El Megapost de los 80 HISTORIA DE LA CANNON GROUP: Charles Bronson
No le pasa nada a su ordenador. ¡No intente apagar el monitor! Durante la próxima hora controlaremos cuanto vea... y oiga. Y concretamente les enchufaremos quilos y quilos de caspa, derechito al cerebelo. Para su bienestar se aconseja que pongan en bucle de continuo funcionamiento los dos vídeos que siguen, y de esa forma gocen de la experiencia completa de sentir como enloquecen inexorablemente, poco a poco...
Vamos a ello:
The Cannon Group Intro - YouTube
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Charles Bronson... La saga de Paul Kersey. La saga de Yo soy la justicia. La mítica absoluta, dentro de una de las sagas más casposas y polémicas de la Cannon que nos alegraron las tardes aburridas desde las estanterías más sucias del videoclub, o gracias a algún pase televisivo nocturno despistado, cosa hoy casi imposible de ver en televisiones públicas españolas. Me da más miedo toda la jauría humana de Sálvame y similares, que un centenar de pandilleros cutres de estos… pero eso es otra historia.
Gracias a esta saga, Charles Bronson sería eternamente recordado como “el abuelo cabreado” de la Cannon, el justiciero frío, impertérrito, que cual autómata, busca a esos malditos punkies para darles su merecido… una y otra vez. De ciudad en ciudad, de pariente violado/asesinado en pariente violado/asesinato, y con armas de cada vez mayor calibre, pero siempre el mismo esquema.
Lo cierto es que es una auténtica lástima que este hombre haya acabado con la etiqueta colectiva de “mal actor de pelis de acción cutres” cuando, a lo largo de su carrera, trabajó bajo las órdenes de gente John Stuges, Robert Aldrich, participó en varias películas de André de Toth, incluyendo la extraordinaria “Los crímenes del museo de cera” donde Bronson era el sirviente mudo de Vincent Price; Roger Corman, Sydney Pollack, Richard Fleischer o Walter Hill son otros de los tipos con los que ha trabajado, amén de prestar su particular rostro a la sin par serie The Twilight Zone. Por supuesto, mención aparte merece su papel de Harmónica en Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone, ese silencioso justiciero que donde pone el ojo, pone la bala, y que se enfrenta a Henry Fonda en una escena que aún es capaz de ponerme los pelos de punta.
Pero bueno, a lo que íbamos. Tras media vida trabajando habitualmente en el cine, debieron llegarle las vacas flacas al buen hombre. En 1974, bajo la dirección de Michael Winner (con quien trabajaría en más ocasiones) había protagonizado Death Wish, o como la titularon en España, El justiciero de la ciudad. Y es que en España el baile de títulos de la saga es apabullante, y le voy a prestar especial atención porque es de órdago, pero ya llegaremos a eso.
La película nada tenía que ver con la Cannon Group, que por aquel entonces aún no había caído bajo las garras de los israelíes, y se dedicaba a importar títulos de segunda fila sin especial fijación por la acción. El justiciero de la ciudad es una producción de otro amiguete de este post, el incombustible Dino de Laurentiis, apadrinado por Paramount Pictures, y lejos de lo que pueda parecer la saga en su conjunto, se trata de una buena película. Por supuesto, la película levantó polémica y suele estar unánimemente considerada como una “bandera fascista” una de esas películas con mensaje tóxico y anti constitucional de “si quieres justicia, tú te la sirves, tú te la comes, al Estado que le den por culo”. Aparte de ese mensaje subyacente estamos ante una película competente, con ese aire setentero que a algunos nos gusta tanto. El guión está basado en la novela de un autor dedicado al policiaco, Brian Garfield, que no he podido leer. Garfield fue guionista de uno de los filmes que más aprecio, El Padrastro, junto con el gran Donald Westlake, pero bueno, vamos a lo que vamos.
Paul Kersey es un arquitecto de éxito. Un profesional competente, apreciado en su entorno de trabajo, con una esposa madurita que le ama (Hope Lange, secundaria muy habitual) y una hija joven, casada con un chaval serio, respetable, soso pero enternecedor. Vamos, que son todos una especie de familia Flanders que van por la vida creyendo que todo en el mundo está bien, y que lo peor que les puede pasar es pillar un catarro o llegar tarde a la parada del autobús.
Evidentemente, esto no es así en el turbulento Nueva York setentero; una tarde, la esposa e hija de Kersey vuelven de hacer la compra y son seguidas desde el supermercado por tres facinerosos (el líder es un joven Jeff Goldblum) que consiguen entrar en la casa; roban lo que pueden, violan a la hija y les dan una paliza. Advertido de lo que pasa, Kersey va al hospital sólo para enterarse de que su mujer ha muerto y su hija ha quedado catatónica de por vida debido al shock.
Evidentemente, esto derrumba su mundo. Para él, es el fin de esa vida feliz y relajada, de los viajes a Hawai con su mujer y de la vida conyugal de su hija y su yerno. Para un cuerpo de policía embrutecido, lento y habituado a ver ese tipo de desgracias todos los días, el caso Kersey es un expediente más que irá cogiendo polvo de despacho en despacho mientras le dicen al pobre padre de familia que “el caso sigue adelante, ya le llamaremos”.
Lo realmente “novedoso” en comparación con las secuelas, es que Kersey no busca venganza. Como cualquier hombre hundido por la tragedia, hace lo que puede; entierra a su mujer, contrata a enfermeras para cuidar de su hija, y continúa con su trabajo. Su proceso psicológico tiene un mínimo de credibilidad (solo un mínimo) que claro, en las secuelas ya desaparece. Nos vamos enterando de que Kersey es pacifista, que fue objetor de conciencia que se negó a ir a Vietnam. Durante un viaje de negocios a Texas se queda impresionado de ver el culto, casi religioso a las armas de fuego que tiene esa gente, y el tipo con el que ha ido a hacer negocios llega a decirle, haciendo gala de mal gusto y falta de sensibilidad especiales, que lo que le pasó a su familia “nunca habría pasado aquí. Aquí en el sur habríamos enseñado a esos tipos a no meterse en casa ajena”. Vamos, que le planta la semillita de la venganza en el cerebro.
Por otra parte, Kersey, consecuentemente, no empieza su vida de justiciero acribillando a los malhechores con una AK-47. Primero usa un montón de rollos de monedas enrolladas en un calcetín, de ahí pasa a las armas blancas y finalmente, las de fuego, con la que le regalan en Texas. La policía no tarda en darse cuenta de que hay un nuevo “autoproclamado sheriff” en la ciudad, e intentarán cazarle y desacreditarle ante los medios, que le ven como a un héroe (las personas a las que salva se niegan a declarar contra él, y cuenta con el favor popular, podemos ver pintadas en el metro y en las paredes, de apoyo al “Vigilante” como le llaman).
Con un presupuesto estimado de tres millones de dólares, recaudó 22 millones solo en USA, convirtiéndose en un (polémico) éxito de taquilla. Quien iba a decir que este policiaco tan alejado de las maneras del cine de acción ochenteno, acabaría generando su propia saga y su propio culto en las estanterías de los videoclubs de medio mundo. Pero así sucedió.
Yo soy la justicia (cambiamos de nomenclatura) es el primer título exitoso producido conjuntamente con Cannon Films y Golan-Globus productions (entre otras, este entramado de nombres y compañías huele a dinero negro que tira de espaldas) y fue usado para dar el pistoletazo de salida a la nueva etapa Cannon, ya con los israelíes al mando del timón, comiéndose el pastel, y la directriz del cine de acción para el gran público. Escrita por David Engelbach, un tipo en cuyo currículo aparecen un capítulo de McGyver y ser el tipo que tuvo la idea original de Yo, el halcón. Dirige de nuevo Michael Winner (hay que comer) con Bronson, la actriz que hacía de su hija (Robin Sherwood, que aquí ya enseña las tetas sin tanto pudor como en la primera) y Vincent Gardenia son los únicos integrantes del reparto original. Curiosamente los directores de fotografía son gente competente: Richard H. Kline tiene en su haber títulos como Soylent Green, Star Trek La película, El estrangulador de Boston, King Kong o La amenaza del Andrómeda. Thomas Del Ruth por su parte ha tenido en sus manos la fotografía de películas tan ochenteras como Cuenta Conmigo, El club de los cinco, o Perseguido.
Paul Kersey se ha trasladado a Los Angeles con su hija, todavía catatónica tras lo ocurrido en la primera parte. Sigue teniendo éxito profesional, y tiene una novia madurita que trabaja en un hospital. Su vida vuelve a ser normal hasta que un día, mientras está con su hija en el zoo, un ratero intenta robarle la cartera. De pronto, algo se enciende en la sangre de este hombre, que había vuelto a ser un pacífico padre de familia. Ahora, Paul Kersey sabe cómo defenderse, no tiene porqué consentir que le roben impunemente, y por supuesto, no va a consentirlo.
Desgraciadamente, el ladrón consigue la dirección de Kersey, y como es miembro de una banda de malosos infumables, deciden ir todos a casa del “carroza” a darle una lección. Como Kersey y su hija han salido, los facinerosos se entretienen violando brutalmente a la criada de turno (una escena sorprendentemente cruda para los cánones actuales) y finalmente, cuando Kersey vuelve, secuestran a su hija y le dejan a él inconsciente. La hija, una vez en la guarida de los malos, y tras la correspondiente violación, se suicida arrojándose sobre una verja puntiaguda (¡?).
