al tiempo de contar con los dedos las sílabas de "estás jodido, Juanjo" (siete, un heptasílabo) y tengo la tentación de preguntar a Santos por sus pequeños ritos contra la enfermedad, contra la mala suerte, contra la desgracia.

Por fortuna, él ha comenzado a hablar ya de la eutanasia, de su necesidad de dejar testimonio para ayudar a que se genere un debate público sobre la cuestión. En este tema, como en todos, se manifiesta de manera muy cerebral, incluyendo datos económicos y estadísticas sobre el suicidio que no me interesan demasiado. Me afectan más los aspectos emocionales, el hecho de que uno tenga que morir, cuando así lo ha decidido, de forma clandestina, en habitaciones de hoteles, en vez de hacerlo en la propia cama, o en la de un hospital, adecuadamente atendido por profesionales y rodeado de los suyos. A Carlos le da igual quitarse de en medio en un sitio u otro, no tiene a nadie y su patria es el mundo. Asegura que conoce Europa como yo conozco las habitaciones de mi casa.

-Cuando vine a Madrid para hablar por primera vez con los de DMD añade me preguntaron cuándo quería hacerlo. "Mañana", contesté, "ya que estoy aquí, mañana". Total, las cuatro cosas que tenía se las había regalado a cuatro o cinco amigos y amigas, y los ahorros se los dejo a DMD, que me dijeron que no les debía nada. Ya lo sé, contesté, pero qué hago, no fumo, no bebo y no como porque no encuentro gusto en nada. ¿En qué gasto el dinero? Antes, en Málaga, me encantaba comprar pasteles de Gloria, los mazapanes... Ahora me puedes ofrecer la Luna y no me hará ni sonreír, es que no me provoca, con el problema de los jugos gástricos... Ya no paso gusto comiendo, no paso gusto con nada. Lo que quiero es dejar de vivir, y si puede ser antes, mejor que después. En la pensión sólo he dejado ropa porque no sirve para nada. Me he traído esto.

"Esto" es una cartera de mano con la que ha hecho el viaje desde Málaga y que contiene el último equipaje de su vida: un pijama, una camisa, unos calcetines, unas zapatillas y unos calzoncillos.

Una muda resume él. Se supone que mañana a estas horas ya no me hará falta para nada.

En la cartera hay también un bote, envuelto en una bolsa de plástico, que contiene, me explica, el llamado "cóctel de autoliberación", compuesto por un hipnótico, para quedarse dormido, y un conjunto de medicamentos contra la malaria que a altas dosis resulta mortal. La fórmula está al alcance de los socios de DMD en la llamada Guía de autoliberación, y sus componentes son fáciles de obtener, la mayoría sin receta. Es, por otra parte, la misma combinación que recomiendan casi todas las asociaciones del resto del mundo.

Aunque se ha emocionado hasta las lágrimas al recordar algunos aspectos de su infancia, la actitud general de Carlos es de una frialdad que sobrecoge. Pienso que quizá es su modo de defenderse de este exceso de realidad, como la mía es bostezar o contar vocales, molduras, dedos, lámparas... Recuerdo entonces que en algún momento, cuando nos dirigíamos al hotel, mencionó la posibilidad de hablar con el director para que le hicieran un descuento.

-Me hacen descuento en todos los hoteles añadió cuando me identifico como guía turístico.

¿El diez por ciento? pregunté yo absurdamente.

¡Qué diez por ciento! responde enfadado ¡El cincuenta por ciento por lo menos!

La decisión de quitarse de en medio no había alterado en absoluto sus costumbres. Así, antes de viajar a Madrid fue a Renfe para consultar precios y descuentos teniendo en cuenta que poseía la Tarjeta Dorada para mayores de 60 años. Dado que lo pagó todo con la tarjeta de crédito, consultó también las tarifas del hotel para asegurarse de dejar en la cuenta corriente la cantidad precisa para que cada cual cobrara lo suyo. Y calculó que la mejor hora para tomarse la pócima sería en torno al mediodía, de forma que los voluntarios de DMD que habrían de acompañarle quedaran libres a media tarde: "Mejor que por la noche", decía en el correo electrónico donde enumeraba todos los detalles de orden práctico.

