Cajón de sastre

Respuesta: Cajón de sastre

Es el nuevo ajuste social: si tienes pasta, te harás un master en USA o UK y te enchufarán rápido. Si no, a vender macpollos al lado de tu casa
 
Respuesta: Cajón de sastre

En ingeniería. Carrera por la que yo he pasado, y era de ocho a dos y de cinco a siete

Esos horarios tan laxos sólo eran para los afortunados: los que hacíais la ingeniería en alguna provincia de quinta :p
 
Respuesta: Cajón de sastre

No es concluyente :cuniao
Corolarios:
Los de la Charlie 3 son semi-ingenieros :cuniao
¿Cómo que ingeniería informática? ¿Andonde se ha visto una ingeniería sin dibujo técnico? :inaudito
 
Manu, me pasaba lo mismo (los profesores tienen que dar un número de horas y de ahí no pasan) y estamos hablando de que empecé la carrera en el 96 ó 97.

¿Qué sabes cuando acabas? Que te valga para salir a trabajar, NADA. Luego es cuando aprendes de verdad. Me descojono con los típicos que entrevistan en el último año que dicen "para 1.200€ al mes que me pagan me tengo que ir fuera". Y ojalá no vuelvas, porque vas a volver con el rabo entre las piernas.

Si haces informática igual sales sabiendo programar. Como si todo el trabajo de informática se redujese a eso. Luego ocurre que nadie sabe de sistemas, que es uno de los casos más sangrantes.
 
Respuesta: Cajón de sastre

Depende de la ingeniería, por lo que veo. Porque en otras áreas se aplican tanto conocimientos como aptitudes
 
Respuesta: Cajón de sastre

Lo mio era ingeniería industrial, no informática. Y era un no parar... :sudor

Manu1oo1
 
Respuesta: Cajón de sastre

Dentro de la mierda, un pequeño oasis.

Emotivo artículo sobre Iñaki Azkuna:

El mejor alcalde del mundo

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Iñaki Azkuna se sienta a la mesa como si se fuera a escapar enseguida. Mira con la intensidad de un niño. Cumplió 70 años el 14 de febrero, tiene un cáncer desde hace una década y de un cáncer murió su mujer hace seis meses. Ahora vive solo en casa.
En la mesa lo mira todo. Quiere saber qué pasa en la cocina, qué ha pedido cada uno. Hasta que él mismo parte el rape para los demás no pide lo que su salud le exige: una sopa. Hace diez años, la vida le envió la mala noticia. Un cáncer. Y a cada rato le avisa de nuevo. Eso le ha hecho frugal. Un monje con las manos agarradas a las rodillas, igual que Bielsa al borde del césped.
La enfermedad asoma a veces al rostro dándole una palidez que desaparece en cuanto lo has mirado dos minutos. Estudió radiología cardiaca. La especialidad le enseñó que a veces mirar el dolor te impide ver el alma. Cuando recibe esos avisos, como el último día de 2012, llama a su amigo Sabas, le pide que lo lleve al hospital de Basurto y allí se somete en silencio al dolor de estar vivo. Esas advertencias de la vida tuvieron hace medio año la peor de las confirmaciones: su mujer, Anabella Domínguez, una mexicana a la que conoció en París, se murió de un cáncer que le impidió comprobar que aquello que ella había soñado, que a su marido lo eligieran mejor alcalde del mundo, se cumplía por fin, era un hecho.
Iñaki Azkuna, el mejor alcalde del mundo. Casi nada. “Pues sí, casi nada”. Él cree que el mejor alcalde es el alcalde de cualquier pueblo ignoto que no tiene un duro. Los sábados se va con su amigo Sabas, concejal de Servicios, a ver las obras. Terminan cantando bilbainadas. La enfermedad le ha puesto impedimentos; no le ha restado capacidad de cabreo, así que si encuentra desperfectos o negligencia, truena como el misterio. Parece que siempre fue el alcalde. Pero cuando lo ves ahí, ante una réplica del rostro que Victorio Macho esculpió para que nadie olvidara la cabeza de Unamuno, sabes que detrás de este hombre hay mucho más que un tipo que manda en Bilbao.
Ante la Virgen de Begoña
soy el más católico. En el Ayuntamiento, el más laico”
La mano de Azkuna iba a ser la de un pelotari, pero Iñaki se entrenó solo de admirador. Su padre lo llevó al frontón cerca de la casa donde nació en Durango. Tenía trece años y delante veía a un gigante que se llamaba Miguel Gallastegui, un fenómeno. Muchos años después, cuando el alcalde obtuvo su tercera mayoría absoluta, Gallastegui le envió un telegrama: “Me viste ganar cuando tenías 13 años. Yo ahora tengo 93 y te he visto ganarles a todos”. Los Príncipes, a los que ha llevado mucho a ese restaurante en el que él parte el rape, La Viña, le enviaron una carta cuando lo nombraron mejor alcalde del mundo…
La madre de Azkuna era costurera. El padre era obrero, en la guerra peleó con el Ejército vasco. Los dos eran del PNV. La madre estuvo exiliada en Francia, el padre estuvo preso en Ciudad Rodrigo. Cuando Azkuna estudió Medicina en Salamanca, el padre lo visitaba y se iba a su “universidad”, decía él, las murallas de Ciudad Rodrigo. Allí estuvo condenado a muerte, aprendió la dura tarea de esperar la última pared.
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Un busto de Unamuno, al que Iñaki Azcuna comenzó a admirar durante su época de estudiante en Salamanca, preside su despacho. / Sofía Moro