Aquí viene la primera ruptura con la película original: la policía pide a Kersey una descripción de los atacantes, que este se niega a dar (pensando ya en tomarse la justicia por su mano) y Kersey alega que cuando su mujer murió en Nueva York, dio a la policía una descripción de los atacantes y no sirvió de nada. Puede ser una mentira por parte de nuestro colega justiciero, pero lo cierto es que en la primera entrega, Kersey jamás se cruza o ve a los tipos causantes de la muerte de su mujer…
Yo soy la justicia es un cruce, una película puente entre el primer film, con elementos de denuncia social y su aire seventies, competentemente realizada (en serio), y el resto de la saga, que se olvida del guión para potenciar la violencia sin sentido y conseguir así unos beneficios rápidos en las taquillas y los videoclubs, olvidándose de dar empaque a la película y a los personajes, convirtiéndose en “películas de tiros”.En esta segunda entrega hay un poco de ambos; ya se han implementado las escenas violentas y sexuales como marca de la casa, con un regusto por la brutalidad y la exageración, Paul Kersey ha perdido todo atisbo de personaje humano, pasa a ser un autómata con botón de apagado, que lleva una vida normal durante los primeros minutos de la película simplemente por no mostrárnoslo como un monstruo. Aún así, aquí intentan humanizarlo a través de la novia, voz de la razón que apoya la ley y el orden a través de los cauces establecidos y que por supuesto, está condenada a fracasar en su intento de convertir al arquitecto en un ser racional y socialmente integrado en lo que a respetar los dictados de la ley se refiere (porque si tuviera éxito, no tendríamos saga, claro). No faltan elementos accesorios a cualquier película de justicieros, como un cuerpo de policía celoso persiguiendo a Kersey y acechando sus movimientos, preocupación hipócrita e interesada de las altas esferas políticas, o numerosos ciudadanos honrados e intachables que le encubren en sus fechorías. Y es que los malos son TAN malos, y la justicia tan INJUSTA, tan burocratizada, fría e inhumana, que no nos queda otro recurso que sentarnos a ver las locuras del abuelo Bronson con un gesto de asentimiento. El tipejo líder de la banda, secuestrador, violador y culpable de la muerte de su hija, es detenido y lejos de ser encarcelado, es entregado a unos psiquiatras compasivos que hablan de él como una “víctima social” un “pobre enfermo” del que hay que apiadarse para así “curarlo”. Una locura!!!
Death Wish 3 (El justiciero de la noche, si ustedes quieren) es ya un videojuego, violento, extremadamente polémico, donde el mensaje fascistoide está más presente y en relieve que nunca hasta el momento en la saga. Una película 100% Cannon tal y como entendemos el término hoy en día: un actor de culto dentro de la compañía, una saga mítica ya consolidada y con reglas fijas y por todos conocidos, ambiente y estética ochentera, testosterona, armas pesadas y muchos, muchísimos tiros.
Aquí, el colega Kersey decide volver a Nueva York para visitar a un amigo, con tan mala fortuna que se lo encuentra moribundo por una paliza que le ha propinado una banda del barrio en el que vive. Aún peor, la policía se encontrará a Kersey en el escenario del crimen, y le tomarán automáticamente por culpable, ya que todos los cuerpos policiales de Estados Unidos conocen (y odian) a estas alturas, a Paul Kersey. Así que aprovechan para detenerlo.
El jefe de policía Striker (el secundario todoterreno y recientemente fallecido Ed Lauter) se mete constantemente con Kersey, vigilándole de cerca, amenazándole, chuleándole… aunque en el fondo le admira, y envidia su total libertad para actuar, de la que él, claro está, no goza en un mundo donde la justicia es más lenta que el hijo de un caracol y una tortuga, un mundo de despachos donde no pasa nada, expedientes polvorientos, y conversaciones telefónicas muy alejado de la calle y de lo que en ella pasa.
Una vez libre, Kersey decide irse a vivir al barrio conflictivo en cuestión, una especie de sumidero casi post-apocalíptico, por la libertad que gozan las bandas para robar, violar, apalizar y matar a cualquiera que les apetezca, a placer. Con una impunidad absoluta. La mayoría de los habitantes son gente de la tercera edad, incapaces de defenderse por si solos de esa chusma, sin nadie que les defienda… por lo tanto, no es de que extrañar que sintonizen con el justiciero que llega a vivir entre ellos, y apoyarán sus acciones, encubriéndole y ayudándole activamente ya que ellos, por si solos, son incapaces de hacer frente a esa basura punkie.
La película se erige así en un descalabro de violencia cuasi gore sin sentido, que no necesita ser justificada. Tiros, explosiones, bazokas míticos, trampas a lo Rambo… lo que sea necesario para cazar a la escoria callejera. Estos, por cierto, pierden cualquier atisbo de realidad. Si en la primera película, los delincuentes eran una fuerza sórdida y real, en un mundo donde todos los días suceden cosas que nadie quiere ver (asaltos, robos, violaciones) hasta que le pasan a uno mismo, aquí es imposible tomarse nada en serio, los pandilleros ya no están destinados a dar miedo, solo asco y rabia, para que así en el momento de su muerte el espectador aplauda a Kersey.
Un escenario de cartón recortable con fondo post-apocalíptico y unos villanos salidos de cualquier entrega de Streets of Rage o videojuego similar: su violencia es exagerada, pasada de rosca, son monigotes que están ahí solo para ser lo suficientemente desagradables, y que el espectador se ponga del único lado posible: el del justiciero que los va matando uno a uno.
El único villano remarcable (por lo alucinógeno de su presencia) es el líder de los villanos, cuya sobreactuación le permite destacar por su brutalidad, su carácter inhumano y cruel (ni siquiera tiene piedad para sus propios compañeros de fechorías) una interpretación pasada de rosca y alucinógena.
El Justiciero de la Noche es un caudal de acción puro; una película que todos aquellos que ensalzamos esos años perdidos veneramos. No porque sea buena (Dios nos libre) sino porque es una película de su época, con buenos y malos polarizados, extremadamente reconocibles unos de otros, violencia a raudales y la fotografía (esa maravillosa fotografía nocturna de la Cannon, reflejando en esta saga en particular el sub-mundo de los barrios dejados de la mano de Dios, llenos de gente desquiciada, violencia gratuita que salta sin provocación, vicios raros que afloran en ese entorno casi sin presencia de policía, o asistentes sociales). Qué más puedo decir. Si alguien me lee, y es uno de los “nuestros”, y por casualidad aún no ha visto esta película… CORRE. Es el espectáculo ochentero más puro que la Cannon pudo ofrecer.
Por supuesto, para cualquiera que no aprecie el subgénero y la época, la película será un dolor, un sufrimiento constante… todas las partes están avisadas.
Resulta curioso que siguiera dirigiendo Michael Winner, quien había demostrado con la primera entrega que con esa misma premisa (justiciero urbano) se podía hacer una película socialmente comprometida y que no fuera toda de tiros (aunque algo de eso hubiera, innegable). Lo que es capaz de hacer el ser humano cuando necesita llenar la despensa…
Fijaros hasta qué punto El justiciero de la noche sigue un esquema videojueguil de “fases” con eliminación de “malos” que la película gozó de su adaptación al mundo de los bits, desarrollado por la compañía Gremlin Graphics para las plataformas de ZX Spectrum, Commodore 64, MSX y Amstrad CPC, y era… bueno, no es necesario explicarlo, era el mismo esquema de la película, pero con musiquita electrónica funde-cerebros y en colorines. Lo jugué hace un par de años en emulador para Spectrum, y garantizo que os ponéis en la piel del arquitecto asesino de punkis callejeros.
La saga continuó, aunque no consiguió llegar (lo tenía difícil) a imitar la gloria de El Justiciero de la noche; la cuarta entrega salió con el liante título de Yo soy la justicia 2. Y lo cierto es que se molestaron en meter un poquito más de trama que en la anterior, con personajes secundarios más relevantes y un par de giros de guión. En esta historia, nuestro arquitecto favorito está de nuevo en Los Angeles, tiene de nuevo una vida normal, con una novieta MILF, la cual tiene una hija adolescente que adora a su padrastro. Ganas y persistencia para rehacer su vida continuamente hay que reconocerle, al hombre.
En este caso, su hijastra Erica no será violada/asesinada como cualquiera podía prever, sino que muere de sobredosis de crack tras haber comprado a un camello “para probar”. El novio de la chavala (típico muchacho sano, serio y respetable) morirá acuchillado por el camello cuando le amenace con denunciarle. Y ya la hemos liado.
Cuando yo era un crío, y escuchaba las típicas noticias en los telediarios sobre “cárteles de la droga” y demás, con la clásica inocencia infantil le preguntaba a mi padre “¿y porqué la policía no va cogiéndolos uno a uno, desde el que vende, que todos saben quien es, hasta el jefe?”. Y aquí es precisamente lo que Kersey hará, una limpieza urbana dentro del mundo de la droga. Contará como aliado, con Natan White, un multimillonario cuya hija murió de sobredosis, y está dispuesto a poner medios y dinero para apoyar a Kersey en la erradicación de las dos principales bandas de narcotraficantes californianos. Contando con abundante información sobre esa gentuza, y con un armamento superior, Kersey se pone a ello, haciendo exactamente aquello que de críos, todos pensábamos que era de lógica: ir a por el pez más pequeño e ir subiendo desde ahí.
El resto no por previsible es menos divertido, Kersey irá subiendo peldaños y atacando a los capos de la droga californianos, que asistirán aterrorizados al desmoronamiento de su riqueza y su poder, y verán como ni su ejército de matones ni sus sistemas de seguridad son suficientes para contener a esa fuerza de la naturaleza que en nombre de la justicia está dispuesto a acabar con todos.
Por supuesto, no faltan giros finales (Nathan White, su mecenas particular, no es sino otro capo de la droga que le ha utilizado para librarse de la competencia) y tendremos final en TODA SU GLORIA con secuestro de la novieta MILF, enfrentamiento a grito pelado y… SI. OTRA VEZ UN LANZACOHETES. El abuelo Kersey tiene un par de cojones.
