Jesús Cacho
“
Sánchez promete a Bruselas un subidón fiscal”, rezaba el titular del diario
Expansión del jueves 6 de mayo. El Gobierno Sánchez, que el viernes anterior había remitido a la
Comisión Europea (CE) su
Plan de Reconstrucción y Resiliencias Varias (dos mil y pico páginas de farragosa paja, de frases solemnes significando nada, de brindis al sol del frío de diciembre), tuvo a bien desvelar el contenido del mamotreto al día siguiente de celebradas las
elecciones a la presidencia de la Comunidad de Madrid en las que
Isabel Díaz Ayuso le administró un correctivo tan brutal como merecido. Se trataba de no perjudicar las opciones electorales de la izquierda, en una nueva demostración de la voluntad de este Ejecutivo de
utilizar las instituciones en su personal provecho y de la absoluta falta de respeto que le merece la ciudadanía en general. Total, que el miércoles 6 supimos de qué iba la vaina de las Resiliencias Varias, que fundamentalmente va de
meter la mano en el bolsillo del contribuyente en tanto en cuanto se deje y hasta donde se deje, porque de las reformas, que es la madre del cordero del zapato que aprieta el futuro de este país, poco o nada se sabe.
Fuertes
subidas de impuestos para el año en curso, para 2022, 2023 e incluso 2024, el regalo envenenado que el señorito dejaría a su sucesor en Moncloa, suponiendo que no sea él mismo, los dioses no lo quieran. A lo largo de 2021 entrarán en vigor los nuevos impuestos a
plásticos y residuos, además de las
tasas Google y Tobin. En 2022, le tocará el turno a la fiscalidad del
diésel y a los impuestos sobre matriculación, circulación y gases fluorados. En 2023, el palo será aún mayor porque afectará a
Sociedades, Patrimonio y Sucesiones, y en 2024, en fin, asistiremos a la implantación del
peaje en autopistas, autovías e incluso carreteras de una única dirección por sentido. Sin olvidar que a lo largo del trienio 2021-23, Sánchez y la divertida tropa de sus Marisús
procederán a eliminar hasta 15 beneficios fiscales de varios grandes impuestos, entre ellos el de la deducción por tributación conjunta en el IRPF.
Tampoco conviene asustarse en exceso, porque esta es la enésima revisión del susodicho plan de Resiliencias Varias,
y no sabemos cuántas más vendrán detrás por obra y gracia de un Ejecutivo que a su levedad en lo que a técnica presupuestaria se refiere añade unas dosis tales de populismo y demagogia que lo hacen del todo infiable a la hora de tomar en serio sus predicciones. Lo que sí puede afirmarse sin lugar a dudas es que el citado Plan de Reconstrucción es un retrato de cuerpo entero de un Gobierno de izquierda radical cuyo único
expertise, si hay alguno, reside en gastar a más y mejor,
gastar a manos llenas, algo que saben hacer muy bien y que hacen con placer sumo. De tal pulsión por el gasto nace la necesidad paralela de aumentar los ingresos fiscales como sea, con lo que sea, a machamartillo, lo que, en otras palabras, equivale a hablar de
su voluntad de freír a impuestos al personal, particularmente a esas clases medias a las que hay que hacer pagar el pato de “la intolerable desigualdad” que según ellos asola el país.
Da la casualidad, además, de que esa pulsión por el gasto –el gasto improductivo, el gasto clientelar- nada a favor de corriente de las
exigencias que la CE ha impuesto al psicópata que nos gobierna para que España pueda recibir su parte de los
fondos NextGenerationUE destinados a reconstruir las economías devastadas por la pandemia. Las instituciones europeas están dispuestas a soltar una generosa pasta a condición de que los países más afectados, España entre ellos, se comprometan, superado el shock inicial, a caminar francamente por la
senda de una consolidación fiscal que ponga coto al
déficit y aleje el peligro de una crisis de deuda que pondría a la zona euro, y no solo a España, contras las cuerdas. Semejante ortodoxo argumento se lo pasa nuestro bello Pedro por el arco del triunfo de su desparpajo. Él
promete a Bruselas duras subidas de impuestos con la intención de embaucarla, algo
que al mismo tiempo oculta a los ciudadanos españoles. Él está muy acostumbrado a engañar a unos y otros. Y esto es lo que explica el fuego fatuo de bulos, globos sondas, insinuaciones y desmentidos -mentiras, en suma- con las que el Ejecutivo obsequia todos los días a la ciudadanía.