Ellos formaron parte del silencio espeso de la posguerra. “Tenían mucho cuidado de no hablar de política con nadie, porque estaban en el pueblo, todos se conocían y ellos eran rojos separatistas. Nunca me enseñaron a tener odio ni a ser ningún talibán”. El padre era metalúrgico. Ángel; ella era Vicenta. Vicenta era una mujer “con muchas ideas”. Los hijos eran Iñaki y Marisol. La hermana murió. Ahora él es el sobreviviente. Y en casa está solo; el hijo ya vuela por ahí.
Pero la historia de los padres es como un cuadro en la pared, en él se mira. Antes de morir la madre les pidió que la llevaran a Angulema, a ver el lugar donde la ayudaron a vivir el exilio. “Volvió más contenta que unas pascuas; para ella fue un gran momento de emoción. Esas cosas te marcan la vida”.
Mi familia ha muerto joven. No me hace falta que me lean las manos. Sé que estoy condenado”
El alcalde dice lo que le da la gana; un cura le reprochó que fuera el primer alcalde católico que casaba a homosexuales. “Ante la Virgen de Begoña soy el más católico. En el Ayuntamiento soy el más laico”. El alcalde nació en 1942, un año después del casamiento. Escuchó poco de la guerra. A la casa entraban “trece panecillos negros” en la posguerra. Se cocinaba con manteca o tocino, el aceite se sacaba de estraperlo, la palabra que se apoderó del diccionario de la miseria. En Bilbao hubo ricos gracias al estraperlo y a la chatarra que venía de los tanques. Los restos de la guerra eran también metáfora de la mezquindad que la siguió. “Ese pan negro es uno de los recuerdos más claros que tengo de esa época y de aquella cuaresma en la que se cerraba todo y no se podía bailar”.
A Salamanca fue a estudiar porque la madre montó una tienda de costura. Ahí fue donde descubrió a Unamuno. El obispo Gúrpide había dicho que don Miguel era un hereje. Estaba en el Índice. Pero había una librería católica en la que estaba la colección Austral. Y ahí estaban Unamuno, Baroja… Baroja también estaba en el Índice. “¡Que la jerarquía incluyera a Unamuno, un hombre que ha escrito El Cristo de Velázquez, en el mismo puchero que a Lutero! Es increíble”. El tiempo hizo que Gúrpide y HB coincidieran (“uno, porque creía que era un hereje; los otros, porque lo llamaban españolista”) en el desprecio a Unamuno.
Fue de los que se fueron a París, a hacer la revolución del exilio. “Tenía 25 años; fueron años extraordinarios, años sin enemigos. Una beca de 17.000 pesetas y en París, eres el amo del mundo. ¡Y soltero!”. La mujer era de Chiapas. Estudiaba Filología Francesa. Se casaron en 1973. Murió el padre, 61 años. La primera experiencia del dolor. Durante aquellos años de París estuvo alejado de la familia, incluso demasiado. “Pero esa noticia es un bombazo, ya eres otro desde entonces”.
Vicenta murió con 72 años. “Mi familia ha muerto joven; en el lado de mi padre, todos con cáncer. No me hace falta ni que me lean las manos. Ya sé que estoy condenado”. Incluso ante la muerte: la serenidad aunque diluvie. Esa energía le ha servido para afrontar la soledad que le produjo la muerte de su mujer. “¡Todo lo que hemos discutido y el poco caso que le hecho en vida! ¡Y ahora siento cuánto me ha querido, cuánto me ha ayudado y qué solo me he quedado! Porque al final te quedas solo. Los hijos no pueden cuidar todo el día a los cacharros viejos. En la soledad es cuando te das cuenta de lo que ha sido una compañera. Te dices que tienes que superarlo porque hay que seguir viviendo, pero son trances muy duros”.
Los sábados, los potes, las bilbainadas. La soledad en casa. “Con mis amigos, por lo menos llenaría dos manos… Los veo, claro. Están alrededor, cerca. Ir a comer o a tomar potes está tirado. El problema es cuando necesitas a un amigo. Yo lo he necesitado en momentos en que he tenido que ingresar en el hospital, he llamado a un amigo, muchas veces a un amigo cercano que trabaja conmigo en el Ayuntamiento. Y me ha ayudado”.
Mientras estuve con él ofició una boda. Desde el estrado recriminó de coña a los novios, que se iban a Indonesia. “¡Pero qué van a hacer allí, con lo bien que se come en Bilbao!”. Luego me recordó los primeros matrimonios homosexuales que dirigió, y por ahí fuimos a la fe. “Soy creyente, pero tengo muchísimas dudas. Creo en la trascendencia de la persona, pero creo también en una trascendencia laica. A veces actuamos como lobos. Los corruptos, los mangantes y los tiburones que nos han llevado a esta situación son todos lobos; les ha importado un pepino la naturaleza humana y la sociedad y han ido a lo suyo, a tiburonear”. Perdió la fe en París. Luego la recuperó. “En París se pierde todo. Se ganan muchas cosas, pero yo era investigador médico y así a Dios lo ves muy lejano. La recuperé por la muerte de mi padre. La fe ayuda a entender el misterio de la muerte. La muerte es un misterio. Nos morimos porque nos oxidamos. El problema es por qué una persona con corazón, emociones, pasiones y con inteligencia se muere y ya no aparece. Porque, eso sí, por aquí no ha aparecido nadie. Ni los santos. Ese es el misterio de la muerte”.
En su partido ha sido un verso libre y por ello alguna bofetada le han dado. “En mi huerto he labrado yo con mi propio azadón”. ¿Ahora mira otro País Vasco? “Falta, aún falta mucho por andar… Aquí hay gente muy recalcitrante que quisiera seguir como antes. Ha habido otros que de momento han ganado la batalla, pero eso no les da derecho a que nos den lecciones de democracia a los que siempre hemos sido demócratas y nunca hemos cogido una pistola. Todavía tienen que aprender a decir que durante 40 años han apoyado a un grupo terrorista”.
La soledad ante el espejo. Ahí estaba, afeitándose, cuando sonó el teléfono y creyó que andaban de coña cuando le avisaron. Te han elegido el mejor alcalde del mundo. Habla poco euskera, pero ahí lo dijo. Pozi nago. Soy feliz. “Mi vanidad está completa. La Legión de Honor francesa. La insignia de la Universidad de Salamanca. Ya está”. Le recordé el corazón, su especialidad. “Bombea sangre. Ahí reside la vida, tócalo para que veas”. Él se tocó el corazón, a su vez, y luego se alisó el pelo, como si tuviera la melena que lucía en París.
 
Respuesta: Cajón de sastre

Recordando Krasny Bor por Arturito.
XLSemanal - 22/4/2013

Mi abuelo paterno, que era uno de esos republicanos de antes, cultos, viajados y con biblioteca, escéptico como todo hombre sabio, solía repetir una frase que yo, de pequeño, no alcanzaba a penetrar del todo: «Los españoles sólo servimos para salir en los cuadros de Goya». No fue sino más tarde, cuando leí libros, viajé y me familiaricé con cuadros como los del 2 de Mayo en Madrid o el Duelo a garrotazos, cuando comprendí a qué se refería mi abuelo, y por qué, entre todos los pintores españoles, utilizaba a Goya como clave lúcida. Como amarga referencia.

Hace unas semanas hice un experimento. Se cumplían 70 años de la batalla de Krasny Bor, cerca de Leningrado, donde 5.000 españoles de la División Azul encajaron el ataque de dos divisiones soviéticas integradas por 44.000 hombres y 100 carros de combate: una compañía aniquilada, varias diezmadas, oficiales pidiendo fuego artillero sobre su propia posición por estar inundados de rusos. Abandonados a su suerte, durante todo el día pelearon como fieras, a la desesperada. Casi la mitad murieron o desaparecieron, pero frenaron a los rusos, les hicieron 10.000 bajas y obtuvieron de Hitler este comentario: «Extraordinariamente duros para las privaciones y ferozmente indisciplinados». Y, bueno. Tales son los hechos y así los conté en la red social Twitter, donde recalo algunos domingos, añadiendo que entre los divisionarios no todos eran voluntarios falangistas, pues también había ex combatientes republicanos y gente que se alistó por hambre o para ayudar a algún familiar encarcelado o en desgracia. Añadí que la causa que defendían era infame, pero eso no alteraba el hecho básico: eran compatriotas, estaban en el infierno y pelearon con bravura admirable. «Quienes nos gobiernan deberían prestar atención a esas cosas -escribí-. La Historia ha probado mil veces que no hay nada más peligroso que un español acorralado».Lo interesante vino luego: tres mil opiniones de tuiteros. Yo había mencionado un hecho histórico, destacando un coraje y una tenacidad independientes de tiempos o ideologías. Algo que ocurrió y que está -debería estar- en los libros de Historia por las mismas razones que la toma de Tenochtilán, el saco de Roma o la liberación de París por los republicanos españoles de la Nueve. Y sin embargo, no pueden imaginar la que se lió en Twitter: los insultos y descalificaciones entre quienes discutían. Algunos me incluyeron, claro. Eso fue lo más revelador: ultraderechistas acusándome de rojo por haber calificado de infame la causa que la División Azul defendía en Rusia, y ultraizquierdistas acusándome de facha por hablar de la División Azul en vez de sepultarla en el negro olvido. Y entre unos y otros, docenas de tuiteros tirándose los trastos a la cabeza con argumentos ideológicos, orillando el hecho principal: el episodio histórico, su épica objetiva y su interesante consideración. La Historia, en fin, que no es buena ni mala, sino llave para comprender el pasado y el presente. Y a veces, para prever el futuro.Así que una vez más recordé las palabras de mi abuelo. Pensé en Goya. En ese cable suelto que los españoles llevamos sumergido en bilis en algún lugar del corazón. En ese rencor cainita, desaforado, siempre dispuesto a simplificar el mundo en un estúpido nosotros y ellos. En esa necesidad nuestra, no de vencer y convencer, sino de vencer y exterminar al vencido. Borrar hasta su huella. Fusilar al que levanta las manos, en vez de ofrecerle un pitillo y mirarlo a los ojos. Prueben a elogiar en público el valor de moros y cristianos en Las Navas, o el de republicanos y nacionales en El Ebro. Saltarán voces criticando la igualdad de trato, la falta de etiqueta diferencial, la ecuanimidad ante el valor y el sacrificio, como si éstos tuvieran que depender de ideologías para ser admirables. Nadie puede ser admirable si no pertenece a mi bando, es la lectura final. Esto repugna y entristece, porque no es de ahora. Pese a lo que afirman los tontos, no lo inventó Franco, ni la República: viajemos a la Dictadura, a las guerras carlistas, a Fernando VII, a la Inquisición. En pocos lugares de Europa hubo tanta saña y tanta vileza. Mientras en otros países -también en eso envidio a Inglaterra- la inteligencia o el valor del adversario son a menudo motivo de admiración y respeto, en España no hacen sino aumentar la envidia; la ira de quien, una vez dueño de la trinchera, remata la faena con toda clase de vejaciones introductorias al tiro en la nuca. Tiro que, por otra parte, aplica con más entusiasmo quien nunca corrió riesgos antes. Quien más lejos anduvo, durante el combate, del verdadero campo de batalla.