Como la tarde continúa cayendo, y con ella mi estado de ánimo, me levanto y enciendo otra luz que está algo alejada de mi posición. He de dar cinco pasos de ida, pero sólo me salen cuatro de vuelta. Mal asunto.

Lo de Suiza le digo volviéndome a sentar me parece muy frío. He leído algunas cosas que...

Como te he dicho insiste Carlos, yo he nacido en España, pero eso no me hace español. Cuando llegué a Inglaterra, me dijeron: "Mira, Carlos, aquí se hacen las cosas bien, no como en tu país, y se hacen bien desde el principio porque si no hay que volver a hacerlas y eso cuesta tiempo y dinero". Esa era la realidad, los españoles llegaban con las maletas aquellas de madera atadas con una cuerda. Yo era uno de esos. El día que me dijeron "tú eres uno de los nuestros, eres un verdadero profesional", ese día fue para mí... Así que todo eso de la frialdad me la suda, no me dice nada. ¿Qué frialdad? ¿A qué he venido yo aquí, a tomar pastelitos, a bailar unas sevillanas? Ni estoy de humor para bailar sevillanas ni puedo bailarlas, casi no puedo moverme. Defíneme frialdad. A mí lo que me importa es que me digan: "Señor Santos, el día tal, a tal hora, usted se presenta en esta dirección...". Mañana me levantaré, desayunaré por ahí cualquier cosa, y como a las doce o las dos, la hora más temprana, prepararé el potingue, me lo tomo, me tumbo... Los voluntarios de DMD se quedarán conmigo hasta que me haya dormido. En Suiza, con el pentobarbital, son quince minutos. Ya, dejas de respirar, y fuera. Quince minutos, para qué vamos a estar horas y horas y horas.

¿Te gusta leer? se me ocurre preguntar, parezco un idiota.

Sí, he sido un gran devorador de libros, pero ya no puedo. Mi cabeza sólo está ahora en una cosa y no hay nada más. Ya he regalado todos mis libros.

¿Tenías una buena biblioteca?

Sí, grande, muy amplia. Me he deshecho de todo. Soy un hombre de caprichos. Mira qué cinturón llevo.

Se levanta para que lo vea.

Muy bonito, sí digo observando la hebilla, formada por una moneda grande, de plata, donde se lee el lema de la República Francesa (Liberté, Égalité, Fraternité).

Es un cinturón que es una joya, de plata pura. Lo he diseñado yo, lo he hecho yo, es un cinturón único. Cuando he llevado algo encima ha sido diseñado por mí. He cogido un papel y un bolígrafo y me he puesto a dibujar lo que quería. Como siempre he tenido amigos de todo, en Mallorca tenía uno que era joyero y él me hizo mis gemelos, mi anillo...

Lleva cuidado con el escalón le digo, que ya te has caído un par de veces.

... he ido desprendiéndome de todo. Ahora, como ves, no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada, el barco ha llegado al fin del viaje.

¿Tienes nostalgia?

No, he vivido una vida buena, rica, que la mayoría de los mortales no han vivido.

¿Y si bajamos a tomar un café?

Como quieras.

Abandonamos la habitación. Cuento mentalmente los pasos que damos hasta el ascensor, los segundos que tarda en llegar, el número de letras de la palabra ascensor (ocho, tres vocales y cinco consonantes, una rareza). Nos instalamos en una mesa de la cafetería del hotel. Yo pido un té verde y él un té con leche fría. Nos traen con la bebida unas pastas que a él no le apetecen. Me las ofrece, pero las rechazo, advirtiendo que le da pena que se queden ahí. En esto, noto en la atmósfera algo que añade desazón a la pesadumbre, como si fuera domingo por la tarde. Y no es domingo, es martes, pero caigo en la cuenta de que ese martes es fiesta en Madrid (la Almudena). He de irme, me digo, he llegado a mi límite, no soy capaz ya de reprimir los bostezos, ni de dejar de contar, he contado los botones de la chaqueta del camarero, el número de baldosas del suelo, el número de patas que suman las de todas las sillas de la cafetería... Carlos Santos sólo quería de mí que le ayudara a dar testimonio de su decisión para provocar un debate acerca de la eutanasia. Me sobra material para dar ese testimonio, para que se abra, una vez más, la discusión. No quiero verme en este hombre mayor (que va a morir mañana) cada vez que se lleva la taza a los labios, cada vez que recuerda su voluntad de convertirse en extranjero, cada vez que me mira con esa mezcla de desamparo y desafío característica de mi mirada. La solidaridad tiene límites, y creo haber alcanzado los míos. Debes protegerte, me digo.

