«Los niños morían de hambre. Y los padres, muy próximos también a la muerte por inanición, cocinaban los cadáveres de sus hijos y se los comían. La debilidad los sumía en un profundo embotamiento. Luego, cuando se daban cuenta de lo que habían hecho, enloquecían».
Así describe una reclusa polaca, enviada a una isla-prisión, el horror que contaban los supervivientes del Holodomor, la inconcebible hambruna que entre 1932 y 1933 causó la muerte de 3,9 millones de personas en Ucrania y 1,1 millones más en otras regiones productoras de cereal: el norte del Cáucaso, el río Volga y Siberia occidental. Cruel ironía, los graneros de la Unión Soviética.