«El porvenir no es lo que va a llegar sino lo que vamos a hacer». Con esta frase del filósofo Henri Bergson, el presidente Hollande inauguró el pasado lunes en el Elíseo el seminario La Francia de 2025, organizado por su Gobierno como reflexión colectiva sobre los grandes retos del futuro. Aunque François Bayrou le acusó de «soñar despierto» y un senador de la derecha se burló de «esta mezcla entre Orwell y Candide», es tan poco habitual que los políticos electos miren más allá del corto plazo de su propio mandato, tan extraño que se ocupen de los problemas que tendrán que arreglar otros, que la iniciativa merece ser emulada.
El año que viene nuestro Gobierno debería tener una semana menos de vacaciones y empeñarse en un esfuerzo equivalente para discutir qué será de España a medio plazo. Tampoco estaría de más que lo hiciera la oposición. Pero mientras los políticos se desperezan, voy a permitirme formular hoy 10 preguntas clave con esa perspectiva de 12 años.
Es una especie de inocuo test agosteño que debería ayudar a tomar decisiones a quienes no tengan claro si España como proyecto merece la pena. Nuestro mundo es ya lo suficiente abierto y global como para que nadie tenga que quedarse necesariamente anclado en el lugar donde ha nacido, si la organización política y la estructura de la sociedad constituyen más rémoras que ventajas, más problemas que oportunidades.
Puesto que el margen de maniobra personal es inversamente proporcional a la edad –a menos años, más alternativas– propongo orientativamente que nadie se conforme con vivir aquí, al menos de buena gana, si el número de respuestas negativas supera el ordinal de su propia década. Es decir que para un veinteañero sea inaceptable una España que suspenda tres o más de estas asignaturas y que incluso un setentón deba tratar de ingeniárselas para escapar como sea, si en conciencia responde ocho veces «no». Que cada uno haga, pues, su pronóstico honrado sobre la España del 2025… y su particular cómputo.
1.– ¿Existirá España dentro de 12 años?
Puede parecer surrealista que el único lugar importante del planeta en el que tenga sentido esta pregunta sea el Estado-Nación más antiguo de Europa. España culminó su construcción nacional antes que Francia o el Reino Unido y no digamos que Alemania o Italia. Aunque a lo largo de los últimos cinco siglos las vicisitudes que han afectado a esa unidad han sido también menores que en estos países, los graves errores cometidos durante la Transición han creado las condiciones para una tormenta perfecta. La transferencia de competencias sobre Educación y medios de comunicación, acompañada de ingentes recursos financieros a grupos nacionalistas desleales con el proyecto constitucional, ha propiciado tres décadas de erosión de la identidad nacional. Ahora mismo la Generalitat de Cataluña huye hacia adelante, estimulando hasta el paroxismo una autodestructiva borrachera colectiva; y en el País Vasco aguardan turno, mientras se digieren los 1.000 asesinatos cometidos al servicio de la causa. Es imposible que esta dinámica se sostenga medio siglo: o se reforma la Constitución acabando con el café para todos y reconociendo sólo dos o tres autonomías; o se aplica el texto vigente y se suspenden las instituciones que incumplan sus obligaciones hacia el Estado. Lo único que no cabe es la separación pactada: mutilar España supondría liquidarla.
2.– ¿Subsistirá la Monarquía Constitucional?
Salvo en breves periodos de infausta memoria, la Corona siempre ha encarnado y vertebrado al Estado. No es la más moderna y racional de las instituciones, pero a finales del XIX, durante la Restauración, y a finales del XX, durante la Transición, quedó probada su extraordinaria utilidad. Ocurre que en un régimen de opinión pública la continuidad de la Corona es indisociable de la ejemplaridad de quienes la encarnan. Los errores cometidos por Don Juan Carlos en la esfera de las relaciones personales, las sospechas sobre sus actividades financieras, el devastador caso Urdangarin y las crecientes dudas sobre si el Príncipe Felipe acertó en la única decisión importante que ha tenido que tomar han debilitado los apoyos de la Monarquía. Hace unos meses la institución se asomó al borde mismo del precipicio cuando en el propio entorno del Rey se conspiró para instarle a abdicar injustificadamente en su hijo. Pero la situación es reconducible.