-Si me pides que te cuente un día normal de mi vida... -está diciendo en esos instantes Carlos Santos.

Te lo pido digo.

Me levanto a las ocho, ocho y media de la mañana. A las nueve y media o a las diez salgo ya de casa. ¿Adónde voy? A la biblioteca. ¿Por qué? Porque, primero, necesito estar sentado, no puedo estar de pie. Segundo, no puedo estar en un café tres o cuatro horas leyendo los periódicos y tomándome un té. En la biblioteca no tengo que tomarme ni el té, tengo todos los periódicos a mi disposición y encima subo al primer piso y tengo Internet. Y tengo dos correos, uno solamente para la prensa en inglés, Financial Times, The Economist, The Herald Tribune, The New York Times, The Daily Telegraph..., en fin, la mejor prensa, la que te sigue diciendo qué cojones le pasa a España, que sigue teniendo revalorizados los pisos el 48% y que si así piensan vender. Eso, hace dos semanas. Están al doble de lo que valen y siguen sin bajar. Me paso toda la mañana en la biblioteca, hasta las dos, que cierran. A veces me llevo papel y escribo algo. Como en el hogar del jubilado y vuelvo a la biblioteca hasta las ocho. A esa hora me voy a casa porque es un mal barrio. Es de noche, me da miedo, y ya no salgo. Esto es un día de mi vida de lunes a viernes. Los sábados y los domingos, como no hay biblioteca, me los trato de organizar de otra manera, en un bar agradable que he encontrado, tienen varios periódicos, los leo...

-Bueno, Carlos, te voy a dejar digo en pleno ataque de fobia.

Y enseguida, para atenuar la brusquedad, añado:

¿Te acuestas pronto? ¿Quieres tomar algo o es temprano para cenar?

Hambre dice él no tengo nunca. Si luego tengo hambre, pido algo ligero; si no, me meto en la cama, que estoy cansado.

Me levanto, se levanta, nos miramos como dos personas mayores.

¿Adónde vas? pregunta.

A Gran Vía, para tomar un taxi.

Te acompaño.

Y me acompaña. Es noche cerrada ya y en las calles se respira la atmósfera festiva del domingo, aunque sea martes. En esto se detiene, nos detenemos, me mira a los ojos levantando un poco la cabeza (es algo más bajo que yo) y pregunta:

¿Tú también eres socio de DMD?

También.

Ah, vale dice, y continuamos caminando, ahora en silencio. Es la primera vez en toda la tarde que se establece entre nosotros un silencio que a él no le urge rellenar con palabras.

Ha refrescado digo entonces yo al tiempo de contar las sílabas de "ha refrescado" (cinco, un pentasílabo).

Sí asiente él.

Al llegar a Callao, y como me da la impresión de que tiene miedo a extraviarse, le pregunto si quiere que le acompañe de nuevo hasta el hotel. Dice que no, que aunque las medicinas le desorientan, se ha fijado bien por dónde hemos venido. Nos damos un abrazo largo.

¿Te veré mañana? pregunta cuando nos liberamos del largo abrazo (la expresión "largo abrazo", calculo, tiene once letras, cinco vocales y seis consonantes).

No lo sé miento, pues estoy seguro de que no tendré valor para acompañarle.

Mientras espero la llegada de un taxi, observo a Carlos Santos alejarse de espaldas con los movimientos característicos de un hombre de mi edad.

Al día siguiente, Carlos Santos se levantó, desayunó y salió a la calle para resolver en una sucursal madrileña de su banco un par de asuntos burocráticos todavía pendientes. Al mediodía (sobre las 12.45) subió en compañía de un voluntario y una voluntaria de DMD a su habitación grande y luminosa.

¿Qué os parece si me pongo el pijama? preguntó a los voluntarios.

