Respuesta: ¿Nadie comenta el nuevo gobierno de ZP?
El Confidencial
CON LUPA
El final de la inocencia
@Jesús Cacho - 20/09/2009
Se derrumban las murallas del político carismático que parecía llamado a marcar una época en la historia del PSOE y de España. Ya no es solo en la barra del bar: cualquier encuentro entre líderes empresariales o financieros deriva de inmediato hacia la grave situación económica que padecemos y la responsabilidad del presidente del Gobierno. Donde antes se hablaba con medias verdades o simples evasivas, ahora se entra a calzón quitado.
Rodríguez Zapatero ha perdido toda credibilidad dentro y fuera del partido. Unos y otros le han perdido el respeto. Y con la credibilidad se ha evaporado la confianza. De repente, el mundo con dinero ha empezado a pronunciar la misma frase: “Tengo que hacer algo fuera de España”. La sensación de desánimo es total.
“Yo le definiría como uno de los primeros líderes postmodernos que ha dado este país. Un hombre que entendió la enorme importancia de los medios de comunicación en la aldea global: la saturación de los mensajes, una noticia cada dos días, y grandes promesas, anuncios, proyectos, ideas, leyes, cada mes”, asegura uno de sus ministros. Frente a los silencios de un
Rajoy que desaparece de la actualidad durante 15 días sin que nadie sepa nada de él, la sobreexposición de la sonrisa de nuestro
giocondo llenando la pantalla del televisor. Es la fórmula
Lakoff (67), profesor de Lingüística y Ciencias Cognitivas de Berkeley y autor de varios libros convertidos hoy en manual del perfecto progresista. ZP regaló el año pasado uno de ellos a sus ministros:
No pienses en un elefante (Editorial Complutense, 2007). El saber de Lakoff se articula en torno al concepto de “marco”, definido como la estructura mental que conforma nuestro modo de ver el mundo. Dos clases de marcos: el del “padre estricto”, que determina una actitud conservadora, y el de los “padres protectores”, progresista. Si usted pertenece al primero y su niño vuelve un día del colegio lloriqueando porque su profe le ha castigado sin recreo, dará al mamón un buen capón para que aprenda. Pero si es usted progresista, correrá al colegio hecho una fiera y obsequiará al profe con un par de hostias. Ideología ZP en estado puro. De modo que el elefante de Lakoff, algo de
Suso de Toro, y una breve antología de poetas leoneses. Ese es el bagaje cultural de nuestro presidente.
Un ejército de aduladores ha escrito estos años ríos de tinta sobre los méritos del aludido, ante el gesto de sorpresa de quienes, dentro del partido, le conocían de verdad. En la tradición de la izquierda española siempre se ha exigido al líder algo más en la mollera que una sonrisa y una incontestable habilidad para el regate en corto. En el caso de ZP, su liviandad intelectual resulta de una evidencia palmaria. Nadie le ha escuchado nunca una opinión fundada, un argumento profundo, un programa de vida construido sobre los cánones intelectuales del humanismo clásico. Solo la frase banal, reiterativa, desgranada con la parsimonia (
Sonsoles es la diligente profesora que le ha enseñado a vocalizar despacio y cuidar el gesto) del hombre que, consciente de sus limitaciones, trata de no meter la pata.
Cierto es que, dentro de las filas del viejo PSOE, siempre despertó sospechas la peripecia vital de un hombre que en tres meses pasó de comportarse como una estatua de sal en el Congreso durante muchos años a convertirse en un líder carismático. En el Comité Federal de enero de 2001,
Rodríguez Ibarra le dio seis meses de vida, tras vaticinar que jamás ganaría unas elecciones generales. Se equivocó. Ganó las de marzo de 2004, aupado en volandas por los atentados del 11-M y por la pésima gestión de aquella crisis de un
Aznar cuya insufrible soberbia buena parte del electorado culto urbano quería castigar. Ese es el activo, el gran mérito de Rodríguez Zapatero: que ha sabido ganar elecciones, apaciguando con ello a un partido convertido hasta entonces en una jaula de grillos. De no haber triunfado aquel 14-M, ZP sería hoy apenas una nota a pie de página en la historia del PSOE, que no de España. Un desconocido, que hubiera sido desalojado de grado o por fuerza de la dirección de un PSOE resuelto a no mantenerlo durante 4 años más en la oposición. De ahí la enorme importancia de lo acontecido el 11-M.
El “presidente por accidente” construyó su poder sobre los cimientos de un pacto con los
barones del partido: tú me apoyas en Madrid, y yo te dejo hacer con plena libertad en tu taifa. Como ocurriera con Aznar durante su malhadada segunda legislatura, el Poder sacó a relucir las peores pulsiones que el leonés guardaba en su almario, y ello a pesar de haber gobernado siempre en minoría. Frío, cerebral, distante tras la máscara de la perenne sonrisa, incapaz de generar empatía, la Moncloa ha sacado a luz a un líder presidencialista que todo lo ve, todo lo mira, y todo tiene que pasar por sus manos. Alguien dijo que “a la presidencia del Gobierno hay que llegar aprendido”, porque es materialmente imposible asimilar nada nuevo una vez en el machito. Colgado del móvil las 24 horas, Zapatero es incapaz de leer un informe de unos pocos folios y reflexionar sobre la materia de que tratan. Lo suyo es el corto plazo, el día a día, el tapar el agujero de hoy con una promesa, una oferta, una nueva Ley o Leyes que una semana después se habrán olvidado, de modo que esa mercancía vieja podrá ser vendida otra vez como nueva a la vuelta de unos meses.
