Me enveneno de azules, de Francisco Regueiro
Un adolescente de buena familia (Junior) vuelve a España tras pasar dos años en París. El reencuentro con su padre, con su ex-novia y con su hermano cineasta vuelve a poner de manifiesto las sórdidas relaciones que les unen a todos ellos. Película poco conocida de un realizador ya de por sí desconocido y maldito de nuestra cinematografía, morboso drama familiar por el que se mueven sin rumbo unos personajes torturados y obsesivos, dominados por la violencia, por unos vínculos totalmente corrompidos, venenosos (el título está tomado al parecer de un verso de Alberti).
Poco amable la visión que se ofrece del género femenino, pues una mujer algo enigmática es quien mueve los hilos, en cierto modo, de esta tragedia de tintes incestuosos. Se suma a la ecuación un padre ausente y autoritario, un contexto intuimos que terrible (aterrizamos en la peli con la misma brusquedad con que el prota se planta en el aeropuerto de Barajas)… y una anciana criada, la única persona inocente y medianamente normal; claro está, será quien sufra las peores consecuencias y los pecados de los demás. Está muy latente el trasfondo del Mayo francés, el hondo desengaño de una generación incapaz de encontrarse a sí misma, de ajustar cuentas, sin objetivo en la vida y sin mejor opción que recluirse en nostalgias, en recuerdos de algo irrecuperable (en nuestro caso, previos a un suceso traumático). Como mucho cine español, esto tiene su valor como cápsula temporal que preserva imágenes del Madrid de entonces.
Según el propio Regueiro, busca ser ante todo una “ensoñación lírica”. Se trata, es cierto, de un film que ahonda en la soledad, en el aislamiento, que anticipa de manera tangencial la transgresión de
Arrebato, la cuestión del director que no puede evitar volcar en su obra su propia vida. En lo puramente argumental, se agota rápido y no va mucho más allá de su premisa. Más que un intento de narrar y de desarrollar algo, intenta expresar un sentimiento, un ánimo; el estado de caos mental y bajada al abismo de un pobre desgraciado, no excesivamente empático, en plena huida de todo (el actor acapara cada plano)… de ahí lo repetitivo, sin progresión temática al margen de una certeza; esto no puede terminar nada bien, pistolita chejoviana mediante. El hombre llega a la luna, pero esta gente tiene sus propias mierdas, de nada sirve tanto progreso cuando la cosa está tan podrida. Una cámara inestable sigue a los actores, gira en torno a ellos durante sus encuentros, acompañada por la brusca irrupción del
Magnificat de Bach, de la Séptima beethoveniana… todo muy artístico, epatante y muy marcado por los nuevos cines del momento. Fotografía de Alcaine, con sus colores vivos y unos flashbacks en blanco y negro. Como reclamo tenemos a un cantante de moda entonces, Junior, en su debut interpretativo (con no muy buena fortuna); me ha puesto pero que muy palote su interpretación de efebo atormentado que fuma y sufre mucho y se pasea media peli con el torso al aire.