Yo soy la justicia 2 es mejor como película que El justiciero de la noche, pero como espectáculo pirotécnico y de adrenalina no llega a tanto, no obstante es muy visionable; dirige por primera vez alguien que no es Winner, sino J. Lee Thompson, director inglés que empezó su carrera en Inglaterra para luego pasar a USA. Director de varias obras recordadísimas de cine clásico (El cabo del terror, Los cañones de Navarone) en los 70 se refugió en la televisión y emergió en los 80 para dirigir un buen puñado de clásicos de la Cannon, incluyendo varias otras del tito Bronson que a continuación iré comentando.
Pero antes… la saga de Kersey se cerró en 1995 con una película que vi en su día en VHS y que es tan rematadamente mala que me he negado a revisarla para este especial (aunque sí he visto todas las demás con enorme placer) y que, por lo demás, ni siquiera estaba ya producida por Cannon, desaparecida por entonces la compañía, produjo 21st Century Film Corporation. La película estaba ubicada en el mundo de la alta moda y aparecía otra actriz que en los 80 gozó de sus 15 minutos de fama, pero que por aquel entonces ya perdía fuelle, Lesley Anne Down. La película (si alguien la quiere rastrear) se editó en VHS en nuestro país como El rostro de la muerte.
Es el fin de la saga de Paul Kersey… pero ni mucho menos el fin de la colaboración del abuelo Bronson con la Cannon Group. Un total de cinco películas llegó a protagonizar bajo el sello de esa inmortal fábrica de caspa que tanto amamos.
La primera, en 1983, fue Al filo de la medianoche; la he visto para el Megapost y hay que reconocer que es bastante buena dentro de lo que hay; cuenta la historia de Leo Kessler, típico policía pendenciero de Los Angeles, poco dado a sensiblerías, y con problemas personales (no se lleva muy bien con su hija).
Kessler tendrá que buscar a un asesino de mujeres, al cual nosotros conocemos desde el minuto 1: Warren Stacey, un tipo pulcro, organizado y con abundantes fondos económicos, maniático y hecho un lío en lo que a relaciones con el sexo opuesto se refiere; él intenta ser educado y formal, todo un caballero, con sus ligues, pero su aspecto demasiado serio y formal provoca que las lozanas y alegres muchachas ochenteras le rechacen y se rían de él… por lo que el bueno de Warren se obsesiona con ellas, las acosa, y finalmente las asesina.
En ningún momento, a pesar de sus modales afeminados y su inseguridad, se intenta que el público empatice con el asesino, todo lo contrario. Es repelente y extraño, algo no va bien con ese tipo desde el principio; la obsesiva forma que tiene de vengarse de quienes la rechazan, el hecho de que bajo esa caballerosidad tímida haya una bestia parda, grosera y deseosa de hacer daño, no es tan censurable como la extraordinaria inteligencia y precisión que demuestra al prepararse las coartadas con días de antelación a los asesinatos, poniéndolo todo de su parte para evitar ser atrapado, y que separa al enfermo del desalmado.
Como digo, desde que Kessler y Stacy comparten pantalla, se dejan claros los papeles: quien es el bueno y quien es el malo. La animosidad entre policía y asesino es inmediata, Bronson sospecha de él, le acosa, le pincha para intentar que salte… una vez detenido, el asesino se beneficiará del clásico sistema judicial presentado en este tipo de películas como artificial, lleno de gente desconectada de la realidad, lento y arbitrario. Stacy se librará de las sospechas, gracias a la ineptitud del sistema y a su propia meticulosidad a la hora de prepararse coartadas, por lo que nuestro amigo Kessler, en lugar de intentar matarle de primeras, se dedica a acecharle y a preparar pruebas falsas para poder encerrarle… hasta que Stacy se fija en la hija díscola de Bronson. Entonces, claro, podemos hacer uso del maravilloso tagline que es… “Ahora es personal”.
Podríamos entrar más en la trama política-judicial (con el gran secundario que es Geoffrey Lewis como abogado defensor del asesino) el hecho de que la película sea un claro ensalce de la pena de muerte sin cortapisas, que anima a tomarse la justicia por su mano (otra gran fase del abuelo Bronson para los anales “La ley solo me interesa cuando es justa”). Por supuesto, al final, el asesino y el policía quedan cara a cara y ya ni la ley de los tribunales ni la justicia de las constituciones nacionales tendrán nada que ver; la sentencia de Kessler es inapelable y absoluta. “Eres un asesino y mereces morir”.
Al filo de la medianoche es una de las mejores pelis Cannon con Bronson fuera de su saga, y la recomiendo encarecidamente por lo de siempre: el ambiente californiano, los secundarios, la dirección (J. Lee Thompson again) los primeros momentos con el asesino (puro slasher con toques gore) y ese final tan maravilloso.
La siguiente película del abuelote para Cannon es una de mis favoritas, La ley de Murphy; nos llegó en 1986 y dirigió… J. Lee Thompson. Sí, again.
Bronson es aquí Jack Murphy, un cínico policía, brutal, alcohólico, divorciado y con graves problemas personales y laborales debido a su carácter; a pesar de todo es un policía entregado a su tarea, y cumplidor, a su manera. Vamos, lo de siempre.
Una noche, la ex mujer de Murphy muere asesinada y todo parece indicar que él es el responsable; nadie que le conoce tiene dudas. Aunque “nosotros” sabemos que él no ha sido. Murphy es detenido y esposado junto a una raterilla vulgar a la que él mismo había detenido pocas horas antes, para llevarle de camino al juzgado.
Decidido a escapar, e investigar por sí mismo esa muerte para limpiar su nombre, protagoniza una espectacular fuga de la comisaría, acompañado (esposado) a la raterilla en cuestión, que se convertirá en cómplice a su pesar (y poco a poco, en colegas).
La película es un thriller policíaco ochentero de libro, bastante convencional, con Murphy y su nueva amiga escapando de la policía, intentando probar la inocencia de este, y visitando a amigos y conocidos de Murphy (que mueren poco después asesinados, agravando su culpabilidad ante los ojos de la justicia). Murphy está empeñado en que el asesino es Frank Vincenzo, un mafioso al que persigue desde hace tiempo, e irá en su busca… las mejores bazas de la película son una banda sonora bastante buena (de Bill Conti, nada menos), la clásica fotografía de los años ochenta que hace que te sientas como en casa viéndola, la sordidez callejera heredada de la saga Kersey, y sobre todo, la relación entre Bronson y su compañera, que, como mandan los cánones en este subgénero, empieza en odio puro, pasa a aborrecimiento, comprensión, y finalmente, amistad y colegueo. La relación en ningún momento se define, y lo que debería ser un monumental fallo de guión y de construcción del personaje, se convierte en una ventaja: no es una relación ni del todo amistosa, ni del todo paternal, ni del todo amorosa, sino más bien una extraña mezcla de las tres. La actriz que interpreta a la ladrona es Katheeleen Wilhoite, de nombre desconocido para la mayoría, pero una cara que paseó y sigue paseando entre secundarios: empezó en la televisión (La ley de Murphy fue su primera película para cine) trabajó en series como Fama, y en películas como De profesión: Duro, El corazón del ángel, o Malas influencias (un estupendo thriller del que algún día hablaré). Hoy en día sigue en activo desde un segundo plano como secundaria, participando en series tan dispares como 24, Las chicas Gilmore, El mentalista o Anatomía de Grey. En su momento, para La ley de Murphy, se la quería presentar como “nueva estrella” pero nunca llegó a destacar como protagonista de nada; en cambio se ha ido labrando una carrera como secundaria que llega hasta nuestros días, participando en toda clase de series conocidísimas; ya es más de los que pueden decir muchos otros y otras de esa época, hoy absolutamente desaparecidos en combate.
La película presenta a otra actriz bastante más lograda en sus días, Carrie Snodgress (fallecida en 2004 con menos de sesenta años) que interpreta a la verdadera asesina, una especie de brutal mujer obsesionada con el culturismo, que se quiere vengar de Murphy y otros compañeros que en su día la encerraron. Snodgress participó en películas como La furia de Brian Desalma (que ya tratamos en su momento en este post) o El Jinete pálido de Eastwood, además de muchas series de televisión (Se ha escrito un crimen, Misterio para tres, Expediente X…).
En resumen, La Ley de Murphy es una película entretenida y totalmente visionable, con menos muertos por minuto de los que suele haber en otras pelis de Bronson (y sobre todo en la saga Kersey) pero con ese tono amoral e inconfundible de “el que me la hace me la paga” totalmente al margen de la ley. Y por si creíais que aquí no había frases lapidarias del tito Bronson, para el recuerdo la mejor de ellas… Yo solo conozco una ley, y es muy sencilla. ¡No jodas a Jack Murphy!
De 1987 es El guardaespaldas de la primera dama, que es seguramente la peor de todo el lote, si no contamos la quinta parte de El justiciero Kersey. La vi hace menos de un año (la regalaban con la revista Tiempo y no me pude resistir a completar la filmografía) y se trata de una película que, pese a notarse visualmente y en los medios, está rodada cuando la Cannon estaba todavía en posesión de sus poderes económicos y taquilleros, tiene algo muy malo en su contra, él único pecado capital que les veo a este tipo de filmes: se hace aburrida.
Bronson es Jay Killion, un guardaespaldas profesional que es asignado por sus jefes a la protección del mismísimo presidente de los Estados Unidos, y por ende, a la Primera Dama. Y esta es insufrible, interpretada por Jill Ireland (esposa de Bronson en aquel momento, le conoció durante el rodaje de La gran evasión, y Bronson procuraba hacerla aparecer en todas las películas en las que él participaba, mientras fuera posible por requisitos del guión)- La primera dama de Ireland es una mujer petulante, autosuficiente en el peor sentido del término, caprichosa, arrogante, pedante… por supuesto, hace su voluntad ignorando a quienes deben protegerla, poniendo de los nervios a Killion, saltándose todos los sistemas de seguridad para ir a menear el culo por ahí… hasta que empieza a haber serios intentos de quitarla de en medio.