http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/752/recordando-krasny-bor/
 
Respuesta: Cajón de sastre

Perdonad si ya lo he puesto por aquí (me suena que sí), pero la mejor respuesta al artículo de Reverte es otro de Javier Cercas:

http://elpais.com/diario/2010/06/06/opinion/1275775213_850215.html

La puñetera verdad.

Es una pena que la discrepancia entre Almudena Grandes y Joaquín Leguina a propósito de un artículo de este último (Enterrar a los muertos, EL PAÍS, 24-5-2010) no haya provocado un debate articulado sino solo un agrio intercambio de acusaciones; también es una pena que la discrepancia radique en un punto sobre el que no hay discrepancia posible, porque hace tiempo que fue zanjado por los historiadores: es imposible equiparar el terror del bando franquista con el terror del bando republicano durante la Guerra Civil, al modo en que lo hace Leguina, porque el segundo duró el tiempo que el Gobierno legítimo tardó en tomar el control de su zona y se practicó sin su aprobación (o al menos sin su aprobación explícita), mientras que el primero duró toda la guerra y fue organizado por las autoridades como parte de una guerra de exterminio; dicho de otro modo: equiparar la España leal con la España rebelde porque en ambas se cometieron crímenes es una aberración similar a equiparar el Estado democrático con ETA porque el Estado democrático creó los GAL. No obstante, hay en el texto de Leguina una analogía aún más inquietante. "¿Por qué no aceptamos la verdad de una puñetera vez?", escribe Leguina, sin duda interpelando a quienes postulan que la nuestra fue una guerra de buenos contra malos. "La inmensa mayoría de la derecha española renegó de la democracia durante la República y, desde luego, durante la guerra... Pero es que la izquierda, en gran parte, hizo lo mismo, tomando la deriva revolucionaria". La afirmación no es inquietante por lo que dice, sino por lo que presupone: no solo que en los dos bandos se cometieron atrocidades (cosa obviamente cierta), ni que una parte de los republicanos no creía en la democracia (cosa asimismo cierta), sino que los dos bandos contribuyeron por igual a la destrucción de la democracia y que por tanto comparten por igual la responsabilidad política de la guerra. Si esa es la puñetera verdad que Leguina nos pide que aceptemos, yo puedo decirle por qué no la aceptamos: porque es una puñetera mentira. Y además una mentira peligrosa, dado que atañe a un problema esencial de nuestra relación con el pasado reciente y, en esa medida, también al presente.

Me explicaré contando una historia: la historia del héroe de mi familia. Pónganle ustedes a la palabra héroe todas las comillas que quieran: mi madre, que era una niña cuando todo ocurrió, no le pone ninguna. El protagonista se llama Manuel Mena, era tío carnal de mi madre y pertenecía a una familia católica de pequeños propietarios rurales extremeños. Cuando estalló la guerra, Manuel Mena contaba 16 años. Exaltado por las arengas falangistas, de inmediato intentó alistarse en el ejército de Franco; no lo consiguió, pero en los meses siguientes volvió a intentarlo varias veces. Por fin, al cumplir la edad reglamentaria, pudo incorporarse a filas. Manuel Mena peleó en la Ciudad Universitaria de Madrid y en Teruel, se distinguió por su arrojo en diversos combates, ascendió fulgurantemente, y en octubre de 1938, con apenas 19 años, había alcanzado el grado de alférez. Una mañana de ese mes, cuando estaba a punto de cruzar el Ebro al mando de su unidad, una bala perdida le perforó el estómago; murió el mismo día, mientras lo trasladaban a lomos de un mulo a un hospital de la retaguardia. Siempre que recuerda a Manuel Mena, mi madre lo recuerda de permiso en el pueblo, enfundado en su uniforme blanco de los Tiradores de Ifni, bailando o paseando con sus amigas, aureolado por su prestigio romántico de guerrero, y sobre todo recuerda que, cada vez que partía de nuevo hacia el frente, su madre le despedía entre lágrimas. "Madre, no seas cobarde", eran siempre las palabras de despedida del soldado. "Si me matan, que nadie te vea llorar". Y el día en que le llevaron el cadáver de su hijo, la madre de Manuel Mena no lloró; en medio del silencio de la multitud que rodeaba el féretro, solo alcanzó a hacer un débil saludo fascista y a decir con el hilo de voz que le salió de las entrañas: "¡Arriba España, hijo mío!".

