Hoy es 12 de octubre. La Fiesta Nacional española. Miles de jóvenes, como yo mismo, la celebramos más allá de nuestras fronteras. Somos esa nueva generación de emigrantes formados que se ha buscado el sueldo y el futuro fuera de su país. En todo caso, lo de celebrar es un decir. No hay mucho de lo que alegrarse siendo español hoy en día.
56 de cada 100 menores de 25 años que quieren trabajar en España no pueden por mucho que lo intenten. La tasa de paro general es del 27%. Desde que comenzó la crisis hemos destruido unos cuatro millones de empleos. La desigualdad se ha incrementado de manera significativa en el mismo periodo. Lo ha hecho en un país en que ya era alta de por sí: siempre hemos estado ligeramente por encima de la media europea, ahora aún más. El crecimiento no llega a nuestro PIB, la deuda no se reduce y ningún sector parece disponible para sustituir el gran agujero dejado por la construcción en nuestro modelo productivo.
Leeréis muchos textos, firmados o anónimos, políticos o ensayísticos o periodísticos, buscando culpables a esta situación. Escucharéis que esto no es una crisis, que esto es una estafa. Que un puñado de personajes bien organizados nos ha robado el futuro. Que si no fuese por ellos todo iría de maravilla. Que ellos, quienes dicen esto, poseen la verdad absoluta y os van a guiar hacia la libertad y la justicia, hacia el pleno empleo y hacia un nuevo modelo productivo basado en (a) el conocimiento y la innovación, (b) la democracia directa, (c) el socialismo, (d) la independencia, (e) todas las anteriores. Todo esto, además, sin que nada suponga demasiado sacrificio. Al contrario, solo se trataría de recuperar lo que por alguna razón se supone que nos merecemos. Otros nos metieron en este atolladero, otros han de pagar el pato. Nosotros, a hacérselo pagar. Y ya. El siguiente 12 de octubre estaremos todos riéndonos de lo mal que lo estábamos pasando en torno a una mesa de nuevo llena de comida, de nuevo con los emigrados que habrán (habremos) vuelto, de nuevo con ilusión.
Desconfiad. Desconfiad infinitamente de quien os exonera de responsabilidades. De quien os promete un futuro dorado, ya, mañana. Porque la verdad es que durante la década anterior a la crisis un tercio de los hogares españoles tenía una segunda residencia. El 17% de quienes estaban ocupados trabajaron en la construcción, casi siempre dejando de lado la oportunidad de formarse más y mejor. Levantamos hasta 800.000 viviendas nuevas en un solo año, y las compramos casi todas. Votamos sistemáticamente a alcaldes y presidentes autonómicos corruptos pese a que sabíamos de sus actos. Nos aprovechamos de las posibilidades que ofrecían nuestras Administraciones Públicas para conseguir trabajo o subvenciones por contactos personales. No nos preocupamos de ninguno de los problemas que ya entonces arrastraba nuestro mercado laboral. Y cuando, ya casi al final, protestamos por todo esto, solo dijimos que mil euros no eran suficientes para un treintañero o que algunos no iban a tener casa en su puta vida. Como si fuera bueno o necesario tener casa en propiedad.Ahora no tenemos ni país.
Y no nos han robado el país. Nosotros hemos renunciado a él. Si hemos tenido malos políticos es porque nosotros hemos sido malos ciudadanos. Si los seguimos teniendo es porque lo seguimos siendo. Pero, claro está, todo esto es algo que no van a decir en voz alta. Esto no ha sido una historia con buenos y malos. Esto ha sido un fallo descomunal conjunto, un olvidarnos de que la política exige trabajo, conflicto, dedicación, atención. Y de que cuando algo parece demasiado bueno para ser cierto es que probablemente lo es, sea una burbuja o una utopía. Digan lo que digan los pregoneros de promesas vacías no hay opciones bonitas para salir del atolladero en que nos encontramos. Debemos más de lo que tenemos, y más de lo que somos capaces de generar. No somos productivos ni competitivos. Las características y la formación de las personas que están en paro no dejan mucho espacio para la esperanza. La economía no se puede entender como un juego de suma cero en el cual unos pocos, principalmente el Estado, decide el reparto de los recursos y puede salvarnos o condenarnos de hoy para mañana. El mercado, y el Estado, somos todos. Sin responsabilidad compartida no hay crecimiento ni redistribución que dure.
¿Qué nos queda, pues? Nos queda trabajar. Nos queda formarnos, informarnos, leer, afiliarnos a partidos políticos, crear asociaciones, construir sociedad civil, leer más, escribir, protestar, discutir, manifestarnos, volver a leer, mantenernos vigilantes, humildes y responsables, competitivos, desconfiar en caminos fáciles y confiar en el esfuerzo, asumir que nadie nos va a regalar nada pero que, si seguimos adelante con firmeza, quizás podremos tenerlo todo. Quizás la próxima vez no caeremos en nuestra propia trampa.
Hoy es 12 de octubre. No hay nada que celebrar del pasado ni del presente español. Pero lo único que se interpone entre nosotros y el futuro es asumir la realidad y trabajar para cambiarla.