Cuando quede patente que la conspiración para eliminarla viene de la mismísima Casa Blanca, se verá obligada a huir con Killion, lejos del resto de la seguridad (de la que no sabe si puede fiarse) y tendrán que ir de un sitio a otro en busca del culpable. Dejo para vosotros la identidad de este y sus motivos (descacharrantes) para intentar asesinarla.
Se puede ver, una vez, pero no más. Y aún así tiene algo atractivo viniendo de una Cannon en plena forma, y que pronto iba a dejar de estarlo (también se puede ver en Yo soy la justicia 2, rodada ese mismo año). Dirige Peter Hunt, el director de 007 Al servicio de su majestad, que luego ha trabajado con Bronson en varias películas al margen de Cannon Group.
En 1988 llegaría Mensajero de la muerte, una película discreta que se con agrado por variar el clásico esquema de justiciero implacable y políticamente incorrecto. La película se abre con el brutal asesinato de una familia (mujeres y niños) y la posterior investigación de dicho asesinato brutal. Bronson es Garrett Smith, un periodista de Colorado que habitualmente colabora con la policía y que parece moverse bien entre las altas esferas. Acude al lugar del siniestro y posteriormente habla con el padre de la familia asesinada (que se hallaba ausente durante la matanza).
EL asesinato parece estar relacionado con una familia de fundamentalistas mormones, y los hermanos de ambas familias se separaron por desavenencias y se han jurado odio eterno; Smith los visitará a ambos y se irá convenciendo de que, a pesar de que cada hermano acusa al otro de los asesinatos sin dudas, la masacre no partió de ninguno de los dos. Mientras tanto conoce a la señorita Watson (Thris Van DeVere, esposa de George C. Scott), prima de uno de los hermanos, que la ayudará a introducirse en ese mundo de religión donde los “gentiles” o sea, los que no pertenecen a sus creencias, no son muy bienvenidos.
Smith intentará aclarar el entuerto, a pesar de que las dos ramas de la familia están dispuestas a exterminarse mutuamente al margen de la ley por odio fanático; es precisamente eso lo que le da la clave, alguien quiere quitarles de en medio. Irán surgiendo cosas feas cuando un gran camión de la Compañía de Aguas de Colorado intente quitar a Smith de en medio, y este vaya atando cabos…
No es, como digo, una gran película, pero se agradece el cambio de tono y que Bronson no vaya aquí de súper hombre (bueno, a ratos si). Y se agradece dejar al margen el mundillo criminal de los barrios marginales, para variar, e introducir una trama con intereses políticos y económicos de personajes de gran importancia en la alta sociedad. También hay grandes secundarios (como Jeff Corey) y de nuevo dirige J. Lee Thompson, nuestro hombre de la Cannon por aquellas fechas; no tardaréis en verle de nuevo en futuros megapost, ya que, al margen de Bronson, dirigió alguno de los títulos más emblemáticos de la compañía.
Kinjite: Prohibido en Occidente llega en 1989; el ocaso de un Bronson cercano a los 70, y de una Cannon que continuaría agonizando hasta una muerte anunciada en 1993, y ya solo con Globus a la cabeza, acompañado con nuevos socios; Menahem Golan se bajaría del carro este mismo 1989.
Sería la última colaboración de Charles Bronson con J. Lee Thompson, quien durante tantas películas se había mostrado fiel a su visión del cine Cannon.
La película muestra el mundillo de los japoneses que "invadieron" América en los ochenta, concretamente Manhattan, donde se apoderaban de toda clase de empresas, edificios, conglomerados... se explora el tema de las mujeres japonesas y su posición secundaria respecto al marido (brutal la escena de dos japoneses fardando de violar chicas japonesas porque estas nunca denunciarán, por verguenza, han sido educadas así). Bronson es Crowe, un teniente de policía destinado en Anti Vicio, cada vez más asqueado de su trabajo y las cosas que ve a su alrededor.
Últimamente, Crowe está empeñado en pillar a Duke, un delincuente especializado en el secuestro, "adoctrinamiento" y alquiler o venta de niñas para servicios sexuales a todo de clientes, sin tener ningún miramiento por la salud de estas. Cada vez, el teniente está más obsesionado con esa escoria, y sus métodos son más cuestionables, recibiendo las broncas de rigor de su superior, y la infinita y cansada paciencia de su compañero.
Un día, la hija de Crow es molestada por un oriental en medio de un tren, cosa que encolerizará al hombre, todavía más cuando deba encargarse del caso del secuestro de una niña japonesa (cuyo padre es el que ha molestado a su hija en el tren). Comienza una trama cada vez más desenfrenada por recuperar a la niña y castigar a los culpables aunque quede fuera del margen de la ley.
Para el recuerdo, la escena en que Bronson sorprende a un tipejo golpeando a una niña en una sesión sadomasiquista en un hotel, y lo sodomiza (con un palo, sátiros!!! ) o directamente el final en la prision, que me ha arrancado unas buenas carcajadas: el malo de la función no es asesinado (para variar) sino condenado a varias décadas de cárcel... que pasará cómodamente instalado en el pabellón de los violadores
No está mal, la verdad, aunque se nota cada vez más cierta falta de medios y sobre todo, agotamiento, por no hablar de la edad de Bronson, que no estaría ya para tantos trotes.
Remato este Megapost con dos secciones independientes; Yo y Bronson, y Doblando a la Cannon Group; espero que al menos la primera sea interactiva y todos comentéis cual fue la primera peli de Bronson que visteis, vuestras favoritas de él (dentro de la Cannon, claro) etc.
En mi caso, siendo yo un pequeñajo estaba viendo la tele en plena noche con mis padres, cuando apareció Bronson; era (aunque entonces, yo no lo sabía) Yo soy la justicia. Me dejaron ver todo el inicio en el zoo, hasta el asalto a la casa de Bronson, viendo por donde iban los tiros, mis padres cambiaron de canal y no nos permitieron ver el resto, ahorrándonos así la mítica y traumatizante violación a la criada. Recuerdo que en su día me acojonó pensar que cualquiera podría entrar en tu casa sin que tú pudieras impedirlo. Después me interesé por el hombre del bigote en el videoclub, llevándoseme hasta las estanterías de acción donde poco a poco, pude ir viendo algunos de sus títulos míticos. Recuerdo el visionado de El justiciero de la noche como uno de los momentos más álgidos de mi temprana adolescencia, ¡menudo chute de adrenalina en vena!
La última suya que vi en VHS (el resto ya vendrían de pases televisivos o DVD) fue La ley de Murphy, a la que tengo en gran estima; recuerdo que yo tendría unos quince años ya, estábamos pintando toda nuestra casa, y aquella noche tuvimos que dormir en colchones en el salón mis hermanos y yo, porque nuestras habitaciones estaban recientemente pintadas. Noche de pizzas y pelis; mi hermano mayor fue al videoclub y volvió con dos pelis en VHS: Domingo Negro de Frankenheimer, y La ley de Murphy.
Quizá fuera el hecho de estar toda la noche como “acampados” en medio del salón, o quizás el fuerte olor de pintura que venía del piso de arriba, intoxicando mi cerebro, pero el caso es que siempre le he tenido un especial cariño a La ley de Murphy, y me encanta el tema que Conti le dedica a la ladrona compañera de Murphy:
Doblando a la Cannon pretende ser un homenaje a esas voces españolas de toda la vida, presentes en estas películas, y MUY especialmente a Carlos Revilla, que estaba en todas, el tío, y cuya voz desde la infancia asocio a la Cannon Group (aunque imagino que gente más joven que yo la tiene asociada antes a Los Simpson).
El justiciero de la ciudad (aunque no es de Cannon) tiene un REPARTAZO de voces, compuesto por (coged aliento) Jose Luis Sansalvador, Maria Luisa Solá, Ricardo Solans, Miguel Angel Valdivieso, Constantino Romero, Felipe Peña, Pepe Mediavilla…
En Yo soy la justicia tenemos a Luis Carrillo doblando a Bronson, Javier Dotú, Juan Antonio Gálvez…
En El justiciero de la noche, Paco Hernández dobla a Bronson y tenemos a Carlos Revilla doblando a Ed Lauter, Francisco Arenzana, Maria Antonia Rodríguez, Juan Antonio Castro…
En Yo soy la justicia 2 podremos escuchar a Hernández de nuevo como Kersey, Félix Acaso, Carlos Revilla (again) Lucía Esteban…
Fuera de la saga Kersey, pues en La ley de Murphy de nuevo Hernández doblando a Bronson, Laura Palacios, Carlos Revilla doblando al mafioso Frank Vincenzo, Manuel Peiro…
En Al filo de la medianoche, Arsenio Corsellas dobla a Bronson, y participan además Jose Luis Sansalvador, Felipe Peña, Marta Angelat, Salvador Vidal...
En El guardaespaldas de la primera dama, Paco Hernandez sigue doblando a Bronson, u aparecen las voces de Luis Porcar,, Maria Massip...
Seguiré repasando a los dobladores de pelis Cannon en España; curiosamente la mayoría de los trailers que aparecían en cintas Izaro Films estaban doblados por... si, Carlos Revilla
Con esto terminamos el megapost Cannon numero dos. El próximo irá dedicado a Michael Duddikoff y la saga de El guerrero americano; pero paciencia. Antes de eso habrá un Versus, un Blockbuster y uno o dos Mitos de Videoclub, que tengo que revisarme tranquilamente las cintas implicadas (¿a que es buena excusa ?)
En cuanto a la Cannon y el VHS, la mayoría de las cintas de Bronson estuvieron editadas por la conocida Izaro Films, salgo un par de ellas (Yo soy la justicia, Al filo de la medianoche...). Tengo cuatro películas de Bronson en VHS y poco a poco aspiro a completar mi colección, aunque la única joya de la corona que no tengo es El justiciero de la noche, esa SÍ la quiero las demás no me corren tanta prisa.
