.Nos tocan vivir tiempos de irritación. Esto es innegable y también inevitable. Aquello en lo que se está convirtiendo el ser humano lo hace inevitable. Nuestro entorno nos irrita, y lo que es peor, busca conscientemente nuestra irritación con la intención de sacar algo de nosotros. busca nuestra manipulación descarada y lo consigue, vistos los resultados. Cuanto menos esfuerzo pone el hombre en documentarse, en profundizar sobre el fondo de las cosas, más fácil se lo ponen. Ese desinterés es fruto de estar adormecido por muchos condicionantes. Antes se decía que era el fútbol y hoy son muchas más cosas. Es lo que se consigue cuando estamos entretenidos con más divertimentos, el mismo deporte, las series de televisión, los viajes baratos, los móviles y el despliegue de información que ha traído internet consigo. Tenemos tantas cosas que hacer que ya no dedicamos tiempo a informarnos ni a cultivar el intelecto para tener más criterio para opinar. En el fondo lo sacrificamos a sabiendas. Pero nos vale si tenemos acceso a lo que deseamos. Cómo llegar a ello es irrelevante. De ahí lo que pasa. Que nos traguemos mentiras sin despeinarnos.
Lo peor de una mentira es que no te importe, que te de lo mismo, que ya te valga si se adapta a tus intereses, que la justifiquemos si a la mentira le puedo sacar algo. Como ya he defendido en anteriores mensajes, la izquierda tiene una habilidad innata en disfrazar lo que es ella misma de verdad. El disfraz, un disfraz, es en sí mismo una herramienta para ocultar la verdad de uno mismo. ¿y qué disfraz más perverso, útil y eficaz que la mentira? Estamos asistiendo a la era de la mentira, a la exacerbación de su utilidad, al descaro de su uso desvergonzado. La mayor mentira de los tiempos modernos es hacer creer a los trabajadores que son izquierda, cuanto esto no es más que una tela de araña que aspira a tenerlos atrapados y que no puedan salir de ella, no vaya a ser que dejen de ser de izquierdas. Los que logran salir de sus trampas dialécticas y prosperan en la vida, no vuelven. Y por eso mienten. Y, desgraciadamente, con el correr del tiempo, les resulta más fácil mentir. Cada vez las mentiras son más zafias, vulgares e inverosímiles. Como nos pillan entretenidos en decenas de aficiones no nos paramos en analizar la veracidad de las mentiras. Ni ganas, no me vayan a quitar tiempo para mis cosas.
Tragarse las mentiras, los eslóganes, de estos días de la izquierda es vomitivo, no ya por la trascendencia de la mentira en sí, sino por la extrema facilidad con la que se lo traga la gente, aún siendo clamorosa lo deslumbrante de la mentira. Acusar de extrema derecha a unos partidos que no lo son y tragárselo, solo muestra la incultura de quien se lo traga, lo bochornoso que es lo fácil que es hacer que se lo traguen. No saber qué es la extrema derecha, qué se necesita decir o hacer para poder ser considerado como tal y no tener las mínimas ganas de averiguarlo es sangrante. Como lo es acusar a la derecha de crispación cuando detrás de sus quejas, aunque aspavienten, hay una inmoralidad, una catadora moral repugnante, de la izquierda, que es mucho más trascendente para la decencia humana que las muchas quejas que puedan proferir.
Qué baratas son las mentiras hoy en día. Qué fácil es crear mantras que la gente asuma sin pestañear. Ver cómo la izquierda se apropia de la propiedad intelectual de los avances sociales sin despeinarse es indignante, cómo se arroga su defensa cuando en muchos casos los ponen en riesgo con sus políticas es irritante y cómo acusa de guerracivilistas y persigue y señala a quien no piensa como ellos es fascista. Ellos son los fascistas, pero disfrazados, con sus mentiras, de cualquier personaje o idea que les sea fácil vender. Con lo barato que se ha puesto hoy comprar cualquier cosa, es sencillo colocar la mercancía.