Esa es la historia, o esa es al menos tal y como la recuerda mi madre. Sea como sea, nadie tiene derecho a poner en duda la integridad moral de Manuel Mena, la generosidad de su idealismo y la pureza de sus intenciones: nadie puede dudar de que fue a la guerra porque, cuando todavía era un chaval, le convencieron de que su familia, su patria y su religión estaban en peligro, y de que merecía la pena morir por ellas; nadie, claro está, excepto quienes se resignan a no entender una palabra del funcionamiento de la historia y de los hombres, y por lo tanto no aceptan la evidencia de que el fascismo, igual que el comunismo, fue para muchos una forma subyugante de idealismo, un ensayo de bajar el cielo a la tierra, ni la evidencia complementaria de que los peores infiernos de la historia también se han fabricado con las mejores intenciones. Pero, si desde el punto de vista moral nada indica que Manuel Mena se equivocase, desde el punto de vista político no hay duda de que lo hizo: aunque harto más imperfecta que la actual, la II República era una democracia tan legítima como la actual, y Manuel Mena respaldó con las armas un golpe de Estado contra ella. Esa es la cuestión: Manuel Mena tal vez acertó moralmente, pero no políticamente. Y, como él, tantos otros. Por eso es falso que los dos bandos contribuyeran por igual a la destrucción de la democracia y que compartan por igual la responsabilidad política de la guerra: los responsables políticos de la guerra fueron quienes dieron un golpe de Estado contra la legalidad republicana, no los que la defendieron. Es verdad que muchos de los que defendieron la II República no creían en la democracia, como dice Leguina; pero el hecho es que defendieron un régimen democrático. Todo lo cual significa que desde el punto de vista político la Guerra Civil sí fue, contra lo que predica un cliché tramposamente ecuánime, una guerra de buenos contra malos: como en casi todas las guerras, en la nuestra no hubo un bando moralmente del todo bueno y un bando moralmente del todo malo, pero sí hubo, como en tantas otras guerras, un bando políticamente bueno y un bando políticamente malo, un bando que defendió la legalidad democrática y un bando que la destruyó; salvando las distancias, es algo semejante a lo que ocurre ahora mismo en el País Vasco: si juzgamos allí una aberración la equidistancia política entre los terroristas y los que no lo son y no tenemos ninguna duda de que hay buenos y malos y de que políticamente los buenos son quienes defienden el sistema democrático -aunque crearan los GAL- y los malos son quienes lo atacan -aunque alguno sea tan idealista como Manuel Mena-, ¿por qué en cambio tantos defienden la equidistancia y afirman que no hay buenos y malos cuando se trata de la II República, que es el único precedente posible de la democracia actual?

Porque eso es lo puñetero y lo peligroso de este asunto: que no estamos hablando del pasado, sino de la relación del presente con el pasado; es decir, del fundamento histórico de nuestro sistema democrático. Por supuesto, solo quien no sabe lo que fue el franquismo puede decir que la actual derecha española es franquista; pero esa derecha comete un serio error al no cortar del todo el cordón umbilical que todavía la une al franquismo y no buscar sus raíces y las raíces de la democracia en la democracia que destruyó el franquismo.

No hay democracia sólida que no esté basada en un acuerdo mínimo acerca de su origen histórico; la nuestra no lo está, sobre todo porque gran parte de la derecha -y al parecer ahora también una parte de la izquierda- no acaba de asumir que sus orígenes no pueden hallarse en ninguna mistificación justificatoria de una dictadura. Me pregunto si no lo asume porque está atrapada en un malentendido: porque cree que lo que se le exige es que renuncie moral y políticamente a los suyos, es decir, porque cree que, además de reconocer que los suyos estaban políticamente equivocados, debe reconocer que todos eran moralmente abyectos. No es así: lo único que se le debe exigir a la derecha es que en este caso distinga entre moral y política, y que, sin quitarles necesariamente la razón moral a sus antepasados, les quite la razón política.

En cuanto a mí, no sé si, como mi madre cree, Manuel Mena fue un héroe, quiero decir un héroe moral, pero lo cierto es que yo nunca me he avergonzado de él; ahora bien, estoy seguro de que políticamente fue un villano. Esa es la verdad, mamá. La puñetera verdad.

Javier Cercas es escritor.
 
Respuesta: Cajón de sastre

Gorrión, yo no estoy de acuerdo con Cercas aquí. Obviamente tiene unas simpatías, pero él va a los buenos y malos. Jamás voy a defender ni valorar positivamente el fascismo, pero soy de la opinión que hay veces donde el sistema está tan roto que pierde legitimidad. Aquí digo que la república la mató Franco y algunos sectores radicales revolucionarios. Como en todo, habría republicanos prácticos, objetivos y lógicos, peto frente a los problemas demostraron sangre de horchata. Otra cosa es que ver los sistemas invariables también me parece una forma encubierta de fascismo.

Enviado desde mi GT-I9300 usando Tapatalk 2
 
Respuesta: Cajón de sastre

Gorrión, yo no estoy de acuerdo con Cercas aquí. Obviamente tiene unas simpatías, pero él va a los buenos y malos. Jamás voy a defender ni valorar positivamente el fascismo, pero soy de la opinión que hay veces donde el sistema está tan roto que pierde legitimidad. Aquí digo que la república la mató Franco y algunos sectores radicales revolucionarios. Como en todo, habría republicanos prácticos, objetivos y lógicos, peto frente a los problemas demostraron sangre de horchata. Otra cosa es que ver los sistemas invariables también me parece una forma encubierta de fascismo.

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Un día que me pase por Madrid lo hablamos con unas cañas, que aquí me da pereza. :cuniao
 
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Patente de corso

Una historia de España (I)

XLSemanal - 06/5/2013
Érase una vez una piel de toro con forma de España -llamada Ishapan: tierra de buenos conejos :-) , les juro que la palabra significaba eso-, habitada por un centenar de tribus, cada una de las cuales tenía su lengua e iba a su rollo. Es más: procuraban destriparse a la menor ocasión, y sólo se unían entre sí para reventar al vecino que (a) era más débil, (b) destacaba por tener las mejores cosechas o ganados, o (c) tenía las mujeres más guapas, los hombres más apuestos y las chozas más lujosas. Fueras cántabro, astur, bastetano, mastieno, ilergete o lo que se terciara, que te fueran bien las cosas era suficiente para que se juntaran unas cuantas tribus y te pasaran por la piedra, o por el bronce, o por el hierro, según la época prehistórica que tocara. Envidia y mala leche al cincuenta por ciento (véanse carbono 14 y pruebas genéticas de Adn). El caso es que así, en plan general, toda esa pandilla de hijos de puta, tan prolífica a largo plazo, podía clasificarse en dos grandes grupos étnicos: iberos y celtas. Los primeros eran bajitos, morenos, y tenían más suerte con el sol, las minas, la agricultura, las playas, el turismo fenicio y griego y otros factores económicos interesantes (véanse folletos de viajes de la época). Los celtas, por su parte, eran rubios, ligeramente más bestias y a menudo más pobres, cosa que resolvían haciendo incursiones en las tierras del sur, más que nada para estrechar lazos con las iberas; que aunque menos exuberantes que las rubias de arriba, tenían su puntito meridional y su morbo cañí (véase Dama de Elche). Los iberos, claro, solían tomarlo a mal, y a menudo devolvían la visita. Así que cuando no estaban descuartizándose en su propia casa, iberos y celtas se la liaban parda unos a otros, sin complejos ni complejas. Facilitaba mucho el método una espada genuinamente aborigen llamada falcata: prodigio de herramienta forjada en hierro (véase Diodoro de Sicilia, que la califica de magnífica), que cortaba como hoja de afeitar y que, cual era de esperar en manos adecuadas, deparó a iberos, celtas y resto de la peña apasionantes terapias de grupo y bonitos experimentos colectivos de cirugía en vivo y en directo. Ayudaba mucho que, como entonces la península estaba tan llena de bosques que una ardilla podía recorrerla saltando de árbol en árbol, todas aquellas ruidosas incursiones, destripamientos con falcata y demás actos sociales podían hacerse a la sombra, y eso facilitaba las cosas. Y las ganas. Animaba mucho, vamos. De cualquier modo, hay que reconocer que en el arte de picar carne propia o ajena, tanto iberos como celtas, y luego esos celtíberos resultado de tantas incursiones románticas piel de toro arriba o piel de toro abajo, eran auténticos virtuosos. Feroces y valientes hasta el disparate (véanse el No-do de entonces y los telediarios de Teleturdetania), la vida propia o ajena les importaba literalmente un carajo; morían matando cuando los derrotaban y cantando cuando los crucificaban, se suicidaban en masa cuando palmaba el jefe de la tribu o perdía su equipo de fútbol, y las señoras eran de armas tomar. O sea. Si eras enemigo y caías vivo en sus manos, más te valía no caer. Y si además aquellas angelicales criaturas de ambos sexos acababan de trasegar unas litronas de caelia -cerveza de la época, como la San Miguel o la Cruzcampo, pero en basto-, ya ni te cuento. Imaginen los botellones que liaban mis primos. Y primas. Que en lo religioso, por cierto, a falta todavía de monseñores que pastoreasen sus almas prohibiéndoles la coyunda, el preservativo y el aborto, y a falta también del bañador de Falete y de Sálvame para babear en grupo, rendían culto a los ríos -de ahí procede el refrán celtíbero de perdidos, al río-, las montañas, los bosques, la luna y otros etcéteras. Y éste era, siglo arriba o siglo abajo, el panorama de la tierra de conejos cuando, sobre unos 800 años antes de que el Espíritu Santo en forma de paloma visitara a la Virgen María, unos marinos y mercaderes con cara de pirata, llamados fenicios, llegaron por el Mediterráneo trayendo dos cosas que en España tendrían desigual prestigio y fortuna: el dinero -la que más- y el alfabeto -la que menos-. También fueron los fenicios quienes inventaron la burbuja inmobiliaria adquiriendo propiedades en la costa, adelantándose a los jubilados anglosajones y a los simpáticos mafiosos rusos que bailan los pajaritos en Benidorm. Pero de los fenicios, de los griegos y de otra gente parecida, hablaremos en un próximo capítulo. O no.
 