Nos veremos en el próximo... y sed buenos
No le pasa nada a su ordenador. ¡No intente apagar el monitor! Durante la próxima hora controlaremos cuanto vea... y oiga. Y concretamente les enchufaremos quilos y quilos de caspa, derechito al cerebelo. Para su bienestar se aconseja que pongan en bucle de continuo funcionamiento los dos vídeos que siguen, y de esa forma gocen de la experiencia completa de sentir como enloquecen inexorablemente, poco a poco...
Vamos a ello:
The Cannon Group Intro - YouTube
izaro.avi - YouTube
Charles Bronson... La saga de Paul Kersey. La saga de Yo soy la justicia. La mítica absoluta, dentro de una de las sagas más casposas y polémicas de la Cannon que nos alegraron las tardes aburridas desde las estanterías más sucias del videoclub, o gracias a algún pase televisivo nocturno despistado, cosa hoy casi imposible de ver en televisiones públicas españolas. Me da más miedo toda la jauría humana de Sálvame y similares, que un centenar de pandilleros cutres de estos… pero eso es otra historia.
Gracias a esta saga, Charles Bronson sería eternamente recordado como “el abuelo cabreado” de la Cannon, el justiciero frío, impertérrito, que cual autómata, busca a esos malditos punkies para darles su merecido… una y otra vez. De ciudad en ciudad, de pariente violado/asesinado en pariente violado/asesinato, y con armas de cada vez mayor calibre, pero siempre el mismo esquema.
Lo cierto es que es una auténtica lástima que este hombre haya acabado con la etiqueta colectiva de “mal actor de pelis de acción cutres” cuando, a lo largo de su carrera, trabajó bajo las órdenes de gente John Stuges, Robert Aldrich, participó en varias películas de André de Toth, incluyendo la extraordinaria “Los crímenes del museo de cera” donde Bronson era el sirviente mudo de Vincent Price; Roger Corman, Sydney Pollack, Richard Fleischer o Walter Hill son otros de los tipos con los que ha trabajado, amén de prestar su particular rostro a la sin par serie The Twilight Zone. Por supuesto, mención aparte merece su papel de Harmónica en Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone, ese silencioso justiciero que donde pone el ojo, pone la bala, y que se enfrenta a Henry Fonda en una escena que aún es capaz de ponerme los pelos de punta.
Pero bueno, a lo que íbamos. Tras media vida trabajando habitualmente en el cine, debieron llegarle las vacas flacas al buen hombre. En 1974, bajo la dirección de Michael Winner (con quien trabajaría en más ocasiones) había protagonizado Death Wish, o como la titularon en España, El justiciero de la ciudad. Y es que en España el baile de títulos de la saga es apabullante, y le voy a prestar especial atención porque es de órdago, pero ya llegaremos a eso.
La película nada tenía que ver con la Cannon Group, que por aquel entonces aún no había caído bajo las garras de los israelíes, y se dedicaba a importar títulos de segunda fila sin especial fijación por la acción. El justiciero de la ciudad es una producción de otro amiguete de este post, el incombustible Dino de Laurentiis, apadrinado por Paramount Pictures, y lejos de lo que pueda parecer la saga en su conjunto, se trata de una buena película. Por supuesto, la película levantó polémica y suele estar unánimemente considerada como una “bandera fascista” una de esas películas con mensaje tóxico y anti constitucional de “si quieres justicia, tú te la sirves, tú te la comes, al Estado que le den por culo”. Aparte de ese mensaje subyacente estamos ante una película competente, con ese aire setentero que a algunos nos gusta tanto. El guión está basado en la novela de un autor dedicado al policiaco, Brian Garfield, que no he podido leer. Garfield fue guionista de uno de los filmes que más aprecio, El Padrastro, junto con el gran Donald Westlake, pero bueno, vamos a lo que vamos.
Paul Kersey es un arquitecto de éxito. Un profesional competente, apreciado en su entorno de trabajo, con una esposa madurita que le ama (Hope Lange, secundaria muy habitual) y una hija joven, casada con un chaval serio, respetable, soso pero enternecedor. Vamos, que son todos una especie de familia Flanders que van por la vida creyendo que todo en el mundo está bien, y que lo peor que les puede pasar es pillar un catarro o llegar tarde a la parada del autobús.
Evidentemente, esto no es así en el turbulento Nueva York setentero; una tarde, la esposa e hija de Kersey vuelven de hacer la compra y son seguidas desde el supermercado por tres facinerosos (el líder es un joven Jeff Goldblum) que consiguen entrar en la casa; roban lo que pueden, violan a la hija y les dan una paliza. Advertido de lo que pasa, Kersey va al hospital sólo para enterarse de que su mujer ha muerto y su hija ha quedado catatónica de por vida debido al shock.
Evidentemente, esto derrumba su mundo. Para él, es el fin de esa vida feliz y relajada, de los viajes a Hawai con su mujer y de la vida conyugal de su hija y su yerno. Para un cuerpo de policía embrutecido, lento y habituado a ver ese tipo de desgracias todos los días, el caso Kersey es un expediente más que irá cogiendo polvo de despacho en despacho mientras le dicen al pobre padre de familia que “el caso sigue adelante, ya le llamaremos”.
Lo realmente “novedoso” en comparación con las secuelas, es que Kersey no busca venganza. Como cualquier hombre hundido por la tragedia, hace lo que puede; entierra a su mujer, contrata a enfermeras para cuidar de su hija, y continúa con su trabajo. Su proceso psicológico tiene un mínimo de credibilidad (solo un mínimo) que claro, en las secuelas ya desaparece. Nos vamos enterando de que Kersey es pacifista, que fue objetor de conciencia que se negó a ir a Vietnam. Durante un viaje de negocios a Texas se queda impresionado de ver el culto, casi religioso a las armas de fuego que tiene esa gente, y el tipo con el que ha ido a hacer negocios llega a decirle, haciendo gala de mal gusto y falta de sensibilidad especiales, que lo que le pasó a su familia “nunca habría pasado aquí. Aquí en el sur habríamos enseñado a esos tipos a no meterse en casa ajena”. Vamos, que le planta la semillita de la venganza en el cerebro.
Por otra parte, Kersey, consecuentemente, no empieza su vida de justiciero acribillando a los malhechores con una AK-47. Primero usa un montón de rollos de monedas enrolladas en un calcetín, de ahí pasa a las armas blancas y finalmente, las de fuego, con la que le regalan en Texas. La policía no tarda en darse cuenta de que hay un nuevo “autoproclamado sheriff” en la ciudad, e intentarán cazarle y desacreditarle ante los medios, que le ven como a un héroe (las personas a las que salva se niegan a declarar contra él, y cuenta con el favor popular, podemos ver pintadas en el metro y en las paredes, de apoyo al “Vigilante” como le llaman).
Con un presupuesto estimado de tres millones de dólares, recaudó 22 millones solo en USA, convirtiéndose en un (polémico) éxito de taquilla. Quien iba a decir que este policiaco tan alejado de las maneras del cine de acción ochenteno, acabaría generando su propia saga y su propio culto en las estanterías de los videoclubs de medio mundo. Pero así sucedió.
Yo soy la justicia (cambiamos de nomenclatura) es el primer título exitoso producido conjuntamente con Cannon Films y Golan-Globus productions (entre otras, este entramado de nombres y compañías huele a dinero negro que tira de espaldas) y fue usado para dar el pistoletazo de salida a la nueva etapa Cannon, ya con los israelíes al mando del timón, comiéndose el pastel, y la directriz del cine de acción para el gran público. Escrita por David Engelbach, un tipo en cuyo currículo aparecen un capítulo de McGyver y ser el tipo que tuvo la idea original de Yo, el halcón. Dirige de nuevo Michael Winner (hay que comer) con Bronson, la actriz que hacía de su hija (Robin Sherwood, que aquí ya enseña las tetas sin tanto pudor como en la primera) y Vincent Gardenia son los únicos integrantes del reparto original. Curiosamente los directores de fotografía son gente competente: Richard H. Kline tiene en su haber títulos como Soylent Green, Star Trek La película, El estrangulador de Boston, King Kong o La amenaza del Andrómeda. Thomas Del Ruth por su parte ha tenido en sus manos la fotografía de películas tan ochenteras como Cuenta Conmigo, El club de los cinco, o Perseguido.
Paul Kersey se ha trasladado a Los Angeles con su hija, todavía catatónica tras lo ocurrido en la primera parte. Sigue teniendo éxito profesional, y tiene una novia madurita que trabaja en un hospital. Su vida vuelve a ser normal hasta que un día, mientras está con su hija en el zoo, un ratero intenta robarle la cartera. De pronto, algo se enciende en la sangre de este hombre, que había vuelto a ser un pacífico padre de familia. Ahora, Paul Kersey sabe cómo defenderse, no tiene porqué consentir que le roben impunemente, y por supuesto, no va a consentirlo.
Desgraciadamente, el ladrón consigue la dirección de Kersey, y como es miembro de una banda de malosos infumables, deciden ir todos a casa del “carroza” a darle una lección. Como Kersey y su hija han salido, los facinerosos se entretienen violando brutalmente a la criada de turno (una escena sorprendentemente cruda para los cánones actuales) y finalmente, cuando Kersey vuelve, secuestran a su hija y le dejan a él inconsciente. La hija, una vez en la guarida de los malos, y tras la correspondiente violación, se suicida arrojándose sobre una verja puntiaguda (¡?).
Ains, la sana juventud...
