Espíritu sagrado, de Chema García Ibarra
Reciente propuesta inquietante y bizarra de nuestro cine, de las capaces de generar tanta adhesión como rechazo, situada entre un ¿costumbrismo mágico?, la comedia negra, la intriga con desapariciones misteriosas y una suerte de sci-fi sin sci-fi. Nulo presupuesto, actores no profesionales y una inmersión en la España cutre, popular y castiza; en un ambiente de barrio pobre, de gente ignorante y tirada, no desde una miseria gratuita sino desde una familiaridad de primera mano, en la que el hiperrealismo acaba conformando una especie de realidad alternativa de puras caricaturas humanas.
Se retrata la mentalidad de las sectas y la creencia en un disparate que en tu cabeza se alza en verdad mística, sostenida por unas personas que necesitan llenar sus tristes vidas con supercherías, tal y como lleva ocurriendo siglos en nuestra piel de toro, podemos suponer. Se trata de una moderna esclavitud encubierta, de un abuso y explotación del espabilado hacia el más desvalido, en un sistema de dominación perpetuado por las propias víctimas. Por un protagonista que es poco menos que un mueble, un culpable pero también un inocente pese a todo, que vive en la absoluta inopia y sin llegar siquiera a cuestionarse lo que está ocurriendo a su alrededor; convertido en títere de oscuras fuerzas que actúan incluso desde el más allá, en un ambiente en que dicha superstición lo invade todo y puede incluso mamarse desde pequeño; ambiente de feria con musicote a lo Camela (aquí nada menos que la impagable versión electro-lolailo del Zombie de los Cranberries), de televisiones locales sensacionalistas y miserias que tanto atraen la atención.
La tradición de la semana santa se da la mano con el magufismo new age en una ciudad de Elche donde los espacios desolados y sin encanto, más allá de una estética egipcia trasnochada, quedan recogidos por la cámara en encuadres precisos, en una fotografía como sucia, ocre y amateur que retrotrae a décadas atrás. El hieratismo interpretativo, sin embargo, es una decisión arriesgada que puede descolocar y sacar de la acción, no sé si buscando lo verosímil o todo lo contrario. Un túnel, un grupo de senderistas; meticulosa labor visual y de sonido, dignas de un viaje tarkovskiano a un paraje alienígena, como el que anhela un círculo de freaks y marginados cuyas existencias intuimos que han sido difíciles, que pese a todo se tienen los unos a los otros, forman parte de algo, cual excusa para el contacto no alien sino humano; el más extraño contacto posible.
Trasfondo ovni, pero también de leyendas urbanas, de sórdidos submundos agazapados tras lo cotidiano, pero con un punto de coña, como de tomarnos un poco el pelo, incluso cuando uno sufre por la pobre niña, rodeada de colgados; niños ellos mismos quizá, en el fondo. Anuncios de la tele, de la radio, videos de internet, a modo de ruido de fondo, hablan de explotación laboral, de chanchullos inmobiliarios, liberalismo desatado y llevado al absurdo; de la absoluta basura que puebla las redes, que los chiquillos, sin control, se tragan como si nada… la emergencia final de ese “espíritu sagrado” vendría a ser, con mucha retranca, la culminación un tanto sui generis de ese esoterismo; una noticia descabella, la vida real que a veces supera con creces a la ficción.