Respuesta: Cajón de sastre

Guantánamo
19 MAY 2013
Salvador Sostres

Dos Carriles

El carril bus es un carril perdedor y el reflejo de una sociedad con los valores invertidos. Es un carril que ensalza al fracasado que no tiene más remedio que desplazarse en este lamentable transporte, y le da una inconcebible preferencia. Por cosas así somos cada día más débiles, y la nula autoexigencia hace que nos conformemos con cualquier deshecho.

Lo que tendría que haber es un carril especial -o mejor dicho, dos- para coches de más de 60.000 euros. Los que tienen que tener preferencia son los que más pagan, los que más riqueza crean. Es fundamental que gasten el menor tiempo posible yendo de aquí para allá y lleguen a la hora a sus reuniones y citas. Los que menos contribuyen, los deficitarios, que hagan cola y que se levanten más temprano para no llegar tarde.

Hay que potenciar el éxito y dar preferencia al ganador. Dos carriles especiales, libres de semáforos. Y cada dos kilómetros unas azafatas que le ofrezcan al copiloto una copa de champán. En las esquinas, trabajando de aparcacoches, todos aquellos que están en el paro y cobran la prestación. Ya que los ricos les pagan con sus impuestos no sólo el subsidio sino también la sanidad y el colegio de sus hijos, que también ellos hagan algo positivo en favor de los demás.

El carril bus premia el fracaso, la desidia, la falta de ambición, el conformismo estéril y que tan carísimo nos sale. Dos carriles especiales, con azafatas y aparcacoches, para los grandes contribuyentes y para los que más dinamizan la economía con su nivel de gasto, darían vigor a la sociedad y los niños sabrían por qué y para qué tienen que trabajar.

Hay que homenajear a quien paga, hay que dejarle pasar, servirle champán, aparcarle el coche y darle las gracias por todo lo que con su dinero ayuda a crear. Hay que ingresar en la cultura del agradecimiento y quitarse el vicio tan molesto del resentimiento. Hay que premiar al ganador y convertirle en modelo y en referente, para que los niños quieran ser ganadores, y no funcionarios; para que se concentren en su trabajo y no en sus derechos; en el indispensable esfuerzo, y no en los millones de excusas que cualquiera puede encontrar para rendirse, para fallar, para no estar a la altura de las circunstancias.

El carril bus es el agit-prop de la tiranía del débil, un canto a la mediocridad, el bukake del fracaso. No es que tengan que tener preferencia los que más dinero tienen, sino los que más dinero pagan, los que más y mejor contribuyen a hacer posible, con su esfuerzo y sus ganancias, la ternura como metáfora de la solución universal.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/guantanamo/2013/05/19/dos-carriles.html
 
Respuesta: Cajón de sastre

Patente de corso:

Arturí turí turí.


Una historia de España (II)



Como íbamos diciendo, griegos y fenicios se asomaron a las costas de Hispania, echaron un vistazo al personal del interior -si nos vemos ahora, imagínennos entonces en Villailergete del Arévaco, con nuestras boinas, garrotas, falcatas y demás- y dijeron: pues va a ser que no, gracias, nos quedamos aquí en la playa, turisteando con las minas y las factorías comerciales, y lo de dentro que lo colonice mi prima, si tiene huevos. Y los huevos, o parte, los tuvieron unos fulanos que, en efecto, eran primos de los fenicios -«Venid, que lo tenéis fácil», dijeron éstos aguantándose la risa- y se llamaban cartagineses porque vivían a dos pasos, en Cartago, hoy Túnez o por allí. Y bueno. Llegaron los cartagineses muy sobrados a fundar ciudades: Ibiza, Cartagena y Barcelona -esta última lo fue por Amílcar Barça, creador también del equipo de fútbol que lleva su apellido y de la famosa frase Cartago is not Roma-. Hubo, de entrada, un poquito de bronca con algunos caudillos celtíberos (socios del Madrid según Estrabón, lo que puede explicarlo todo) llamados Istolacio, Indortes y Orisón, entre otros, que fueron debidamente masacrados y crucificados; entre otras cosas, porque allí cada uno iba a su aire, o se aliaba con los cartagineses el tiempo necesario para reventar a la tribu vecina, y luego si te he visto no me acuerdo (me parece que eso es Polibio quien lo dice). Así que los de Cartago destruyeron unas cuantas ciudades: Belchite -que se llamaba Hélice- y Sagunto, que era próspera que te rilas. La pega estuvo en que Sagunto, antigua colonia griega, también era aliada de los romanos: unos pavos que por aquel entonces (siglo III antes de Cristo, echen cuentas) empezaban a montárselo de gallitos en el Mediterráneo. Y claro. Se lió una pajarraca notable, con guerra y tal. Encima, para agravar la cosa, el nieto de Amílcar, que se llamaba Aníbal y era tuerto, no podía ver a Roma ni por el ojo sano, o sea, ni en fotos, porque de pequeño lo habían obligado a zamparse Quo Vadis en la tele cada Semana Santa, y acabó, la criatura, jurando odio eterno a los romanos. Así que tras desparramar Sagunto, reunió un ejército que daba miedo verlo, con númidas, elefantes y crueles catapultas que arrojaban películas de Pajares y Esteso. Además, bajo el lema Vente con Aníbal, Pepe, alistó a 30.000 mercenarios celtíberos, cruzó los Alpes -ésa fue la primera mano de obra española cualificada que salió al extranjero- y se paseó por Italia dando estiba a diestro y siniestro. El punto chulo de la cosa es que, gracias al tuerto, nuestros honderos baleares, jinetes y acuchilladores varios, precursores de los tercios de Flandes y de la selección española, participaron en todas las sobas que Aníbal dio a los de Roma en su propia casa, que fueron unas cuantas: Tesino, Trebia, Trasimeno y la final de copa en Cannas, la más vistosa de todas, donde palmaron 50.000 enemigos, romano más, romano menos. La faena fue que luego, en vez de seguir todo derecho hasta Roma por la vía Apia y rematar la faena, Aníbal y sus huestes, hispanos incluidos, se quedaron por allí dedicados al vicio, la molicie, las romanas caprichosas, las costumbres licenciosas y otras rimas procelosas. Y mientras ellos se tiraban a la bartola, o a la Bartola, según, un general enemigo llamado Escipión desembarcó astutamente en España a la hora de la siesta, pillándolos por la retaguardia. Luego conquistó Cartagena y acabó poniéndole al tuerto los pavos a la sombra; hasta que éste, retirado al norte de África, fue derrotado en la batalla de Zama, donde se suicidó para no caer en manos enemigas, por vergüenza torera, ahorrándose así salir en el telediario con los carpetanos, los cántabros y los mastienos que antes lo aplaudían como locos cuando ganaba batallas, amontonados ahora ante el juzgado -actitudes ambas típicamente celtíberas- llamándolo cobarde y chorizo. El caso es que Cartago quedó hecho una piltrafa, y Roma se calzó Hispania entera. Sin saber, claro, dónde se metía. Porque si la Galia, con toda su vitola irreductible de Astérix, Obélix y demás, Julio César la conquistó en nueve años, para España los romanos necesitaron doscientos. Calculen la risa. Y el arte. Pero es normal. Aquí nunca hubo patria, sino jefes (lo dice Plutarco en la biografía de Sertorio). Uno en cada puto pueblo: Indíbil, Mandonio, Viriato. Y claro. A semejante peña había que ir dándole matarile uno por uno. Y eso, incluso para gente organizada como los romanos, lleva su tiempo.