Aquí viene la primera ruptura con la película original: la policía pide a Kersey una descripción de los atacantes, que este se niega a dar (pensando ya en tomarse la justicia por su mano) y Kersey alega que cuando su mujer murió en Nueva York, dio a la policía una descripción de los atacantes y no sirvió de nada. Puede ser una mentira por parte de nuestro colega justiciero, pero lo cierto es que en la primera entrega, Kersey jamás se cruza o ve a los tipos causantes de la muerte de su mujer…
Yo soy la justicia es un cruce, una película puente entre el primer film, con elementos de denuncia social y su aire seventies, competentemente realizada (en serio), y el resto de la saga, que se olvida del guión para potenciar la violencia sin sentido y conseguir así unos beneficios rápidos en las taquillas y los videoclubs, olvidándose de dar empaque a la película y a los personajes, convirtiéndose en “películas de tiros”.En esta segunda entrega hay un poco de ambos; ya se han implementado las escenas violentas y sexuales como marca de la casa, con un regusto por la brutalidad y la exageración, Paul Kersey ha perdido todo atisbo de personaje humano, pasa a ser un autómata con botón de apagado, que lleva una vida normal durante los primeros minutos de la película simplemente por no mostrárnoslo como un monstruo. Aún así, aquí intentan humanizarlo a través de la novia, voz de la razón que apoya la ley y el orden a través de los cauces establecidos y que por supuesto, está condenada a fracasar en su intento de convertir al arquitecto en un ser racional y socialmente integrado en lo que a respetar los dictados de la ley se refiere (porque si tuviera éxito, no tendríamos saga, claro). No faltan elementos accesorios a cualquier película de justicieros, como un cuerpo de policía celoso persiguiendo a Kersey y acechando sus movimientos, preocupación hipócrita e interesada de las altas esferas políticas, o numerosos ciudadanos honrados e intachables que le encubren en sus fechorías. Y es que los malos son TAN malos, y la justicia tan INJUSTA, tan burocratizada, fría e inhumana, que no nos queda otro recurso que sentarnos a ver las locuras del abuelo Bronson con un gesto de asentimiento. El tipejo líder de la banda, secuestrador, violador y culpable de la muerte de su hija, es detenido y lejos de ser encarcelado, es entregado a unos psiquiatras compasivos que hablan de él como una “víctima social” un “pobre enfermo” del que hay que apiadarse para así “curarlo”. Una locura!!!
Death Wish 3 (El justiciero de la noche, si ustedes quieren) es ya un videojuego, violento, extremadamente polémico, donde el mensaje fascistoide está más presente y en relieve que nunca hasta el momento en la saga. Una película 100% Cannon tal y como entendemos el término hoy en día: un actor de culto dentro de la compañía, una saga mítica ya consolidada y con reglas fijas y por todos conocidos, ambiente y estética ochentera, testosterona, armas pesadas y muchos, muchísimos tiros.
Aquí, el colega Kersey decide volver a Nueva York para visitar a un amigo, con tan mala fortuna que se lo encuentra moribundo por una paliza que le ha propinado una banda del barrio en el que vive. Aún peor, la policía se encontrará a Kersey en el escenario del crimen, y le tomarán automáticamente por culpable, ya que todos los cuerpos policiales de Estados Unidos conocen (y odian) a estas alturas, a Paul Kersey. Así que aprovechan para detenerlo.
El jefe de policía Striker (el secundario todoterreno y recientemente fallecido Ed Lauter) se mete constantemente con Kersey, vigilándole de cerca, amenazándole, chuleándole… aunque en el fondo le admira, y envidia su total libertad para actuar, de la que él, claro está, no goza en un mundo donde la justicia es más lenta que el hijo de un caracol y una tortuga, un mundo de despachos donde no pasa nada, expedientes polvorientos, y conversaciones telefónicas muy alejado de la calle y de lo que en ella pasa.
Una vez libre, Kersey decide irse a vivir al barrio conflictivo en cuestión, una especie de sumidero casi post-apocalíptico, por la libertad que gozan las bandas para robar, violar, apalizar y matar a cualquiera que les apetezca, a placer. Con una impunidad absoluta. La mayoría de los habitantes son gente de la tercera edad, incapaces de defenderse por si solos de esa chusma, sin nadie que les defienda… por lo tanto, no es de que extrañar que sintonizen con el justiciero que llega a vivir entre ellos, y apoyarán sus acciones, encubriéndole y ayudándole activamente ya que ellos, por si solos, son incapaces de hacer frente a esa basura punkie.
La película se erige así en un descalabro de violencia cuasi gore sin sentido, que no necesita ser justificada. Tiros, explosiones, bazokas míticos, trampas a lo Rambo… lo que sea necesario para cazar a la escoria callejera. Estos, por cierto, pierden cualquier atisbo de realidad. Si en la primera película, los delincuentes eran una fuerza sórdida y real, en un mundo donde todos los días suceden cosas que nadie quiere ver (asaltos, robos, violaciones) hasta que le pasan a uno mismo, aquí es imposible tomarse nada en serio, los pandilleros ya no están destinados a dar miedo, solo asco y rabia, para que así en el momento de su muerte el espectador aplauda a Kersey.
Un escenario de cartón recortable con fondo post-apocalíptico y unos villanos salidos de cualquier entrega de Streets of Rage o videojuego similar: su violencia es exagerada, pasada de rosca, son monigotes que están ahí solo para ser lo suficientemente desagradables, y que el espectador se ponga del único lado posible: el del justiciero que los va matando uno a uno.
El único villano remarcable (por lo alucinógeno de su presencia) es el líder de los villanos, cuya sobreactuación le permite destacar por su brutalidad, su carácter inhumano y cruel (ni siquiera tiene piedad para sus propios compañeros de fechorías) una interpretación pasada de rosca y alucinógena.
El Justiciero de la Noche es un caudal de acción puro; una película que todos aquellos que ensalzamos esos años perdidos veneramos. No porque sea buena (Dios nos libre) sino porque es una película de su época, con buenos y malos polarizados, extremadamente reconocibles unos de otros, violencia a raudales y la fotografía (esa maravillosa fotografía nocturna de la Cannon, reflejando en esta saga en particular el sub-mundo de los barrios dejados de la mano de Dios, llenos de gente desquiciada, violencia gratuita que salta sin provocación, vicios raros que afloran en ese entorno casi sin presencia de policía, o asistentes sociales). Qué más puedo decir. Si alguien me lee, y es uno de los “nuestros”, y por casualidad aún no ha visto esta película… CORRE. Es el espectáculo ochentero más puro que la Cannon pudo ofrecer.
Por supuesto, para cualquiera que no aprecie el subgénero y la época, la película será un dolor, un sufrimiento constante… todas las partes están avisadas.
Resulta curioso que siguiera dirigiendo Michael Winner, quien había demostrado con la primera entrega que con esa misma premisa (justiciero urbano) se podía hacer una película socialmente comprometida y que no fuera toda de tiros (aunque algo de eso hubiera, innegable). Lo que es capaz de hacer el ser humano cuando necesita llenar la despensa…
Fijaros hasta qué punto El justiciero de la noche sigue un esquema videojueguil de “fases” con eliminación de “malos” que la película gozó de su adaptación al mundo de los bits, desarrollado por la compañía Gremlin Graphics para las plataformas de ZX Spectrum, Commodore 64, MSX y Amstrad CPC, y era… bueno, no es necesario explicarlo, era el mismo esquema de la película, pero con musiquita electrónica funde-cerebros y en colorines. Lo jugué hace un par de años en emulador para Spectrum, y garantizo que os ponéis en la piel del arquitecto asesino de punkis callejeros.
La saga continuó, aunque no consiguió llegar (lo tenía difícil) a imitar la gloria de El Justiciero de la noche; la cuarta entrega salió con el liante título de Yo soy la justicia 2. Y lo cierto es que se molestaron en meter un poquito más de trama que en la anterior, con personajes secundarios más relevantes y un par de giros de guión. En esta historia, nuestro arquitecto favorito está de nuevo en Los Angeles, tiene de nuevo una vida normal, con una novieta MILF, la cual tiene una hija adolescente que adora a su padrastro. Ganas y persistencia para rehacer su vida continuamente hay que reconocerle, al hombre.
En este caso, su hijastra Erica no será violada/asesinada como cualquiera podía prever, sino que muere de sobredosis de crack tras haber comprado a un camello “para probar”. El novio de la chavala (típico muchacho sano, serio y respetable) morirá acuchillado por el camello cuando le amenace con denunciarle. Y ya la hemos liado.
Cuando yo era un crío, y escuchaba las típicas noticias en los telediarios sobre “cárteles de la droga” y demás, con la clásica inocencia infantil le preguntaba a mi padre “¿y porqué la policía no va cogiéndolos uno a uno, desde el que vende, que todos saben quien es, hasta el jefe?”. Y aquí es precisamente lo que Kersey hará, una limpieza urbana dentro del mundo de la droga. Contará como aliado, con Natan White, un multimillonario cuya hija murió de sobredosis, y está dispuesto a poner medios y dinero para apoyar a Kersey en la erradicación de las dos principales bandas de narcotraficantes californianos. Contando con abundante información sobre esa gentuza, y con un armamento superior, Kersey se pone a ello, haciendo exactamente aquello que de críos, todos pensábamos que era de lógica: ir a por el pez más pequeño e ir subiendo desde ahí.
El resto no por previsible es menos divertido, Kersey irá subiendo peldaños y atacando a los capos de la droga californianos, que asistirán aterrorizados al desmoronamiento de su riqueza y su poder, y verán como ni su ejército de matones ni sus sistemas de seguridad son suficientes para contener a esa fuerza de la naturaleza que en nombre de la justicia está dispuesto a acabar con todos.
Por supuesto, no faltan giros finales (Nathan White, su mecenas particular, no es sino otro capo de la droga que le ha utilizado para librarse de la competencia) y tendremos final en TODA SU GLORIA con secuestro de la novieta MILF, enfrentamiento a grito pelado y… SI. OTRA VEZ UN LANZACOHETES. El abuelo Kersey tiene un par de cojones.