La única verdad que practican es la de gastar sin techo, gastar sin tino, motivo por el cual, y en tanto en cuanto no llegue el maná de los
72.000 millones gratis total que esperan recibir (porque de los 70.000 en forma de créditos ni se acuerdan), hay que subir impuestos y hacerlo sin que se note, o que se note poco, o incluso que se note tan poco que lo dejamos para el 2024, el que venga detrás que arree. El descaro llega al extremo de asegurar ante la CE que disponen de margen para
elevar en 90.000 millones la presión fiscal, lo que da idea del infierno recaudatorio al que aspiran someternos. La ansiedad por recaudar es tan fuerte, que acaban de anunciar un plan para invertir 500 millones en “reforzar” la
Agencia Tributaria, el brazo ejecutor de esa pulsión por el gasto que no conoce otra forma de aumentar los ingresos que subiendo impuestos. Nunca hablan, por ejemplo, de estimular el crecimiento, ni de rebajar cotizaciones sociales para que puedan contratar más personal. Nunca de crecer, de crear, de transformar. Tampoco de ajustar ni de llevar a cabo una
revisión integral del gasto público para hacer más cosas con el mismo dinero, o incluso con menos. Porque eso se llama gestión, algo desconocido para el bergante que nos gobierna y su estulta guardia de corps.
Hay una propuesta, sin embargo, que puede salirle caro al rufián, por mucho que haya tenido la desvergüenza de aplazarla hasta un lejanísimo 2024: me refiero al anuncio de
los peajes a imponer por el uso de unas autovías ya más que amortizadas, unas autovías –particularmente las llamadas de vieja generación, aquellas que nacieron de desdoblar las no menos viejas “nacionales”-, peligrosísimas en su trazado, en un calamitoso estado de conservación y cuyo coste los contribuyentes sufragaron en su día con sus impuestos, razón por la cual pretender ahora volver a cobrar por su uso representa un abuso, un intento más de exprimir al conductor, tanto si se trata de particulares y, aún en mayor grado, de profesionales del transporte.
El
automóvil ya contribuye con
entre 30.000 y 40.000 millones a las arcas del Estado por conceptos tales como el
IVA del vehículo (21%), los impuestos especiales de matriculación, sobre el seguro y sobre los hidrocarburos, el IVA del combustible, el impuesto municipal, la tasa por la ITV… Hasta este momento, el Estado ha sido capaz de gestionar y mantener (malamente, cierto) la red de carreteras, y el argumento de que el pago por uso mejorará ese mantenimiento no es sino una falacia fiscal, puesto que ningún impuesto es finalista. Más bien se trata, de nuevo, de intentar rascar el último euro donde no lo hay para tapar una ruinosa gestión de lo público, sin ocultar la sospecha de que
el interés recaudatorio del Gobierno hacia el conductor no termina ahí y podría continuar con nuevas subidas en los diferentes capítulos que afectan a la fiscalidad sobre el automóvil con la excusa de primar la reducción de emisiones y cuidar el medio ambiente.
El Gobierno puede estar metiéndose en un buen fregado en su búsqueda desesperada de euros. Imponer un peaje por pequeño que sea (se habla de un céntimo por kilómetro) a un pequeño transportista de reparto que tiene que hacer todos los días muchos kilómetros para ganarse su sustento puede suponer acabar de golpe con el estrecho margen que obtiene por su actividad y condenarlo al paro. El argumento esgrimido por el Director General de Tráfico, un tipo con auténtica vocación liberticida que parece disfrutar inmiscuyéndose en la vida de la gente, no es de recibo. Las carreteras las paga también quien no tiene coche, de la misma forma que los hospitales los mantienen los jóvenes que nunca los visitan. Es verdad, casi todos los países tienen ya establecido algún
sistema de pago por peaje para transitar por su red de autopistas y autovías: pretender hacerlo, en cambio, con una red vieja, de peligroso trazado, más que amortizada y en pésimo estado de conservación, es casi un insulto.
Mucho ojo, Pedro, bello Pedrito, proyecto de canalla con vistas a mar y montaña: esto del peaje en autovías podría terminar andando el tiempo convirtiéndose en tus chalecos amarillos. Andando el tiempo, sí, aunque no demasiado. Tu interés por
freír a impuestos a los españoles para que Bruselas te suelte los 72.000 millones gratis total con los que esperas comprar la voluntad de media España, porque los vas a repartir tú desde
Moncloa como a ti te guste, y asegurarte así la presidencia para muchos años, no te va a salir. Cada día te va a ser más difícil tomar el pelo al personal. Tus días empiezan a estar contados. Los madrileños te acaban de mostrar el camino.