Antes de que le contestaran, se metió en el cuarto de baño, de donde salió al poco en pijama y con unas zapatillas (no se había quitado los calcetines). Dobló cuidadosamente la ropa de la que se acababa de desprender y la guardó en el armario. A continuación tomó el DNI y lo colocó en la mesa, sobre un pequeño conjunto de billetes bien doblados. Muy cerca, dejó la carta al juez y a la policía.

Luego sacó de su cartera el bote con las pastillas, que ya había pulverizado, y las introdujo en un vaso, echando a continuación una porción de un yogur de fresa que había comprado antes de subir. Revolvió bien con la cuchara hasta lograr una masa homogénea (lo que llevó su tiempo, por la cantidad) y el yogur de fresa se puso azul debido a la reacción química. Se tomó el "cóctel" a cucharadas asegurando a los voluntarios que no estaba tan malo comparado con el aceite de ricino de su infancia. Se encontraba sentado en el sofá, quizá en el mismo extremo desde el que había hablado conmigo el día anterior. Abandonando las zapatillas en el suelo, colocó los pies (con calcetines) sobre el borde de la mesa baja y esperó los efectos del brebaje contándoles su vida a los voluntarios. Volvió a emocionarse, me dijeron, cuando recordó algunos pasajes de su desdichada infancia. A medida que pasaban los minutos, hablaba más despacio, pero sin perder en ningún momento la coherencia. Se quedó dormido sobre las 13.40, y media hora después, en medio del profundo sueño, dejó de respirar, sin estertores, sin sufrimiento, sin dolor, escapando así a un horizonte clínico espantoso. Los voluntarios de DMD abandonaron la habitación dejándolo todo tal y como estaba.

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, otro voluntario de DMD telefoneó al hotel para advertirles sobre lo que se encontrarían en la habitación 511. La prensa, como es habitual en estos casos, no dio cuenta del suceso. La muerte de Carlos Santos Velicia, de no ser porque él quiso que quedara testimonio de ella, sólo habría servido para engordar el cajón de sastre de las estadísticas sobre el suicidio. Carlos Santos Velicia tiene siete sílabas, así que, de ser un verso, sería un heptasílabo.

Está ultimamente Millás que lo borda (cuando escribe).
 
Respuesta: Cajón de sastre

Boabdil no tenía motivos

No quiero que se vaya 2010 sin glosar un recorte de prensa que tengo sobre la mesa. Hace unas semanas coincidieron, en tiempo y espacio, el alarde habitual de cinismo de las autoridades del ramo tras la publicación de cada informe Pisa sobre el estado de la educación en España -sólo estamos un poco por debajo de la media, no vamos tan mal como parece, etcétera- y una cosita de la Junta de Andalucía que me hace tilín. Sobre nuestro coma educativo no voy a extenderme, pues acabo de desayunar y sería incómodo que la náusea me hiciera vomitar el vaso de leche y los crispis sobre el teclado del ordenata; sobre todo si recuerdo los paños calientes del ministro responsable, señor Gabilondo, el triunfalismo idiota de su secretario de Educación -que ni me acuerdo de cómo se llama ni me importa un carajo-, o el de ciertos presuntos consejeros de Educación de los diecisiete putiferios del Estado español. Dicho sea lo de Estado con las cautelas oportunas.

El adobo de choteo, como digo, lo pone el recorte de prensa que mencionaba. Lo leí cuando se hacían públicos los datos que, una vez más, confirman que la lucha honorable de tantos maestros españoles, maniatados por nuestro triste sistema educativo, es una batalla perdida; que la excelencia en las aulas es políticamente incorrecta, que todo se iguala por abajo en favor de la apatía y la mediocridad, y que preferimos tener masas de chusma informe antes que élites preparadas que le pongan letras mayúsculas a la palabra futuro. Tengo ese recorte sobre la mesa, como digo, y me partiría la caja si no fuera porque el asunto tiene poca gracia. Mientras el informe Pisa confirma que Andalucía sigue a la cola de Europa, lo que preocupa a la Junta que gobierna esa autonomía, la prioridad a la que dedica tiempo y viruta, lo que le quita el sueño y merma su presupuesto, es publicar una guía de 71 páginas para propiciar «el conocimiento de la perspectiva ecofeminista y potenciar el lenguaje periodístico desde una perspectiva de género medioambiental».