Yo soy la justicia 2 es mejor como película que El justiciero de la noche, pero como espectáculo pirotécnico y de adrenalina no llega a tanto, no obstante es muy visionable; dirige por primera vez alguien que no es Winner, sino J. Lee Thompson, director inglés que empezó su carrera en Inglaterra para luego pasar a USA. Director de varias obras recordadísimas de cine clásico (El cabo del terror, Los cañones de Navarone) en los 70 se refugió en la televisión y emergió en los 80 para dirigir un buen puñado de clásicos de la Cannon, incluyendo varias otras del tito Bronson que a continuación iré comentando.
Pero antes… la saga de Kersey se cerró en 1995 con una película que vi en su día en VHS y que es tan rematadamente mala que me he negado a revisarla para este especial (aunque sí he visto todas las demás con enorme placer) y que, por lo demás, ni siquiera estaba ya producida por Cannon, desaparecida por entonces la compañía, produjo 21st Century Film Corporation. La película estaba ubicada en el mundo de la alta moda y aparecía otra actriz que en los 80 gozó de sus 15 minutos de fama, pero que por aquel entonces ya perdía fuelle, Lesley Anne Down. La película (si alguien la quiere rastrear) se editó en VHS en nuestro país como El rostro de la muerte.
Es el fin de la saga de Paul Kersey… pero ni mucho menos el fin de la colaboración del abuelo Bronson con la Cannon Group. Un total de cinco películas llegó a protagonizar bajo el sello de esa inmortal fábrica de caspa que tanto amamos.
La primera, en 1983, fue Al filo de la medianoche; la he visto para el Megapost y hay que reconocer que es bastante buena dentro de lo que hay; cuenta la historia de Leo Kessler, típico policía pendenciero de Los Angeles, poco dado a sensiblerías, y con problemas personales (no se lleva muy bien con su hija).
Kessler tendrá que buscar a un asesino de mujeres, al cual nosotros conocemos desde el minuto 1: Warren Stacey, un tipo pulcro, organizado y con abundantes fondos económicos, maniático y hecho un lío en lo que a relaciones con el sexo opuesto se refiere; él intenta ser educado y formal, todo un caballero, con sus ligues, pero su aspecto demasiado serio y formal provoca que las lozanas y alegres muchachas ochenteras le rechacen y se rían de él… por lo que el bueno de Warren se obsesiona con ellas, las acosa, y finalmente las asesina.
En ningún momento, a pesar de sus modales afeminados y su inseguridad, se intenta que el público empatice con el asesino, todo lo contrario. Es repelente y extraño, algo no va bien con ese tipo desde el principio; la obsesiva forma que tiene de vengarse de quienes la rechazan, el hecho de que bajo esa caballerosidad tímida haya una bestia parda, grosera y deseosa de hacer daño, no es tan censurable como la extraordinaria inteligencia y precisión que demuestra al prepararse las coartadas con días de antelación a los asesinatos, poniéndolo todo de su parte para evitar ser atrapado, y que separa al enfermo del desalmado.
Como digo, desde que Kessler y Stacy comparten pantalla, se dejan claros los papeles: quien es el bueno y quien es el malo. La animosidad entre policía y asesino es inmediata, Bronson sospecha de él, le acosa, le pincha para intentar que salte… una vez detenido, el asesino se beneficiará del clásico sistema judicial presentado en este tipo de películas como artificial, lleno de gente desconectada de la realidad, lento y arbitrario. Stacy se librará de las sospechas, gracias a la ineptitud del sistema y a su propia meticulosidad a la hora de prepararse coartadas, por lo que nuestro amigo Kessler, en lugar de intentar matarle de primeras, se dedica a acecharle y a preparar pruebas falsas para poder encerrarle… hasta que Stacy se fija en la hija díscola de Bronson. Entonces, claro, podemos hacer uso del maravilloso tagline que es… “Ahora es personal”.
Podríamos entrar más en la trama política-judicial (con el gran secundario que es Geoffrey Lewis como abogado defensor del asesino) el hecho de que la película sea un claro ensalce de la pena de muerte sin cortapisas, que anima a tomarse la justicia por su mano (otra gran fase del abuelo Bronson para los anales “La ley solo me interesa cuando es justa”). Por supuesto, al final, el asesino y el policía quedan cara a cara y ya ni la ley de los tribunales ni la justicia de las constituciones nacionales tendrán nada que ver; la sentencia de Kessler es inapelable y absoluta. “Eres un asesino y mereces morir”.
Al filo de la medianoche es una de las mejores pelis Cannon con Bronson fuera de su saga, y la recomiendo encarecidamente por lo de siempre: el ambiente californiano, los secundarios, la dirección (J. Lee Thompson again) los primeros momentos con el asesino (puro slasher con toques gore) y ese final tan maravilloso.
La siguiente película del abuelote para Cannon es una de mis favoritas, La ley de Murphy; nos llegó en 1986 y dirigió… J. Lee Thompson. Sí, again.
Bronson es aquí Jack Murphy, un cínico policía, brutal, alcohólico, divorciado y con graves problemas personales y laborales debido a su carácter; a pesar de todo es un policía entregado a su tarea, y cumplidor, a su manera. Vamos, lo de siempre.
Una noche, la ex mujer de Murphy muere asesinada y todo parece indicar que él es el responsable; nadie que le conoce tiene dudas. Aunque “nosotros” sabemos que él no ha sido. Murphy es detenido y esposado junto a una raterilla vulgar a la que él mismo había detenido pocas horas antes, para llevarle de camino al juzgado.
Decidido a escapar, e investigar por sí mismo esa muerte para limpiar su nombre, protagoniza una espectacular fuga de la comisaría, acompañado (esposado) a la raterilla en cuestión, que se convertirá en cómplice a su pesar (y poco a poco, en colegas).
La película es un thriller policíaco ochentero de libro, bastante convencional, con Murphy y su nueva amiga escapando de la policía, intentando probar la inocencia de este, y visitando a amigos y conocidos de Murphy (que mueren poco después asesinados, agravando su culpabilidad ante los ojos de la justicia). Murphy está empeñado en que el asesino es Frank Vincenzo, un mafioso al que persigue desde hace tiempo, e irá en su busca… las mejores bazas de la película son una banda sonora bastante buena (de Bill Conti, nada menos), la clásica fotografía de los años ochenta que hace que te sientas como en casa viéndola, la sordidez callejera heredada de la saga Kersey, y sobre todo, la relación entre Bronson y su compañera, que, como mandan los cánones en este subgénero, empieza en odio puro, pasa a aborrecimiento, comprensión, y finalmente, amistad y colegueo. La relación en ningún momento se define, y lo que debería ser un monumental fallo de guión y de construcción del personaje, se convierte en una ventaja: no es una relación ni del todo amistosa, ni del todo paternal, ni del todo amorosa, sino más bien una extraña mezcla de las tres. La actriz que interpreta a la ladrona es Katheeleen Wilhoite, de nombre desconocido para la mayoría, pero una cara que paseó y sigue paseando entre secundarios: empezó en la televisión (La ley de Murphy fue su primera película para cine) trabajó en series como Fama, y en películas como De profesión: Duro, El corazón del ángel, o Malas influencias (un estupendo thriller del que algún día hablaré). Hoy en día sigue en activo desde un segundo plano como secundaria, participando en series tan dispares como 24, Las chicas Gilmore, El mentalista o Anatomía de Grey. En su momento, para La ley de Murphy, se la quería presentar como “nueva estrella” pero nunca llegó a destacar como protagonista de nada; en cambio se ha ido labrando una carrera como secundaria que llega hasta nuestros días, participando en toda clase de series conocidísimas; ya es más de los que pueden decir muchos otros y otras de esa época, hoy absolutamente desaparecidos en combate.
La película presenta a otra actriz bastante más lograda en sus días, Carrie Snodgress (fallecida en 2004 con menos de sesenta años) que interpreta a la verdadera asesina, una especie de brutal mujer obsesionada con el culturismo, que se quiere vengar de Murphy y otros compañeros que en su día la encerraron. Snodgress participó en películas como La furia de Brian Desalma (que ya tratamos en su momento en este post) o El Jinete pálido de Eastwood, además de muchas series de televisión (Se ha escrito un crimen, Misterio para tres, Expediente X…).
En resumen, La Ley de Murphy es una película entretenida y totalmente visionable, con menos muertos por minuto de los que suele haber en otras pelis de Bronson (y sobre todo en la saga Kersey) pero con ese tono amoral e inconfundible de “el que me la hace me la paga” totalmente al margen de la ley. Y por si creíais que aquí no había frases lapidarias del tito Bronson, para el recuerdo la mejor de ellas… Yo solo conozco una ley, y es muy sencilla. ¡No jodas a Jack Murphy!
De 1987 es El guardaespaldas de la primera dama, que es seguramente la peor de todo el lote, si no contamos la quinta parte de El justiciero Kersey. La vi hace menos de un año (la regalaban con la revista Tiempo y no me pude resistir a completar la filmografía) y se trata de una película que, pese a notarse visualmente y en los medios, está rodada cuando la Cannon estaba todavía en posesión de sus poderes económicos y taquilleros, tiene algo muy malo en su contra, él único pecado capital que les veo a este tipo de filmes: se hace aburrida.
Bronson es Jay Killion, un guardaespaldas profesional que es asignado por sus jefes a la protección del mismísimo presidente de los Estados Unidos, y por ende, a la Primera Dama. Y esta es insufrible, interpretada por Jill Ireland (esposa de Bronson en aquel momento, le conoció durante el rodaje de La gran evasión, y Bronson procuraba hacerla aparecer en todas las películas en las que él participaba, mientras fuera posible por requisitos del guión)- La primera dama de Ireland es una mujer petulante, autosuficiente en el peor sentido del término, caprichosa, arrogante, pedante… por supuesto, hace su voluntad ignorando a quienes deben protegerla, poniendo de los nervios a Killion, saltándose todos los sistemas de seguridad para ir a menear el culo por ahí… hasta que empieza a haber serios intentos de quitarla de en medio.