3.– ¿Será España una potencia internacional?
Aunque existan indicadores objetivos como el lugar en el ranking del PIB, el porcentaje de los gastos de Defensa o la pertenencia a organismos supranacionales –que si el G-7, que si el G-20–, lo decisivo en este ámbito son las percepciones. Todos sabemos que el peso de España en el mundo subió espectacularmente gracias al tránsito pacífico de la dictadura a la democracia, que Felipe González se las apañó para ser alguien en Europa y organizar la Conferencia de Madrid sobre Oriente Próximo; y que Aznar desarrolló una inteligente política atlántica, contrarrestando la hegemonía del eje París-Berlín con su relación privilegiada con Washington y Londres. Eso se vino a pique con la infundada invasión de Irak y el golpe pendular que va de la foto de las Azores a la de Zapatero sentado ante la bandera americana. Ni la fantasmagórica Alianza de Civilizaciones, ni por supuesto la inanidad de la actual política exterior, han servido para devolvernos al centro de la escena. Tal vez los bloques de hormigón de Gibraltar tengan más importancia para España que las cabras de Perejil, pero no es lo mismo afrontar un conflicto de la índole que sea con Colin Powell al lado, que hacerlo ante la absoluta indiferencia de tus supuestos aliados.
4.– ¿Habrá dejado de ser un problema la corrupción política?
Lo peor de la contabilidad B del PP es que denota cómo la corrupción ha llegado a ser parte de la cultura orgánica de los partidos. La hipocresía de ver siempre la paja en el ojo ajeno y jamás la viga en el propio completa el panorama. A pesar de que jueces como Alaya o Ruz mantienen el pulso del Estado de Derecho y de que eso ya ha desembocado en condenas y encarcelamientos, como es el notorio caso de la cúpula de Unió Mallorquina, no se percibe aún el suficiente impulso regenerador. Excepto que la catarsis se produzca in articulo mortis, con la pérdida del poder, PP y PSOE prefieren negar lo que todo el mundo sabe que es cierto con tal de no ceder nada de lo que tienen. Mientras no se reforme la ley electoral para que haya distritos uninominales o listas abiertas, mientras los candidatos no sean elegidos mediante primarias, y en los congresos de los partidos no se prohíban los avales y similares añagazas, los políticos seguirán considerándose intocables y volverán a caer una y otra vez en la tentación.
5.– ¿Seguirá pagando España su deuda pública sin haber hecho suspensión de pagos?
Históricamente España nunca ha sobrepasado el 100% de deuda sobre el PIB sin recurrir a algún tipo de default o reestructuración. Este verano hemos llegado al peligroso umbral del 90% y la evolución del déficit no permite hacerse ilusiones de que la tendencia vaya a invertirse, por muy bien que vayan la prima de riesgo y la balanza exterior. Es cierto que cuanto más se afiance la construcción europea más protegidos estaremos ante lo que sería un escenario sencillamente catastrófico, dada la altísima exposición de nuestros grandes bancos a la deuda pública española. El horizonte de la Unión Bancaria puede parecer, pues, tranquilizador y el propio papel que viene desempeñando el BCE también lo es, pero mientras no reduzcamos el tamaño del Estado y por ende el gasto público, no estaremos a salvo.
6.– ¿Tendremos una tasa de desempleo inferior a los dos dígitos?
Ninguna institución nacional o internacional pronostica siquiera que vayamos a bajar del 20%, el doble de lo tolerable en un país de oportunidades. Aunque es cierto que ninguna de esas proyecciones abarca más allá de cinco años, parece obvio que promover algo parecido al pleno empleo requiere medidas mucho más rotundas, y en cierto modo rupturistas, que las de la tímida reforma laboral. Sólo rebajando drásticamente los costes de contratación en detrimento de las cotizaciones sociales, fomentando la movilidad en todas sus acepciones y restringiendo los subsidios en beneficio de la formación, dejarán de hacerse los ajustes a costa del empleo. Y esto requiere, claro está, una creciente privatización del sistema de pensiones y una drástica reconversión del sindicalismo.