Lo de menos es que Andalucía, inculto patio de Monipodio de políticos oportunistas y clientela comprada con subvenciones, carezca de medios para que los colegios funcionen, los alumnos progresen, y los profesores heroicos dispongan de medios en la desigual lucha que libran. Por ahí pasa la Junta de puntillas. Para lo que comparecen cuatro consejeros -Medio Ambiente, Presidencia, Igualdad y Hacienda- es para exigir al mundo que se evite la palabra actor sustituyéndola por persona que actúa, que en vez de futbolistas digamos quienes juegan al fútbol, que en vez de parados se diga personas sin trabajo, que los ciudadanos se transformen en la ciudadanía, el hombre en la humanidad, los niños en la infancia y los andaluces en el pueblo andaluz.

Llegados a este punto, diríamos que la imbecilidad de la Junta andaluza, encarnada en sus representantes, quedó exhausta. Pues no. Aún les quedó resuello para poner algunos ejemplos de cómo evitar el lenguaje machista. Por ejemplo, sustituyendo la frase «los maestros les prohíben usar el móvil a los alumnos» por «el profesorado le prohíbe usar el móvil al alumnado»; que, además, resulta un delicioso pareado. Aunque mi recomendación favorita del informe juntero -me pregunto cuánto costó, y a quién arregló el año la subvención, o mandanga- es la que critica la frase «Páez estuvo magnífico en su intervención y la señora Martínez iba muy elegante» y exige cambiarla por «Páez estuvo magnífico en su intervención y la señora Martínez realizó unas aportaciones muy inteligentes»; dando por sentado que la señora Martínez, sea quien sea, y por el hecho de ser mujer, tiene que aportar inteligencia por cojones.

Sería injusto afirmar que en este alarde de sentido común y gusto expresivo, la Junta se olvida de la educación y la cultura. Hay una exigencia de la que, supongo, tomarán nota todos los profesores -el profesorado- que expliquen a sus alumnos, o alumnado, la Historia de Andalucía y de España; dicho sea lo de España sin ánimo de ofender. Según lo que recomienda el manual juntero, la madre de Boabdil ya nunca podrá dirigirse en los libros de texto a su destronado chaval con las palabras que le dedicó en 1492, largándose de Granada: «No llores como una mujer lo que no defendiste como hombre». La frase, ahora, será: «No llores, pues no tienes motivos para ello». Y punto. Ocho siglos de Reconquista, como ven, resueltos y simplificados de un plumazo. ¿Motivos? ¿Reconquista de qué? Más fácil para los chicos, imposible.

No puede ser, me digo, que sean tan analfabetos. Ni tan estúpidos. Eso me digo una y otra vez. Serían inocentes, y en nada de esto acabo de ver inocencia alguna. Me pregunto, entonces, cuál es la frontera que separa a un analfabeto de un sinvergüenza.

http://xlsemanal.finanzas.com/web/firma.php?id_edicion=5907&id_firma=12570
 
Respuesta: Cajón de sastre

Le va a dar una lipotimia... Señora, que ya tenemos una edad...

Manu1oo1
 
Respuesta: Cajón de sastre

Le va a dar una lipotimia... Señora, que ya tenemos una edad...
Más que una lipotimia, me da que la van a liquidar. Pero, al menos, tiene más cojones que todo el conjunto de mansos que pastan en el Congreso español (exceptuando a Leire Pajín, claro).
 
Respuesta: Cajón de sastre

Está ultimamente Millás que lo borda (cuando escribe).

Con todos los respetos... ¿Qué encontráis de... interesante en esta historia? Es un hombre que se quiere suicidar (por los motivos que sean, cada cual es dueño de su vida) y lo hace. Bueno... No sé. No tiene que ver nada con "aprobar" o "condenar" el acto en sí -no soy quién-; pero el reportaje me transmite sentimientos encontrados. ¿Qué busca Millás? ¿De qué quiere concienciarnos? ¿Qué hemos ganado al conocer en detalle las últimas horas de vida de un hombre que ha tomado la decisión de quitarse la vida?
 
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