Cuando quede patente que la conspiración para eliminarla viene de la mismísima Casa Blanca, se verá obligada a huir con Killion, lejos del resto de la seguridad (de la que no sabe si puede fiarse) y tendrán que ir de un sitio a otro en busca del culpable. Dejo para vosotros la identidad de este y sus motivos (descacharrantes) para intentar asesinarla.
Se puede ver, una vez, pero no más. Y aún así tiene algo atractivo viniendo de una Cannon en plena forma, y que pronto iba a dejar de estarlo (también se puede ver en Yo soy la justicia 2, rodada ese mismo año). Dirige Peter Hunt, el director de 007 Al servicio de su majestad, que luego ha trabajado con Bronson en varias películas al margen de Cannon Group.
En 1988 llegaría Mensajero de la muerte, una película discreta que se con agrado por variar el clásico esquema de justiciero implacable y políticamente incorrecto. La película se abre con el brutal asesinato de una familia (mujeres y niños) y la posterior investigación de dicho asesinato brutal. Bronson es Garrett Smith, un periodista de Colorado que habitualmente colabora con la policía y que parece moverse bien entre las altas esferas. Acude al lugar del siniestro y posteriormente habla con el padre de la familia asesinada (que se hallaba ausente durante la matanza).
EL asesinato parece estar relacionado con una familia de fundamentalistas mormones, y los hermanos de ambas familias se separaron por desavenencias y se han jurado odio eterno; Smith los visitará a ambos y se irá convenciendo de que, a pesar de que cada hermano acusa al otro de los asesinatos sin dudas, la masacre no partió de ninguno de los dos. Mientras tanto conoce a la señorita Watson (Thris Van DeVere, esposa de George C. Scott), prima de uno de los hermanos, que la ayudará a introducirse en ese mundo de religión donde los “gentiles” o sea, los que no pertenecen a sus creencias, no son muy bienvenidos.
Smith intentará aclarar el entuerto, a pesar de que las dos ramas de la familia están dispuestas a exterminarse mutuamente al margen de la ley por odio fanático; es precisamente eso lo que le da la clave, alguien quiere quitarles de en medio. Irán surgiendo cosas feas cuando un gran camión de la Compañía de Aguas de Colorado intente quitar a Smith de en medio, y este vaya atando cabos…
No es, como digo, una gran película, pero se agradece el cambio de tono y que Bronson no vaya aquí de súper hombre (bueno, a ratos si). Y se agradece dejar al margen el mundillo criminal de los barrios marginales, para variar, e introducir una trama con intereses políticos y económicos de personajes de gran importancia en la alta sociedad. También hay grandes secundarios (como Jeff Corey) y de nuevo dirige J. Lee Thompson, nuestro hombre de la Cannon por aquellas fechas; no tardaréis en verle de nuevo en futuros megapost, ya que, al margen de Bronson, dirigió alguno de los títulos más emblemáticos de la compañía.
Kinjite: Prohibido en Occidente llega en 1989; el ocaso de un Bronson cercano a los 70, y de una Cannon que continuaría agonizando hasta una muerte anunciada en 1993, y ya solo con Globus a la cabeza, acompañado con nuevos socios; Menahem Golan se bajaría del carro este mismo 1989.
Sería la última colaboración de Charles Bronson con J. Lee Thompson, quien durante tantas películas se había mostrado fiel a su visión del cine Cannon.
La película muestra el mundillo de los japoneses que "invadieron" América en los ochenta, concretamente Manhattan, donde se apoderaban de toda clase de empresas, edificios, conglomerados... se explora el tema de las mujeres japonesas y su posición secundaria respecto al marido (brutal la escena de dos japoneses fardando de violar chicas japonesas porque estas nunca denunciarán, por verguenza, han sido educadas así). Bronson es Crowe, un teniente de policía destinado en Anti Vicio, cada vez más asqueado de su trabajo y las cosas que ve a su alrededor.
Últimamente, Crowe está empeñado en pillar a Duke, un delincuente especializado en el secuestro, "adoctrinamiento" y alquiler o venta de niñas para servicios sexuales a todo de clientes, sin tener ningún miramiento por la salud de estas. Cada vez, el teniente está más obsesionado con esa escoria, y sus métodos son más cuestionables, recibiendo las broncas de rigor de su superior, y la infinita y cansada paciencia de su compañero.
Un día, la hija de Crow es molestada por un oriental en medio de un tren, cosa que encolerizará al hombre, todavía más cuando deba encargarse del caso del secuestro de una niña japonesa (cuyo padre es el que ha molestado a su hija en el tren). Comienza una trama cada vez más desenfrenada por recuperar a la niña y castigar a los culpables aunque quede fuera del margen de la ley.
Para el recuerdo, la escena en que Bronson sorprende a un tipejo golpeando a una niña en una sesión sadomasiquista en un hotel, y lo sodomiza (con un palo, sátiros!!! ) o directamente el final en la prision, que me ha arrancado unas buenas carcajadas: el malo de la función no es asesinado (para variar) sino condenado a varias décadas de cárcel... que pasará cómodamente instalado en el pabellón de los violadores
No está mal, la verdad, aunque se nota cada vez más cierta falta de medios y sobre todo, agotamiento, por no hablar de la edad de Bronson, que no estaría ya para tantos trotes.
Remato este Megapost con dos secciones independientes; Yo y Bronson, y Doblando a la Cannon Group; espero que al menos la primera sea interactiva y todos comentéis cual fue la primera peli de Bronson que visteis, vuestras favoritas de él (dentro de la Cannon, claro) etc.
En mi caso, siendo yo un pequeñajo estaba viendo la tele en plena noche con mis padres, cuando apareció Bronson; era (aunque entonces, yo no lo sabía) Yo soy la justicia. Me dejaron ver todo el inicio en el zoo, hasta el asalto a la casa de Bronson, viendo por donde iban los tiros, mis padres cambiaron de canal y no nos permitieron ver el resto, ahorrándonos así la mítica y traumatizante violación a la criada. Recuerdo que en su día me acojonó pensar que cualquiera podría entrar en tu casa sin que tú pudieras impedirlo. Después me interesé por el hombre del bigote en el videoclub, llevándoseme hasta las estanterías de acción donde poco a poco, pude ir viendo algunos de sus títulos míticos. Recuerdo el visionado de El justiciero de la noche como uno de los momentos más álgidos de mi temprana adolescencia, ¡menudo chute de adrenalina en vena!
La última suya que vi en VHS (el resto ya vendrían de pases televisivos o DVD) fue La ley de Murphy, a la que tengo en gran estima; recuerdo que yo tendría unos quince años ya, estábamos pintando toda nuestra casa, y aquella noche tuvimos que dormir en colchones en el salón mis hermanos y yo, porque nuestras habitaciones estaban recientemente pintadas. Noche de pizzas y pelis; mi hermano mayor fue al videoclub y volvió con dos pelis en VHS: Domingo Negro de Frankenheimer, y La ley de Murphy.
Quizá fuera el hecho de estar toda la noche como “acampados” en medio del salón, o quizás el fuerte olor de pintura que venía del piso de arriba, intoxicando mi cerebro, pero el caso es que siempre le he tenido un especial cariño a La ley de Murphy, y me encanta el tema que Conti le dedica a la ladrona compañera de Murphy:
Doblando a la Cannon pretende ser un homenaje a esas voces españolas de toda la vida, presentes en estas películas, y MUY especialmente a Carlos Revilla, que estaba en todas, el tío, y cuya voz desde la infancia asocio a la Cannon Group (aunque imagino que gente más joven que yo la tiene asociada antes a Los Simpson).
El justiciero de la ciudad (aunque no es de Cannon) tiene un REPARTAZO de voces, compuesto por (coged aliento) Jose Luis Sansalvador, Maria Luisa Solá, Ricardo Solans, Miguel Angel Valdivieso, Constantino Romero, Felipe Peña, Pepe Mediavilla…
En Yo soy la justicia tenemos a Luis Carrillo doblando a Bronson, Javier Dotú, Juan Antonio Gálvez…
En El justiciero de la noche, Paco Hernández dobla a Bronson y tenemos a Carlos Revilla doblando a Ed Lauter, Francisco Arenzana, Maria Antonia Rodríguez, Juan Antonio Castro…
En Yo soy la justicia 2 podremos escuchar a Hernández de nuevo como Kersey, Félix Acaso, Carlos Revilla (again) Lucía Esteban…
Fuera de la saga Kersey, pues en La ley de Murphy de nuevo Hernández doblando a Bronson, Laura Palacios, Carlos Revilla doblando al mafioso Frank Vincenzo, Manuel Peiro…
En Al filo de la medianoche, Arsenio Corsellas dobla a Bronson, y participan además Jose Luis Sansalvador, Felipe Peña, Marta Angelat, Salvador Vidal...
En El guardaespaldas de la primera dama, Paco Hernandez sigue doblando a Bronson, u aparecen las voces de Luis Porcar,, Maria Massip...
Seguiré repasando a los dobladores de pelis Cannon en España; curiosamente la mayoría de los trailers que aparecían en cintas Izaro Films estaban doblados por... si, Carlos Revilla
Con esto terminamos el megapost Cannon numero dos. El próximo irá dedicado a Michael Duddikoff y la saga de El guerrero americano; pero paciencia. Antes de eso habrá un Versus, un Blockbuster y uno o dos Mitos de Videoclub, que tengo que revisarme tranquilamente las cintas implicadas (¿a que es buena excusa ?)
En cuanto a la Cannon y el VHS, la mayoría de las cintas de Bronson estuvieron editadas por la conocida Izaro Films, salgo un par de ellas (Yo soy la justicia, Al filo de la medianoche...). Tengo cuatro películas de Bronson en VHS y poco a poco aspiro a completar mi colección, aunque la única joya de la corona que no tengo es El justiciero de la noche, esa SÍ la quiero las demás no me corren tanta prisa.
Nos veremos en el próximo... y sed buenos