Un profesional del Poder, preocupado solo por su carrera
Es, en cambio, un gran profesional del Poder, dispuesto a echarle las horas que sea menester. A él no le preocupan los problemas, sino la forma en que ese problema y su eventual solución impactará en el “marco mental” de sus votantes y en los equilibrios dentro del PSOE. Por encima de todo le importa su carrera política. Dispuesto en apariencia a escuchar para a continuación hacer de su capa un sayo, el caballero de la dulce sonrisa ha ido llenando de cadáveres las cunetas de su presidencialismo. Esa soberbia que anida en Moncloa le ha llevado a promocionar a gente que ni siquiera es del partido y que no tendría cabida en un Gobierno europeo serio. Por empeño personal sostuvo a
Magdalena Álvarez contra viento y marea, al precio de un gran desgaste, pero cuando decidió prescindir de ella se lo anunció por los periódicos. Hoy,
Maleni va diciendo por ahí que “a ése nos lo tenemos que cargar”. Muchos heridos, demasiadas víctimas de la petulancia de un navegante solitario que todo lo fía al instinto. En solitario navegó en la negociación con ETA, y el solitario dio vida a un Estatuto de Cataluña que estaba muerto, en aquella memorable noche de amor en Moncloa con
Artur Mas, que tan decisivas consecuencias acabará teniendo para España.
Con insaciable apetito se ha dedicado a fortalecer su posición, al precio de reducir a escombros su autoridad y prestigio. Tras desarmar la estructura del partido, hoy no existe más poder en el PSOE que el suyo. Todo lo demás no cuenta. Él es el partido. Se entiende la alarma de los viejos roqueros socialistas ante las consecuencias a medio y largo plazo de una recesión de caballo capaz de llegar en los próximos meses a los 5 millones de parados. “Que Zapatero ha gestionado muy mal la crisis es hoy una opinión extendida dentro del PSOE”, asegura un ex alto cargo socialista. “En realidad no se le censura tanto por la crisis como por la forma de hacerle frente, por esa obcecación en negarla hasta el último día contra toda evidencia, error por el que aún no ha pedido perdón a la ciudadanía”. La soberbia del mal de altura. De negar la crisis a pies juntillas se ha pasado a que “lo peor de la crisis ya ha pasado”, aunque ahora hay que subir impuestos.
Lo contrario de lo que Merkel acaba de prometer a los alemanes. “A partir de ahí, reclamar un proyecto razonado, consensuado y de largo alcance para salir del atolladero es pedir peras al olmo”.
Y, de repente, la magia se ha evaporado. Es como el cómico que pierde la gracia y cuyos chistes ya no provocan la risa del personal. Su gesto engolado, sus frases huecas y sus estudiados énfasis han empezado a hacerse insoportables para buena parte de los españoles. Es el final de la inocencia. Y algunos en el PSOE han empezado a echar cuentas y a reparar en un
Montilla que “se ha independizado del todo”, un
Griñán que no era su candidato en Andalucía, una Valencia electoralmente vetada para el PSOE, un Madrid donde no rasca bola y una Galicia perdida para la causa. “Desaparecido el encantamiento, sobre la superficie aparece flotando la imagen de un partido mucho menos idílica de lo que él se ha encargado de propalar. Y como ocurre siempre, cuando el gigante está herido hasta el último soldado quiere asestarle la estocada definitiva”.
No habrá adelanto electoral
Particular gravedad tiene para él la pérdida del favor de gran parte de los medios de comunicación y, en particular, la batalla emprendida contra el todavía poderoso Grupo Prisa. Lo ha contado muchas veces a mucha gente: “Prisa mandó en los Gobiernos de
Felipe, pero a mí no me van a mandar”. Para acabar con el viejo imperio de la familia
Polanco se ha fabricado desde Moncloa su propio grupo de comunicación, en una de las más clamorosas demostraciones de abuso de poder vistas en la democracia española.
Cebrián tiene razón, aunque él no sea la persona más indicada para denunciar la tropelía. Se trata de un nuevo un pulso de Poder, como tantos otros a los que nos tiene acostumbrados. El problema es que Prisa ha sido la dispensadora de ideología de varias generaciones de progres hispanos, y es muy probable que esta guerra haga saltar en pedazos el erosionado edificio de la izquierda española.
En pleno autismo, nadie es capaz de decirle al Rey que va desnudo. El peor síntoma de la enfermedad del PSOE -esa total ausencia de debate interno, que es mal común a todos los partidos del arco parlamentario- es el cierre de filas protagonizado ayer en el Comité Federal. Frente a las cámaras, el viejo PSOE es “más fuerte que nunca”. No pasa nada. Pero en privado, nadie ahorra calificativos para describir el drama de un país y de un partido atado al carro de un hombre que claramente ha rebasado su nivel de incompetencia. Atrincherado en Moncloa, su acrisolada capacidad para marcar distancias y generar vacío en su derredor ha terminado por aislarlo del todo. Y quedan dos años y medio de Legislatura. ¿Adelantar las elecciones generales? Por nada del mundo. Antes que reconocer su fracaso disolviendo el Parlamento, el navegante solitario sería capaz de hundirse con el barco. De manual. Solo queda resistir a toda costa en espera de un milagro y volver a insistir en los
mental frames de Lakoff. Pero el mensaje ya no llega. El payaso ha dejado de hacer gracia, y un gran clamor se eleva por las cuatro esquinas del país: ¿Hay alguien al mando…?