(Continuará).

:D
 
Respuesta: Cajón de sastre

"No busques trabajo" por Risto Mejide.

No busques trabajo. Así te lo digo. No gastes ni tu tiempo ni tu dinero, de verdad que no vale la pena. Tal como está el patio, con uno de cada dos jóvenes y casi uno de cada tres adultos en edad de dejar de trabajar, lo de buscar trabajo ya es una patraña, un cachondeo, una mentira y una estúpida forma de justificar la ineptitud de nuestros políticos, la bajada de pantalones eurocomunitaria y lo poco que les importas a los que realmente mandan, que por si aún no lo habías notado, son los que hablan en alemán.

No busques trabajo. Te lo digo en serio. Si tienes más de 30 años, has sido dado por perdido. Aunque te llames Diego Martínez Santos y seas el mejor físico de partículas de Europa. Da igual. Aquí eres un pringao demasiado caro de mantener. Dónde vas pidiendo nada. Si ahí afuera tengo a 20 mucho más jóvenes que no me pedirán más que una oportunidad, eufemismo de trabajar gratis. Anda, apártate que me tapas el sol.

Y si tienes menos de 30 años, tú sí puedes fardar de algo. Por fin la generación de tu país duplica al resto de la Unión Europea en algo, aunque ese algo sea la tasa de desempleo. Eh, pero no te preocupes, que como dijo el maestro, los récords están ahí para ser batidos. Tú sigue esperando que los políticos te echen un cable, pon a prueba tu paciencia mariana y vas a ver qué bien te va.

Por eso me atrevo a darte un consejo que no me has pedido: tengas la edad que tengas, no busques trabajo. Buscar no es ni de lejos el verbo adecuado. Porque lo único que te arriesgas es a no encontrar. Y a frustrarte. Y a desesperarte. Y a creerte que es por tu culpa. Y a volverte a hundir.

No utilices el verbo buscar.

Utiliza el verbo crear. Utiliza el verbo reinventar. Utiliza el verbo fabricar. Utiliza el verbo reciclar. Son más difíciles, sí, pero lo mismo ocurre con todo lo que se hace real. Que se complica.

Da igual que te vistas de autónomo, de empresario o de empleado. Por si aún no lo has notado, ha llegado el momento de las empresas de uno. Tú eres tu director general, tu presidente, tu director de marketing y tu recepcionista. La única empresa de la que no te podrán despedir jamás. Y tu departamento de I+D (eso que tienes sobre los hombros) hace tiempo que tiene sobre la mesa el encargo más difícil de todos los tiempos desde que el hombre es hombre: diseñar tu propia vida.

Suena jodido. Porque lo es. Pero corrígeme si la alternativa te está pagando las facturas.

Trabajo no es un buen sustantivo tampoco. Porque es mentira que no exista. Trabajo hay. Lo que pasa es que ahora se reparte entre menos gente, que en muchos casos se ve obligada a hacer más de lo que humanamente puede. Lo llaman productividad. Otra patraña, tan manipulable como todos los índices. Pero en fin.

Mejor búscate entre tus habilidades. Mejor busca qué sabes hacer. Qué se te da bien. Todos tenemos alguna habilidad que nos hace especiales. Alguna singularidad. Alguna rareza. Lo difícil no es tenerla, lo difícil es encontrarla, identificarla a tiempo. Y entre esas rarezas, pregúntate cuáles podrían estar recompensadas. Si no es aquí, fuera. Si no es en tu sector, en cualquier otro. Por cierto, qué es un sector hoy en día.

No busques trabajo. Mejor busca un mercado. O dicho de otra forma, una necesidad insatisfecha en un grupo de gente dispuesta a gastar, sea en la moneda que sea. Aprende a hablar en su idioma. Y no me refiero sólo a la lengua vehicular, que también.

No busques trabajo. Mejor busca a un ingenuo, o primer cliente. Reduce sus miedos, ofrécele una prueba gratis, sin compromiso, y prométele que le devolverás el dinero si no queda satisfecho. Y por el camino, gánate su confianza, convéncele de que te necesita aunque él todavía no se haya dado cuenta. No pares hasta obtener un sí. Vendrá acompañado de algún pero, tú tranquilo que los peros siempre caducan y acaban cayéndose por el camino.

Y a continuación, déjate la piel por que quede encantado de haberte conocido. No escatimes esfuerzos, convierte su felicidad en tu obsesión. Hazle creer que eres imprescindible. En realidad nada ni nadie lo es, pero todos pagamos cada día por productos y servicios que nos han convencido de lo contrario.

Por último, no busques trabajo. Busca una vida de la que no quieras retirarte jamás. Y un día día en el que nunca dejes de aprender. Intenta no venderte y estarás mucho más cerca de que alguien te compre de vez en cuando. Ah, y olvídate de la estabilidad, eso es cosa del siglo pasado. Intenta gastar menos de lo que tienes. Y sobre todo y ante todo, jamás te hipoteques, piensa que si alquilas no estarás tirando el dinero, sino comprando tu libertad.

Hasta aquí la mejor ayuda que se me ocurre, lo más útil que te puedo decir, te llames David Belzunce, Enzo Vizcaíno, Sislena Caparrosa o Julio Mejide. Ya, ya sé que tampoco te he solucionado nada. Aunque si esperabas soluciones y que encima esas soluciones viniesen de mí, tu problema es aún mayor de lo que me pensaba.