7.– ¿Habrá dejado de ser el precio de la energía un lastre para nuestra competitividad?
Dependerá de la capacidad de los gobernantes para desarrollar un plan energético acorde a nuestros recursos y necesidades, al margen de los prejuicios ideológicos y las presiones de grupos de interés. Exactamente lo contrario de lo que acaba de hacer Soria, en grave perjuicio de los consumidores, que pagarán la parte del león del déficit tarifario. Que la apuesta por las renovables siga yendo acompañada de subvenciones descomunales y que el resultado sea la distribución prioritaria de los kilovatios más caros de producir, es propio de un país de pícaros. Sería muy negativo que las mismas supersticiones que han impedido aprovechar suficientemente las ventajas de la energía nuclear se hicieran ahora extensivas al fracking que tanta competitividad está proporcionando a la economía norteamericana.
8.– ¿Habrá alguna universidad española entre las 100 mejores del mundo?
En el respetado ranking de Shanghai, hecho público la semana pasada, no aparece ninguna ni entre las 200 primeras. ¿Por qué en cambio nuestras escuelas de negocios copan siempre los primeros lugares de cualquier lista? Porque sus promotores buscan la excelencia, repercutiendo sobre sus alumnos, empresas o mecenas el coste real de la enseñanza. Igual que ocurre en las mejores universidades del mundo. Recuerdo pocas experiencias tan frustrantes como escuchar a los portavoces de la Conferencia de Rectores en los debates suscitados por el coitus interruptus de Wert en relación a matrículas y becas. Parecían un Comité Intercentros con sobrerrepresentación de las señoras de la limpieza. Es el resultado de que cada autonomía haya creado facultades por doquier, haciendo provinciana la universitas.
9.– ¿Ejercerán los medios de comunicación un eficaz control social del poder?
Nunca en democracia había estado peor la prensa. El terremoto dentro del tsunami–el cambio de modelo tecnológico unido al hundimiento de la publicidad y el consumo– ha obligado a las empresas periodísticas a durísimos ajustes. Así es como les gusta verlas a los poderes político y económico: débiles y baratas de comprar. Eso explica la condescendencia de los medios catalanes con el aventurerismo independentista y la conducta servil –y aprovechada– de algunos nacionales cada vez que algo incomoda al Gobierno. Pero tampoco ha sido nunca tan intensa la demanda de información solvente desde una perspectiva crítica y los nuevos dispositivos móviles son soportes idóneos para la transmisión de información. La nueva Edad de Oro llegará, pero no sabemos cuándo.
10.– ¿Habrán sido los Juegos de Madrid un éxito?
Plantear esta última pregunta requiere dar por hecho que nos los concederán. Tengo una fe ciega en ello pero podría equivocarme. Aparcando esa imaginaria frustración, conviene subrayar que lo más difícil comenzará cuando Madrid ya sea ciudad olímpica. Entonces habrá que moldear la identidad de los Juegos de 2020, o sea la imagen que la capital, y por lo tanto España entera, proyectará al mundo. Y el empeño no afectará sólo al Comité Organizador sino a todos los poderes públicos. Exactamente en eso consiste el liderazgo: entender quiénes somos y hacia dónde vamos; y tener el don de explicarlo.
(No desvelaré cada una de mis respuestas pero el marcador me sale 5-5. Siendo público y notorio que ya he llegado a los 60, he quedado lejos de los siete nóes que, en coherencia, deberían impulsarme a emigrar. Lo siento por los que preferirían verme lejos, pero el posibilismo de este aprobado se basa en el convencimiento de que nada dependerá durante demasiado tiempo de ninguno de nuestros actuales dirigentes. Si fuera más joven, aún sería por lo tanto más optimista).
pedroj.ramirez@elmundo.es