(
The Social Network, 2010)
El ciudadano Kane de nuestros tiempos
Tardé mucho tiempo en comprender el porqué de las comparaciones con la obra magna de Welles. Incluso creí que "The social network" no necesitaba de tal apostillado pero lo cierto es que después de unos cuantos años después logro vislumbrar la razón de la comparativa. Y desde luego que encaja. A la perfección. No sin antes ver que Fincher, después de dejar(nos) a todos atentos tras esa obra magna/capital que fue Zodiac, es un director con los recursos tanto narrativos como escénicos necesarios para la ocasión, dotando a sus películas de una ambientación cargada de matices y que encima tiene el don de parecer casual. Porque la película es un viaje iniciático sobre las razones de crear un imperio en sí mismo a partir de un despecho. Una rabieta de "niño mimado" donde el ego sufre y queda tocado. Una partición base al descubrir que no somos únicos. En una era donde, como indica el personaje de Rooney Mara, en internet se escribe no con lápiz sino con tinta, las relaciones humanas han dejado de tener sentido si no hay un seguimiento a base de teclear F5 y uno no ofrece todo el caudal de información sobre uno mismo sin dejar nada en el tintero.
Fincher expone una historia modélica donde el más mínimo detalle es necesario para comprender una sociedad global conectada las 24 horas pero sin necesidad de plasmarlo todo o sin necesidad de mostrar la parte más freak o grotesca del ser humano y sin embargo calza una crítica hacia la humanidad que ha visto necesario tener activo un perfil en internet y crear una necesidad que creíamos no podía darse o no podía llegar a existir. Pero "The social network" va más allá de algo que en resumidas cuentas todo el mundo sabe nada más pronunciar la palabra Facebook. Uno se ha creado una necesidad y un elemento vital, crucial y esencial en la vida como tal. La película va más allá de esto: es una plasmación innegable de que en las empresas, como tales, no hay amistades y los amigos, como tales una vez más, están abocados a perderse. Una decisión no tan sencilla ni simple de comprender pero que es la esencia, en parte, de esta muestra de botón de como la sociedad avanza a pasos agigantados tanto en las relaciones sociales, emocionales, humanas y personales.
El guión de Sorkin es una obra de orfebrería que uno descubre nada más comenzar. Ese diálogo a dos bandas y que muestra como el ser humano va hacia el aislamiento (dos personas que no se entienden y que no están preparados para formar parte de una relación) es tan sólo un pistoletazo de salida que critica y construye un momento, una sociedad, una idea, una empresa, una amistad y un alejamiento entre todos y uno. Eisenberg como Zuckerberg (uno de los roles más agradecidos de la década) plasma un personaje aséptico, un ser que no disfruta con el contacto humano, no tiene amigos, vive en su mundo egocéntrico, siendo un personaje encantado de conocerse y que con el metraje irá construyéndose a sí mismo mientras no le importará dejar fuera de su círculo a lo único que podía aferrarse como es la amistad con Eduardo (Garfield en estado de gracia).
Uno de los prodigios narrativos de la filmografía del director demuestra la magistral puesta en escena, mimética con el trabajo que propone, casi minimalista y con una fotografía de lujo con esos tonos ocres (algo muy habitual en las pelis de Fincher) que pueden incluso verse como una simbología de a lo que va abocada la sociedad, ir alejándose poco a poco del contacto humano para seguir conectado a ella a través de una pantalla. Como aquel diálogo del principio las personas necesitan saber las unas de las otras, contarse, conocerse, reír y llorar pero es la sociedad misma la que ha ido provocando que la parte humana/sensorial/física vaya quedando relegada a un cómputo de aislamiento total. Un bucle extraño y una paradoja cruel. Y Fincher aprovecha el matiz, la esencia y el germen de la propuesta para construir un filme sobre el elemental conquistador solitario que se ha quedado solo, sin el único amigo que tenía pero actualizando su perfil a base de clicar constantemente la tecla F5.
La obra definitiva (y seria) sobre el mundo geek/nerd visto desde el prisma social (la red del título). Incluso visto desde un punto de vista mucho más íntimo de lo que podría parecernos el propio Facebook. Me fascina la propuesta entre Zuckerberg / Eduardo. Mientras el primero ve su trabajo como algo con futuro pero sin necesidad de ver el dinero como final lucrativo / productivo es Eduardo el que no ve otra cosa que los ceros en el talonario en algo que puede hacerlos ricos y famosos. Las dos caras de la misma moneda expuestos bajo un prisma de amistades que penden de un hilo cuando aparece en escena el creador de Napster, Sean Parker, otro de los creadores del antes y el después en uno de los mayores hitos de la historia en Internet. Su presencia es el resultado patente de lo que es un negocio en base, forma y fondo.
"La red social" cuenta con un diseño de producción que puede pasar desapercibido, que podría no tener constancia pero a poco que uno mire se da cuenta del trabajo que conlleva un filme como este (y más sobre el tema que trata). Incluso la escena más recordada de toda la película como es la carrera de remos es la labor y demostración de un director donde lo estético está en conjunción con lo artístico. Con una fotografía de maqueta y la majestuosidad del hombre en el deporte (casi podría pasar por un spot de las olimpiadas) es el logro del individuo y de la superación del equipo. No es casualidad que sirva como resumen de lo que la película quiere transmitirnos y eso no es otra cosa que todo está puesto al servicio del más rápido, del más inteligente, que no importa lo elitista, fuerte o duro que uno pueda trabajar si otros pueden aprovecharse de uno y hacerlo suyo. Que los gemelos (otro efecto especial para enmarcar en la historia) sean derrotados quedando en segunda posición aún perteneciendo a la universidad más importante del mundo no les da la victoria. Ni su posición la inteligencia.
Pero otro de los aciertos de la película es que el guión es de una redondez exquisita pues aparte de plasmar las relaciones humanas, el progreso de la sociedad en la tecnología y los matices que encierran y engloban a partes iguales la sociedad en su conjunto, también es cine de despachos y abogados jugando a dos bandas con las dos historias que conciernen al protagonista y como, una vez más, Eisenberg logra ser el rey de la función matizando, subrayando y grabando a fuego su carácter egocéntrico, convencido, encantado de sí mismo y a su vez solitario frente al trío universitario por un lado y a su mejor y único amigo por otro. Porque otro de los mayores aciertos de la obra es que aún pudiendo parecer compleja por todo el entramado informático no resulta molesta, tediosa o difícil de seguir.
El montaje, una de las joyas de la corona al respecto, es preciso como un reloj suizo y a pesar de contar con un metraje donde flashbacks, saltos en el tiempo, idas y venidas, montajes paralelos, diálogos que se interponen entre una escena y otra, etc. todo está puesto al servicio de un trabajo excelente. Nada está puesto porque sí y mucho menos para marear la perdiz sino todo lo contrario: para no dejar escapar ninguno de los detalles y piezas que compone este puzzle sobre una de las historias más interesantes que ha deparado el cine contemporáneo. Desde luego Fincher / Sorkin puede sentirse más que satisfecho por lo que salió de sus manos. Si hay mejor plasmación de una sociedad y los motivos que la rodean para estar conectados las 24 horas del día no lo conozco. Una exposición de que el tío más millonario puede estar más solo que la una con una tecla como única conexión con el mundo real.