No busques trabajo. Sólo así, quizás, algún día, el trabajo te encuentre a ti.

http://www.elperiodico.com/es/noticias/al-contrataque/busques-trabajo-2394122
 
ARTURO PÉREZ-REVERTE
Una historia de España (III)


Estábamos con Roma. En que Escipión, vencedor de Cartago, una vez hecha la faena, dice a sus colegas generales «Ahí os dejo el pastel», y se vuelve a la madre patria. Y mientras, Hispania, que aún no puede considerarse España pero promete, se convierte, en palabras de no recuerdo qué historiador, en sepulcro de romanos: doscientos años para pacificar el paisaje, porque pueblos tipo Astérix tuvimos a punta de pala. El sistema romano era picar carne de forma sistemática: legiones, matanza, crucifixión, esclavos. Lo típico. Lo gestionaban unos tíos llamados pretores, Galba y otros, que eran cínicos y crueles al estilo de los malos de las películas, en plan sheriff de Nottingham, especialistas en engañar a las tribus con pactos que luego no cumplían ni de lejos. El método funcionó lento pero seguro, con altibajos llamados Indíbil, Mandonio y tal. El más altibajo de todos fue Viriato, que dio una caña horrorosa hasta que Roma sobornó a sus capitanes y éstos le dieron matarile. Su tropa, mosqueada, resistió numantina en una ciudad llamada Numancia, que aguantó diez años hasta que el nieto de Escipión acabó tomándola, con gran matanza, suicidio general (eso dicen Floro y Orosio, aunque suena a pegote) y demás. Otro que se puso en plan Viriato fue un romano guapo y listo llamado Sertorio, quien tuvo malos rollos en su tierra, vino aquí, se hizo caudillo en el buen sentido de la palabra, y estuvo dando por saco a sus antiguos compatriotas hasta que éstos, recurriendo al método habitual -la lealtad no era la más acrisolada virtud local- consiguieron que un antiguo lugarteniente le diera las del pulpo. Y así, entre sublevaciones, matanzas y nuevas sublevaciones, se fue romanizando el asunto. De vez en cuando surgían otras numancias, que eran pasadas por la piedra de amolar sublevatas. Una de las últimas fue Calahorra, que ofreció heroica resistencia popular -de ahí viene el antiguo refrán «Calahorra, la que no resiste a Roma es zorra»-. Etcétera. La parte buena de todo esto fue que acabó, a la larga, con las pequeñas guerras civiles celtíberas; porque los romanos tenían el buen hábito de engañar, crucificar y esclavizar imparcialmente a unos y a otros, sin casarse ni con su padre. Aun así, cuando se presentaba ocasión, como en la guerra civil que trajeron Julio César y los partidarios de Pompeyo, los hispanos tomaban partido por uno u otro, porque todo pretexto valía para quemar la cosecha o violar a la legítima del vecino, envidiado por tener una cuadriga con mejores caballos, abono en el anfiteatro de Mérida u otros privilegios. El caso es que paz, lo que se dice paz, no la hubo hasta que Octavio Augusto, el primer emperador, vino en persona y le partió el espinazo a los últimos irreductibles cántabros, vascones y astures que resistían en plan hecho diferencial, enrocados en la pelliza de pieles y el queso de cabra -a Octavio iban a irle con reivindicaciones autonómicas, mis primos-. El caso es que a partir de entonces, los romanos llamaron Hispania a Hispania, dividiéndola en cinco provincias. Explotaban el oro, la plata y la famosa triada mediterránea: trigo, vino y aceite. Hubo obras públicas, prosperidad, y empresas comunes que llenaron el vacío que (véase Plutarco, chico listo) la palabra patria había tenido hasta entonces. A la gente empezó a ponerla eso de ser romano: las palabras hispanus sum, soy hispano, cobraron sentido dentro del cives romanus sum general. Las ciudades se convirtieron en focos económicos y culturales, unidos por carreteras tan bien hechas que algunas se conservan hoy. Jóvenes con ganas de ver mundo empezaron a alistarse como soldados de Roma, y legionarios veteranos obtuvieron tierras y se casaron con hispanas que parían hispanorromanitos con otra mentalidad: gente que sabía declinar rosa-rosae y estudiaba para arquitecto de acueductos y cosas así. También por esas fechas llegaron los primeros cristianos; que, como monseñor Rouco aún no había sido ordenado obispo -aunque estaba a punto-, todavía se dedicaban a lo suyo, que era ir a misa, y no daban la brasa con el aborto y esa clase de cosas. Prueba de que esto pintaba bien era la peña que nació aquí por esa época: Trajano, Adriano, Teodosio, Séneca, Quintiliano, Columela, Lucano, Marcial... Tres emperadores, un filósofo, un retórico, un experto en agricultura internacional, un poeta épico y un poeta satírico. Entre otros. En cuanto a la lengua, pues oigan. Que veintitantos siglos después el latín sea una lengua muerta, es inexacto. Quienes hablamos en castellano, gallego o catalán, aunque no nos demos cuenta, seguimos hablando latín.
(Continuará).

:cuniao
 
Sobre orcas, tontos y malvados
por Arturito


He dicho alguna vez que, en mi opinión, un tonto es mucho más peligroso que un malvado. Las consecuencias suelen ser peores, a la larga. Incluso a la corta. Y mientras al malvado, si es medianamente listo, se le puede convencer, incluso, de la utilidad de portarse bien, y hasta es posible obtener enseñanzas prácticas de sus maldades y consecuencias, el tonto ni se deja convencer, ni convence, ni hay nada en él de aprovechable, excepto la confirmación, una vez más, de la ilimitada capacidad de estupidez que caracteriza al género humano. Otra cosa es que, con el tiempo, a fuerza de tesón y ejercicio, el tonto acabe convirtiéndose objetivamente en malvado. Lo que también, gracias al fanatismo, se da con prodigiosa frecuencia. Pero eso ya es meternos en honduras psicológicas, e incluso filosóficas; y de lo que yo quiero hablar este domingo es de cetáceos. De orcas, en concreto. O, para ser más exactos, de una orca.

Se llama Kshamenk -que significa orca en lengua ona- y es la única que, hasta donde llegan mis noticias, vive en cautiverio en Sudamérica. Tenía cinco años de edad en 1992, cuando quedó varada en la costa patagónica. Se la rescató, y desde entonces vive en el acuario Mundo Marino de San Clemente, Argentina, donde es la estrella principal del espectáculo. Es una orca macho, creo. Ahora tiene 26 tacos de almanaque, pesa tres toneladas y media y mide seis metros de largo. He visto fotos y videos de la antedicha y parece feliz, dentro de lo que cabe. Una orca normal, de infantería. Se la ve juguetona, se lleva bien con sus cuidadores, no se come a los niños que se asoman al acuario, y simpatiza mucho con un delfín hembra llamado Floppy al que tiene por compañero de piscina y colega de piruetas.

Resumiendo, no es el ambiente que yo querría para una orca de mi familia, pero no es una mala forma de vida. Le faltan las inmensidades oceánicas y tal, ignora lo que es nadar entre hielos antárticos y tampoco tiene pareja a la que decir ábrete de aletas, corazón; pero a cambio vive como una reina. Come cada día sin tener que buscarse las lentejas, tiene especialistas pendientes de su estado de salud, y en la piscina climatizada está a salvo de los balleneros japoneses, o noruegos, o de donde sean. Suponiendo que esos hijos de puta cacen orcas, de lo que no estoy muy seguro.

