CARRETERA PERDIDA (Lost Highway, 1997)
Punto medio de una trilogía que acabo de inventarme sobre un Lynch que, en vez de imaginar un melodrama noir, hace pelis sobre gente que imagina melodramas noir. A medio camino entre su Elvis from Oz y las rubias de Mulholland, aquí Bill Pullman (habitual y aquí justificada cara de alucinado) empieza a recibir cintas anónimas de alguien grabando su casa y desde su casa. El punto de giro de la peli, absurdo pero realizado con una seguridad encomiable, desentrama una intriga de ficción de bolsillo (femmes fatales, mafiosos, cuernos, porno) tan excusa que hasta Lynch saca a un par de secundarios riéndose de ello. Porque todo hay que leerlo como espejo distorsionado y recuerdo selectivo.
Ya con los vídeos que corrompen tu intimidad y tu desprotección (de los que Lynch hace más tarde un equivalente que mejor no destripar), los personajes esquinados, las visiones fugaces, el sexo aceptado y fláccido o prohibido y excitante, las vigilancias policiales, las fiestas empapadas en decadencia... Lynch trabaja para la sensación de estar viendo algo que no deberíamos, algo que pillar de refilón en esa autopista mal iluminada. Aunque la necesidad argumental sigue siendo su peor enemigo, la atmósfera audiovisual sigue siendo el mejor: momentos brillantes (alguno de auténtico cine de terror) como Arquette a golpe de Lou Reed, la presentación de Robert Blake, el polvo frente a los faros del coche, los frenéticos planos finales o Pullman surgiendo de la oscuridad como si fuese el mismísimo BOB (¡hay hasta cortinas rojas!).