El Madrid traiciona a su historia
Por Santiago Segurola.
La última pirueta de Mourinho fue la peor. Volvió a tirar toda la historia del Madrid por la borda y se empeñó en forzar un partido lamentable, del que no sacó ningún beneficio. Todo fueron pérdidas para el Madrid: el resultado, el juego y la violencia de algunos de sus jugadores, con Pepe a la cabeza. Otra vez ejerció de pandillero y nuevamente dejó la imagen del Madrid por los suelos. El Barça jugó mejor, tuvo más coraje y no se dejó intimidar por las patadas.
La alineación contenía el secreto de lo que sucedería después. Regresó Pepe al medio campo, convertido en el anticristo del Barça sin razón alguna. Es cierto que el Madrid ganó la final de Copa, pero se debió infinitamente más a la actuación de Casillas que a la aportación de un jugador que siempre es un candidato firme a la expulsión. En el medio campo, mucho más.
Su presencia significó un Madrid pequeño, casi mínimo, decepcionante porque el fútbol español recuerda a muchos equipos con muchos menos recursos que le ponen al Barça en más dificultades. Y con más grandeza. Mourinho, que puso el foco en Cristiano antes del partido -"no me lo toquéis, o tendréis problemas"-, no tiene pantalla para protegerse. Cristiano marcó en la única oportunidad que encontró en el erial del Madrid. Quizá Mourinho deba responder a su incapacidad para articular una respuesta sensata, generosa y limpia frente a un equipo que volvió a torear al Madrid.
Guardiola no engaña a nadie. Algún día el Barça perderá en el Bernabéu, pero no será porque su entrenador empequeñezca al equipo. En caso de duda, elige la opción más valiente. No se puede decir lo mismo de Mourinho, al menos frente al rival que le martiriza. Regresó a su versión más áspera, ante la aprobación o el silencio del Bernabéu, que le tolera todo. Cada visita del Barça es un calvario, pero la gente vive una especie de síndrome de Estocolmo.
Al Madrid no le sirvió ni su habitual gol de ventaja, siempre temprano, siempre celebrado por la parroquia como una promesa que nunca se cumple. Y no se cumple porque el Madrid ha desechado cualquier posibilidad de medirse al Barça sin complejos. Así no construyó su leyenda el club y su equipo, que siempre se distinguió por su coraje, en muchos casos con jugadores bastante peores que estos. "Soy el Madrid y tú, no", proclamaba por los campos.
El tanto dijo menos de la calidad de los contragolpes del Madrid -sólo hubo uno digno de tal nombre- que del error de Pinto. El zurdazo de Cristiano no era mortal, ni mucho menos, pero Pinto reaccionó tarde. Sorprendieron muchas cosas en el encuentro, y una de ellas fue que el Madrid no exigiera a un portero que estaba bajo sospecha. Tampoco eso habló bien del plan de Mourinho.
Fue falsa la idea de un Madrid eficaz por su ventaja en el primer tiempo. No fue la mejor actuación del Barça, pero en ese periodo dispuso de cuatro oportunidades magníficas para marcar: un tiro al palo, un mal remate de Iniesta y dos excelentes intervenciones de Casillas en el primer palo. Por momentos, pareció que el encuentro lo decidirían los dos porteros. En el Barça, Pinto. En el Madrid, Casillas. La distancia es considerable.
Sin embargo, no fueron los porteros los protagonistas finales. Triunfó el juego nuevamente. El Barça confirmó que no le intimida ni el Bernabéu, ni la aspereza, que a veces degeneró en violencia. Pepe añadió más motivos para cimentar su pésima fama. Fingió, golpeó y agredió. Su pisotón en la mano a Messi fue repugnante. No es una novedad, pero a Pepe también se le tolera todo. No salió expulsado porque Muñiz politiqueó de mala manera y se olvidó de atajar las groserías del jugador portugués.
Al Barça le correspondió un dominio abismal del encuentro. La posesión de la pelota alcanzó el 72%, un porcentaje que debería ser humillante para el madridismo, para la hinchada de un equipo que ha comprado lo mejor que el mercado pueda ofrecerle. ¿Para qué? Para jugar como un equipo chiquito y desagradable. El Barça dejó algunos interrogantes por el camino -Alves no funcionó, Messi bajó algunos peldaños con respecto a sus actuaciones anteriores, Cesc estuvo incómodo-, pero su autoridad fue incontestable. En gran medida, se la concedió el Madrid.
Aunque salió vivo del primer tiempo, el Madrid emitió todas las señales para salir derrotado. Ocurrió en el segundo tiempo. Podía haber sucedido en el primero. La particularidad no fue otra que el progresivo ataque de nervios que sufrió el equipo. El empate desencadenó las hostilidades. El cabezazo de Puyol devolvió a la memoria el remate frente a Alemania en las semifinales del Mundial. Los mismos protagonistas -Xavi en el saque del córner y el impetuoso cabezazo del central- y las mismas consecuencias. Por cierto, Pepe se durmió en el marcaje.
A partir de ese momento, el Madrid entró en barrena. Ya lo estaba por juego, pero agregó un intempestivo comportamiento que deja muy mal a sus jugadores y a Mourinho. Esta vez no encontrará excusa posible para justificar el creciente grado de violencia -sorprendió el destemplado comportamiento de Xabi Alonso, entre otros- de su equipo. El Barça reaccionó con entereza, capitaneado por Puyol, cuya vigencia es extraordinaria, y por Busquets, impresionante en las decisiones y en el despliegue.
Al Barça sólo le faltaba un detalle de Messi. No se lo ahorró. Conectó con Abidal con una cuchara preciosa que permitió al lateral batir al indefenso Casillas con elegancia y serenidad. El tanto solo vino a decir lo que había sucedido. El Barça fue mejor en todos los aspectos. El Madrid fue peor que nunca. En todos los sentidos.