Sin embargo, nuestra amiga la orca y su apacible vida doméstica han tropezado con gente de buenas intenciones. Con salvadores de orcas cautivas. A través de las redes sociales, un grupo de ecologistas exige su liberación. Devuélvanla al mar, dicen. Libérenla. Por supuesto, ha faltado tiempo para que los políticos argentinos metan mano en el conmovedor asunto. Una orca cautiva, y yo con estos pelos. Así que una diputada ha hecho suya la causa, exigiendo al Congreso que Kshamenk sea puesta en manos de las autoridades para su traslado al área marina protegida de Península Valdés -18 horas en camión y 6 si la llevan en avión- y su liberación mediante un «programa científico de rehabilitación y readaptación», que puesto en titulares de periódico suena chachi, pero cuyos detalles específicos nadie precisa. De poco ha servido que voces científicas alerten de la alta probabilidad de que la orca muera. No hay antecedentes de cetáceos, señalan, que tras vivir largo tiempo en un acuario hayan sobrevivido a un traslado semejante. Kshamenk, añaden, vive en un entorno amigable, al que lleva veinte años adaptada. Su salud y carácter son perfectos, muestra afecto por sus cuidadores y es la orca más sana y mejor cuidada del mundo. Llevarla a un lugar extraño, donde tendría que enfrentarse a situaciones desconocidas y hostiles, la alteraría gravemente. Poco importa que viviera cinco años en su hábitat natural antes de pasar al acuario. Tras dos décadas lejos del mar, no podrá alimentarse por sí misma, ni integrarse en una manada de orcas. Tampoco podrá acercarse a las hembras: ha perdido su adiestramiento en la lucha, y sería destrozada por los otros machos, acostumbrados a pelear entre ellos y mucho más agresivos. Etcétera.

Dudo que a estas alturas queden dudas respecto a las razones del párrafo inicial de este artículo. Por si acaso, permítanme una cita de un tal Roberto Buvas, activista argentino que encabeza la campaña por la liberación de Kshamenk: «Si muriera, para mí sería igual un éxito. La liberación sería un mensaje conceptual y filosófico para todo el mundo. Para decir que los animales no tienen que vivir en cautiverio».

Sobre orcas, como íbamos diciendo. Sobre tontos y sobre malvados.


http://www.finanzas.com/xl-semanal/...as-tontos-malvados-5581.html#VwZ1fpP4YrAtOUul
 
Cuando la única fuente de información es la policía

  • Medios de comunicación que arrebataron a un detenido su derecho a la presunción de inocencia no informan de que el caso se ha archivado esta semana
  • En marzo señalaron que el detenido intentó agredir al consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, y ofrecieron la versión de una única fuente de información: la policía.
  • El juez dice que, tras haber visto las imágenes, “no resulta creíble la versión mantenida por los agentes” policiales
 
ARTURO PÉREZ-REVERTE
Una historia de España (IV)

Pues aquí estábamos, cuatro o cinco siglos después de Cristo, en plena burbuja inmobiliaria, viviendo como ciudadanos del imperio romano; que era algo parecido a vivir como obispos pero en laico, con minas, agricultura, calzadas y acueductos, prósperos y tal, con el último modelo de cuadriga aparcado en la puerta, hipotecándonos para ir de vacaciones a las termas o comprar una segunda domus en el litoral de la Bética o la Tarraconense. Viviendo de puta madre. Y con el boom del denario, y la exportación de ánforas de vino, y la agricultura, la ganadería, las minas y el comercio y las bailarinas de Gades todo iba como una traca. Y entonces -en asuntos de Historia todo está inventado hace rato- llegó la crisis. La gente dejó el campo para ir a las ciudades, la metrópoli absorbía cada vez más recursos empobreciendo las provincias, los propietarios se tornaron más ambiciosos y rapaces atrincherados en sus latifundios, los pobres fueron más pobres y los ricos más ricos. Y por si éramos pocos, parió la abuela: nos hicimos cristianos para ir al Cielo. Ahí echaron sus primeros dientes el fanatismo y la intransigencia religiosa que ya no nos abandonarían nunca, y el alto clero hispano empezó a mojar en todas las salsas, incluida la gran propiedad rural y la política. A todo esto, los antiguos legionarios que habían conquistado el mundo se amariconaron mucho, y en vez de apiolar bárbaros (originalmente, bárbaro no significa salvaje, sino extranjero) como era su obligación, se metieron también en política, poniendo y quitando emperadores. Treinta y nueve hubo en medio siglo; y muchos, asesinados por sus colegas. Entonces, para guarnecer las fronteras, el limes del Danubio, el muro de Adriano y sitios así, les dijeron a los bárbaros de enfrente: «Oye, Olaf, quédate tú aquí de guardia con el casco y la lanza que yo voy a Roma a por tabaco». Y Olaf se instaló a este lado de la frontera con la familia, y cuando se vio solo y con lanza llamó a sus compadres Sigerico y Odilón y les dijo: «Venid pacá, colegas, que estos idiotas nos lo están poniendo a huevo». Y aquí se vinieron todos, afilando el hacha. Y fue lo que se llamaron invasiones bárbaras. Y para más Inri (que es una palabra romana) dentro de Roma estaban otros inmigrantes, que eran los teutones, partos, pictos, númidas, garamantes y otros fulanos que habían venido como esclavos, por la cara, o voluntarios para hacer los trabajos que a los romanos, ya muy tiquismiquis, les daba pereza hacer; y ahora con la crisis esos desgraciados no tenían otra que meterse a gladiadores -que no tenían seguridad social- y luego rebelarse como Espartaco, o buscarse la vida aun de peor manera. Y a ésos, por si fueran pocos, se les juntaron los romanos de carnet, o sea, las clases media y baja empobrecidas por la crisis económica, enloquecidas por los impuestos de los Montorus Hijoputus de la época, asfixiadas por los latifundistas y acogotadas por los curas que encima prohibían fornicar, último consuelo de los pobres. Así que entre todos empezaron a hacerle la cama al imperio romano desde fuera y desde dentro, con muchas ganas. Imagínense a la clase política de entonces, más o menos como ahora la clase dirigente española, con el imperio-estado hecho una piltrafa, la corrupción, la mangancia y la vagancia, los senadores Anasagastis, la peña indignada cuando todavía no se habían puesto de moda las maneras políticamente correctas y todo se arreglaba degollando. Añadan el sálvese quien pueda habitual, y será fácil imaginar cómo aquello crujió por las costuras, acabándose lo de «Para frenar el furor de la guerra, inclinar la cabeza bajo las mismas leyes» (que escribió un tal Prudencio, de nombre adecuado al caso). Las invasiones empezaron en plan serio a principios del siglo V: suevos y vándalos, que eran pueblos germánicos rubios y tal, y alanos, que eran asiáticos, morenos de pelo, y que se habían dado -calculen, desde Ucrania o por allí- un paseo de veinte pares de narices porque habían oído que Hispania era Jauja y había dos tabernas por habitante. El caso es que, uno tras otro, esos animales liaron la pajarraca saqueando ciudades e iglesias, violando a las respetables matronas que aún fueran respetables, y haciendo otras barbaridades, como el sustantivo indica, propias de bárbaros. Con lo que la Hispania civilizada, o lo que quedaba de ella, se fue a tomar por saco. Para frenar a esas tribus, Roma ya no tenía fuerzas propias. Ni ganas. Así que contrató mano de obra temporal para el asunto. Godos, se llamaban. Con nombres raros como Ataúlfo y Turismundo. Y eran otra tribu bárbara, aunque un poquito menos.
[Continuará].

http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/arturo-perez-reverte/20130630/historia-espana-5701.html
 
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